En varios aspectos, el perfil de Eduardo Ramos es un retrato de la naturaleza y los intereses de la burocracia sindical. La historia jamás contada de un hombre que adaptó su gremio a cuatro gobiernos, que devino en poderoso empresario y que a fuerza de patotas continúa con su cuota de poder en Salta. (M.A.)

De pelo negro, estatura mediana, sencillo, modesto y sin distinciones: un camillero más. Esa era la imagen que reflejaba Eduardo Abel Ramos cuando entró al gremio de ATSA allá por el 83. Ingresó como parte de la lista de Fernando Chuchuy, quien venía ocupando el cargo de secretario general. Hasta entonces su vida no había sido fácil: vivió en el populoso barrio Vélez Sarfield y en Castañares, comenzó lavando papas en la cocina del hospital San Bernardo hasta que “le dieron una mano” y pasó a ser camillero. Desde ese momento no paró de escalar posiciones.

A mediados de la década del 80, Ramos se abrió de Chuchuy. En una asamblea convocada en el ex Salta Club junto con delegados del interior, derrocó a su ex líder y saltó de vocal a secretario General. Fue la primera y única vez que Ramos se ganó la confianza de los empleados; dicen que su simpleza genero un apoyo notorio a su candidatura.

Luego de los comicios, realizó una maniobra relevante: empezó a controlar la junta electoral y reformuló el estatuto del gremio aumentando requisitos para conformar listas. Así, desde el 83 hasta la actualidad, jamás se pudieron presentar listas opositoras y la única siempre fue la suya. Puesto que con esto no alcanzaba, tuvo que empezar a orquestar un grupo de matones para mantener todo bajo control. Una fuente off the record contó que “hacia finales de la década del 80 surgió una lista opositora liderada por Montaña, un empleado que le dieron una fuerte paliza en el hospital de niños y que finalmente se bajó”. Ese primer antecedente sería una modalidad constante hacía delante. Al prosperar en el sindicalismo, su acercamiento al mundo de la política fue inevitable. El PJ fue el partido destinado para cobijarlo dado que le garantizaba un piso de certezas y alianzas de considerable peso en Salta.

El salto más significativo ocurrió en los 90. Hacia principios de esa década, los cambios en el mundo del trabajo se expandieron por todo el país y la tercerización fue uno de los mecanismos que comenzó a formar parte de la vida nacional. Tareas secundarias como limpieza, seguridad o comedor -entre otras-  empezaron a ser delegadas a empresas que se dedicaban a contratar a empleados para que ejecuten estas tareas específicas. En Salta, Romero fue el gobernador encargado de entregar estos servicios en los hospitales públicos. En ese entonces, las reuniones entre Ramos y Romero fueron varias; en ellas definieron detalles de los contratos y luego el primero se encargó de convencer a los afiliados de convertirse en accionistas de las empresas Trabasani, Todolim y Cocirap.

Fue crucial ese paso para amasar una fortuna incalculable. La firma de suculentos contratos donde el Estado es quien deposita un jugoso monto de dinero, del cual se paga salarios y un porcentaje queda para la empresa tercerizadora, más otras maniobras convirtieron a un simple camillero en un millonario. Por más que su modo de vida cambió sustancialmente, su fe católica se mantuvo intacta y se puede decir que aumentó. Jamás dejó de concurrir a misa en la catedral y en los últimos diez años se caracterizó por hacer grandes festejos a la virgen de Urkupiña, de quien es fiel devoto. Ramos dejó de salir a reuniones y se refugió en su lujosa casa de Tres Cerritos o   prefirió salir con alguno de sus 4 hijos. A todos ellos les dio la seguridad de ser parte de sus negocios y del gremio. Y sus movimientos estuvieron siempre seguidos por cuidadosos guardaespaldas.

Gracias a Producciones Capricornio, otro emprendimiento suyo, volvió a saborear las mieles del éxito. Lo muestra su exposición de fotos en el local, ubicado en Zuviría al 2600, donde se puede observar fotografías de Ramos sonriente junto a personajes de la movida bailantera que desde hace años visitan la provincia. Producción de shows, radios, programas de TV, conforman el multimedio que aprendió a conducir. Entronizado en el gremio y con un emporio de empresas, se hizo de la finca “El Pedregal”, en Chicoana -propiedad de la firma PRASE SA- y de dos departamentos. También de la Galería “El Sol”, los salones Legrand y el inmueble donde funcionaba el boliche Zona Cero al igual que se dice que es dueño del boliche “Puerto”.

La llegada de Urtubey al poder no alteró ninguno de sus negocios. A sabiendas de la necesidad de conservar su impunidad, optó por mantener relaciones fluidas con los funcionarios “U”. Para esto ubicó en el gremio una ficha clave: Sergio Costello, pariente del ministro de Trabajo, Eduardo Costello. Con este nexo y de la misma manera que con Cornejo, Ulloa y Romero, Abel Ramos anudó pactos con Urtubey por lo cual le tocó ocupar el cargo de presidente de la comisión de Salud de la legislatura provincial. En la campaña para ingresar al parlamento fue muy cuidadoso, con tal de respetar acuerdos y ganar poder en todas las actividades proselitistas tomó lista uno por uno, según aseguran varios empleados.

Entretanto, nuevamente realizó operaciones sospechosas: abrió Trabajo y Solidaridad, una fundación que absorbió a los trabajadores que estaban en otras empresas. Tras este cambio Héctor Daniel Burgos (miembro de la junta electoral de ATSA) saltó a ser el accionista del 50 % de la fundación, y el otro 50% quedó en manos de ATSA. Así sumado a la fundación Madre Teresa de Calcuta controló dos espacios significativos. Con tal de no quedar pegado, trato de ocultar su  protagonismo aunque se sabe que efectivamente conduce ambas desde las sombras.