Por Karla Lobos

El ingenio azucarero La Esperanza se fundó sobre la hacienda San Pedro, que desde 1844 fue propiedad de la familia salteña Aráoz. Su modernización estuvo a cargo de Miguel Francisco Aráoz, quien introdujo los trapiches de hierro y las centrífugas a vapor. Se trataba de equipos fabricados en Inglaterra, de donde también provenía el técnico que los instaló, Roger Leach.

Pío Uriburu se convirtió en copropietario de ese ingenio en 1882, al integrarse a la sociedad Aráoz, Ugarriza, Uriburu y Cía. Uriburu también tenía por entonces intereses azucareros en Salta, ya que en 1880, en sociedad con Pedro Cornejo y otros inversores locales, había iniciado la explotación del ingenio azucarero San Isidro, ubicado en el departamento salteño de Campo Santo, ahora General Güemes.

A comienzos de la década de 1880, San Isidro era el único establecimiento azucarero organizado en la provincia de Salta y poseía maquinarias valuadas en 300.000 pesos. Sólo el capital fijo de esa empresa azucarera superaba en 20.000 pesos al presupuesto general de la provincia de Salta para ese año.

El propietario de este ingenio era Juan Nepomuceno Fernández Cornejo, hijo del general José Antonino Fernández Cornejo y de Josefa de Usandivaras y Figueroa. Cuando su madre falleció, la importante hacienda familiar de San Isidro quedó en su poder y continuó en actividad con trapiches de palo y hierro. Hacia 1870 Fernández Cornejo emprendió un proceso de modernización en el establecimiento, introdujo nuevas maquinarias de Inglaterra e incorporó variedades de caña dulce que hizo traer desde Perú.

Tras su muerte, en un accidente sufrido en las instalaciones del ingenio en 1880, la sociedad integrada por Uriburu adquirió el establecimiento azucarero. Pese a los esfuerzos modernizadores, la actividad azucarera no era considerada por los hombres de la época como fuente de riqueza de la provincia. La ganadería constituye y ha constituido siempre la industria principal. La producción de azúcar se circunscribía a Orán y Campo Santo. En este último, antes de iniciado el proceso de modernización del ingenio San Isidro, se cultivaban 140 cuadras cuadradas de caña que representaban el 30% del total de la producción provincial.

Por cada cuadra cuadrada se obtenían 80 arrobas de azúcar (la arroba equivale a 25 libras, es decir 12,5 kilogramos) y 80 de aguardiente, según los datos aportados por el presidente de la Comisión Municipal de Campo Santo, Alejandro Figueroa, en 1870.

Una década más tarde el ministro de Hacienda de Salta, Abrahan Echazú, informaba a las cámaras legislativas que las plantaciones de caña de azúcar cubrían 500 cuadras cuadradas, de las cuales se obtenían 400 arrobas de azúcar, miel, chancaca y aguardiente que reportaban ventas por 800.000 pesos bolivianos o 456.000 pesos moneda nacional. Era una suma nada desdeñable si se la compara con el total de los ingresos de la provincia durante el período. La falta de inversiones era el principal obstáculo para el desarrollo de la actividad azucarera en la provincia a fines de la década de 1880. Sola asignó a los productos derivados de la caña un menor valor que Echazú.

Cada año los ingenios arrancaban a las poblaciones indígenas del Chaco no menos de mil hombres, junto a quienes se apropiaban también de mujeres y niños para explotarlos en la zafra y en otras actividades agrícolas. La voracidad por la mano de obra indígena para la zafra abrió otra fuente de ingresos en Rivadavia. Los ingenios contrataban a los “encargados de sacar indios” y éstos, a su vez, subcontrataban a los “mayordomos”, cuyo prestigio entre los caciques facilitaba el reclutamiento de la población aborigen. En 1910 el ingenio Ledesma contrató Alberto Alemán y el de La Esperanza a Estanislao Wayar para reclutar naturales en las tierras surcadas por el río Pilcomayo. Así lo relató Wayar: “Mi compromiso era entregar quinientos indios como mínimo y mil como máximo, sin contar chinas ni osacos; los mayordomos López y Aranda en sociedad, se comprometían entregarme quinientos indios Tobas y Chorotes de las costas del río Pilcomayo, de la parte sur este; quedándome una enorme extensión para la conquista con otros mayordomos”.

El ingenio, por su parte, cedió medios y recursos para que Wayar pudiera cumplir su cometido, puesto que no contaba con el dinero necesario para emprender el trabajo acordado. Sin arriesgar capital, pero sí la vida, el empleado de la sucursal de Rivadavia de la firma Urrestarazu y Cía. ganó en seis meses 10.000 pesos oro más el compromiso del cacique Colorado de entregarle al año siguiente otros 1000 “indios formados”.

