Si bien era difícil imaginar que más abajo de lo que ya caímos era posible caer, la realidad nos muestra que sí. Es posible.
Por Alejandro Saravia
De allí el título de la columna: “Después de mí el diluvio”, que remite a Luis XV en los últimos años de su vida, cuando el descontento popular presagiaba un fuerte estallido social en Francia. Como en efecto ocurrió. Luis XV vio con claridad que se aproximaban terribles acontecimientos. Sirvió de puente entre Luis XIV, el Rey Sol, el del Estado soy yo, y Luis XVI el que habría de perder literalmente la cabeza bajo el mecanismo de la guillotina. En efecto, después de su reinado la situación hizo crisis con Luis XVI y advino la revolución. Curiosamente Luis XV estuvo mucho más consciente de la situación que su sucesor. Tanto que con esa frase daba a entender que no le importaba lo que ocurriera después, aunque lo presagiara.
Al cambio, nuestra Luis XV sería Fernández de Kirchner, Luis XVI, Fernández a secas. Los cortesanos, todos los “compañeros/as” y adláteres que pugnan por acercar, cada día más, el Titanic al iceberg. Incluso, algunos de ellos, varios digamos, es gente que detentó importantes cargos de 1983 a la fecha y hoy, como si hubiesen sido siempre meros observadores en lugar de protagonistas, pontifican y bajan línea con un desparpajo envidiable.
Se quejan de la justicia pero ellos fueron, sí, los responsables de su armado desde 1983 en adelante. En efecto, siempre presidieron la Comisión de Acuerdos de la Cámara de Senadores de la Nación. En aquellos comienzos bajo el mando del inefable senador por Catamarca, Vicente Saadi, la única persona que lo engañó a Perón, que no es poco. Y siempre tuvieron, desde 1983 hasta ahora, mayoría en el Senado nacional. ¿Qué hicieron en todo ese tiempo para mejorar a la justicia?: Nada, quejarse de ella como meros observadores y usarla. ¿Acaso no recuerdan la Corte de la mayoría automática de tiempos de Menem, el innombrable? ¿Y de los jueces de la servilleta? Muchachos, muchachas, al menos tengan pudor.
Este gobierno actual fue pergeñado para forzar a la Justicia, por las buenas o las malas, a declarar la inocencia de la vicepresidenta en las causas de corrupción que se le siguen. Es decir, para obtener su impunidad. No es casual que apunten, entonces, sobre aquellos que tienen la última palabra en la cuestión, como dice Héctor Guyot en una reciente columna. Pero aquellos que tienen la última palabra integran una buena Corte de justicia, reconocido por el propio Alberto Fernández en un intervalo lúcido, que sabemos que son pocos.
¿Y, cuál es el diluvio que viene? La total desinstitucionalización del país para procurar la impunidad de la jefa de los ladrones. Acá no hay lawfare, hay delincuentes que deben ser juzgados. ¿Acaso no les llama la atención la cantidad de funcionarios y ex funcionarios ricos inmersos en esta sociedad pobre? ¿Son importantes herederos de familias ignotas? No, son personas que se enriquecieron en la función pública. Y la única manera de enriquecerse allí es robando. No hay otra. Pues bien, desprestigiando a la justicia piensan que la sociedad los verá menos culpables.
Ahora, quieren llevar a los miembros de la Corte de Justicia de la Nación al seno de la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados integrada por dos matones: los diputados nacionales Tailhade y Moreau. Dos barrabravas de la política. Con ello quieren desprestigiar, limar, esmerilar, como sea a la Corte de Justicia, tribunal que habrá de tener la última palabra en esta nefasta obra teatral protagonizada por ella, la que sólo puede ser juzgada por la historia, y que, para colmo, parece que ya la absolvió, según formulara en un curioso prejuzgamiento ella misma.
Y, el diluvio es que una sociedad sin instituciones se diluye, fenece, pierde sentido. En eso estamos. Con el desparpajo y la falta de pudor de los que siguen, haciéndose los distraídos, bajando línea…