El peligro de este tipo de empresas no estaba tan sólo en el reclutamiento de los indígenas sino también en los frecuentes enfrentamientos que se planteaban con otros contratistas, ya que cada indio valía su dinero en el mercado zafrero. Wayar dejó retratadas estas peleas en sus escritos: “Llegaron los indios a la Colonia; los míos fueron a acampar al otro lado del viejo lecho del Bermejo y los del señor Aleman, más al norte sin pasarlo y más retirado del pueblo. Los mayordomos del señor Aleman entraron al pueblo en forma provocativa, bien armados y exhibiéndolas, a la vez que desafiando a los míos para que vayan a pelearlos”.

La mínima erogación que realizaban los empresarios azucareros en la mano de obra aborigen, acrecentaba los réditos que les proporcionaba la actividad. Sobre los jornales pagados a los indígenas chaqueños, Alejandro Figueroa precisó en 1870 que oscilaban en los seis pesos bolivianos mensuales, más la manutención y el tabaco.

Dos décadas después, Manuel Solá describió con mayores detalles el cuadro de explotación que contribuía a hacer más sustanciosos los beneficios obtenidos por los propietarios de los ingenios: “… aún cuando el indio no recibe dinero, se calcula que entre ropa y manutención se le abona un salario de 10$ por hombre y la mitad a la mujer. Este salario, en apariencia bajo, resulta para el plantador muy alto, porque toda la familia del indio chupa caña desde la mañana á la noche, resultando que una quinta parte de la cosecha se pierde en el estómago insaciable de los indígenas”.

En 1889, al ofertar el ingenio Ledesma a interesados, los Ovejero resaltaban como punto fuerte del negocio lo fácil que resultaba contratar la mano de obra en las tribus y lo barato que eran los peones indios, ya que recibían su salario en especies: “…además de los brazos que allí se obtienen por el pueblo de Ledesma es fácil contratar tribus de Matacos y Chiriguanos como és práctica hacerlo todos los años. El jornal del peón és de doce a diez y ocho pesos moneda Nacional mensuales sin ración; el mataco y el Chiriguano reciben su salario en especies por cuya razon es sumamente barato este peon”.

Juan de Bialet Massé, en su informe de 1904 sobre el estado de las clases obreras en el interior del país, definió al ingenio Ledesma como un portento de acumulación. Y expuso al ministro del Interior, Joaquín V. González, que allí los indios matacos (wichis) no sólo padecían de la insuficiencia de salario, sino también de comida. La producción de azúcar, aunque ni siquiera alcanzaba a cubrir los requerimientos del mercado interno, permitió a los propietarios de los ingenios amasar fuertes fortunas. Fueron justamente ellos quienes gobernaron Salta entre 1898 y 1906. A partir de este último año se abrió otra serie de gobernadores vinculados, a través de estrechos lazos familiares, con los dueños del ingenio Ledesma.

Cuando la familia Ovejero adquirió Ledesma restaban cuatro años para que Jujuy decidiera su separación de la provincia de Salta. La definición de las fronteras provinciales, en efecto, no logró erosionar los vínculos e intereses que habían unido a las elites de ambas ciudades durante casi cuatro siglos. La familia Ovejero no fue la única dueña de una fortuna salteña con injerencia en la sociedad jujeña. Cuando Daniel Aráoz asumió como gobernador de Jujuy en 1863, su padre, Miguel Francisco Aráoz, propietario de la hacienda San Pedro, gobernaba Salta desde el año anterior. Ya había ejercido ese cargo –también en forma interina- primero.

Clodomiro Moreno le aconsejaba en 1882 a su compadre de Victorino de la Plaza que enviara a su hermano Rafael a Jujuy para poder conseguir los apoyos políticos de Napoleón Uriburu: “…que Rafael pase por esta Salta y haga un paseo hasta Jujuy tratando de mandarle vos de allí en primer lugar instrucciones y en segundo buenas recomendaciones, como por ejemplo Napoleón Uriburu si estás de acuerdo en los trabajos, lo que diga Napoleón Uriburu en Jujuy eso se hace”.

Napoleón era primo del copropietario del ingenio La Esperanza y uno de los hermanos mayores de José Evaristo Uriburu. Después de participar en la fracasada revolución de los Uriburu, escapó a Jujuy y allí se casó en 1869 con Guillermina Bárcena Fernández. El suegro de Napoleón Uriburu, José Benito Bárcena, fue una influyente figura de la política jujeña: ministro en dos oportunidades, 1855 y 1863, gobernador interino en 1870 y senador nacional desde 1854 a 1859 y entre 1875 y 1886.

En la turbulenta política jujeña los Uriburu repitieron lo que habian conseguido ya en Salta: generaron seguidores definidos como uriburistas y opositores encolumnados como antiuriburistas.

Los Ovejero también supieron desplegar sus estrategias políticas en ambas provincias. El resultado fue el acceso a varios de sus miembros a los gobiernos provinciales de Salta y Jujuy. David Ovejero, copropietario del ingenio Ledesma, gobernó en Salta desde 1903 hasta 1906. Desde el año siguiente su sobrino Daniel Ovejero Tezanos Pinto rigió los destinos de Jujuy hasta 1910. Su hijo, también llamado Daniel, se había casado en 1900 con Margarita Dávalos Patrón Costas, prima de Robustiano Patrón Costas, futuro referente de la elite azucarera que se convirtió en gobernador de Salta en 1913.

Una expresión de los vínculos que unían a las familias de las elites jujeñas y salteñas fue el casamiento de Sixto Ovejero con Florencia González Sarverri en 1855. Sixto y su hermano, Querubín Ovejero, fueron dueños de los principales inmuebles urbanos de la capital de Salta y artífices de la prosperidad del ingenio Ledesma, que estuvo en sus manos hasta 1889.

Ese año la razón social Ovejero Hermanos decidió su remate público. Los avisos publicados en distintos diarios nacionales para interesar a posibles compradores resaltaban que Ledesma podía producir en cada zafra, desde junio a octubre, 150.000 arrobas de azúcar y el alambique de ese ingenio destilaba unos 5.000 barriles anuales. Se refiere a un aparato utilizado para la destilación de líquidos mediante un proceso de evaporación por calentamiento y posterior condensación por enfriamiento, que se usaba para producir perfumes, medicinas y extraer el alcohol procedente de vegetales fermentados, en este caso, de la caña de azucar.

De esos mismos avisos se desprende que el consumo de Salta y Jujuy rozaba por esos tiempos las 90.000 arrobas de azúcar por año y que el valor de cada arroba era de 3,5 pesos moneda nacional. Se hablaba entonces de un comercio interno que podía dejar una entrada aproximada de 315.000 $ anuales, sólo con el azúcar. La producción también incluía aguardiente, miel y otros derivados de la caña.

Antonia Zerda Urristi se esposó con José Ramírez Ovejero González y fueron los padres de 11 hijos, Sixto y Querubín fueron el quinto y el sexto de esa numerosa familia. José Ovejero fundó Ledesma en 1830, cuando Sixto tenía tres años y Querubín había cumplido un año.

La envergadura de los probables ingresos de la familia Ovejero en relación con los presupuestos de las provincias de Jujuy y de Salta. En el caso de Jujuy, lamentablemente, sólo se cuenta con la información de los presupuestos posteriores a 1895, por lo cual se optó por delimitar como espacio temporal el período 1896-1905, que concuerda prácticamente en toda su extensión con el ciclo de los gobernadores azucareros que se sucedieron en Salta entre 1898 y 1906. Debe tenerse en cuenta que la relación se estableció en base a la posible producción -a valores constantes- de Ledesma, según los avisos publicados en 1889.

El remate del ingenio Ledesma se hizo el 31 de marzo de 1889 y los mejores postores fueron miembros de la propia familia. Ángel Zerda, su primo Sixto Ovejero y su sobrino David Ovejero adquirieron la empresa por 644.000 $ que abonaron a los herederos de Querubín Ovejero. Esta compra permitió que la familia siguiera acrecentando su riqueza y afianzara su poder político en Salta y en Jujuy durante las dos décadas siguientes.

Félix Usandivaras se sumó a la flamante sociedad en 1901 y siete años después quedó formada la “Compañía Azucarera Ledesma”. Trece años más tarde ni los Aráoz ni los Ovejero. Como tampoco los Uriburu, tenían intereses en azucareros en Jujuy.

En 1912 el ingenio La Esperanza pasó a ser exclusiva propiedad de los hermanos Leach, quienes constituyeron “Leach’s Argentine Estates Limited”. Dos años después Henri Wollman y Charles Delcasse se quedaron con la totalidad de los derechos del ingenio Ledesma, cuya nueva denominación pasó a ser “Ledesma Sugar Estates and Refining Company Limited”.

Hasta entonces la actividad azucarera había tenido tal fuerza que definió espacios económicos, movilizó líneas de fronteras, delimitó ocupaciones territoriales, promovió nuevas departamentalizaciones, posicionó gobernadores y desestructuró comunidades humanas en el territorio provincial.

En Salta, a diferencia de Jujuy, poder y riqueza sí corrieron por el mismo carril, aunque ello no implicó una correspondencia entre las familias de la elite azucarera con las familias gobernantes durante el período abarcado por esta tesis. Los Ortiz no tuvieron ingenios azucareros, como tampoco los Güemes ni los Solá, por señalar algunos de los apellidos que no pasan inadvertidos al estudiar la realidad salteña de fines del siglo XIX y comienzos del XX.

Cualquier semejanza con la realidad actual, es mera coincidencia…

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