El sacerdote Manuel Fernando Pascual fue considerado responsable de los abusos sexuales cometidos contra dos religiosas que integraban la congregación que tenía a su cargo.

En el veredicto, los jueces consideraron a Pascual como autor de los delitos de “abuso sexual gravemente ultrajante y con acceso carnal perpetrado de manera continuada” entre los años 2012 y 2016 y “abuso sexual gravemente ultrajante perpetrado de manera continuada” entre los años 2014 a 2016”. En ambos casos, se trata de abusos agravados por haber sido ejecutados por un ministro de un culto reconocido. Ambas víctimas fueron querellantes en la causa.

De acuerdo al alegato de la fiscalía -que coincidió con lo planteado por la querella-, Pascual cometió distintos hechos de abuso sexual con acceso carnal contra dos religiosas de la Congregación San José en un contexto de manipulación coactiva, intimidación y abuso de poder, agravados por su condición de sacerdote. El representante del Ministerio Público Fiscal consideró probado que el sacerdote, desde su rol de confesor y guía espiritual, se aprovechó de las distintas vulnerabilidades de las personas bajo su dirección y formación, para someterlas a diversas formas de violencia sexual.

Los abusos sexuales se extendieron a lo largo del tiempo, y ocurrían durante charlas formativas, espirituales y confesionales, e incluso en medio de distintos sacramentos. Los hechos ocurrieron entre 2014 y 2016 en uno de los casos, y entre 2012 y 2016 en el otro, dentro de la comunidad de las Hermanas de San José, ubicada en Ernesto Bavio al 2800.

Las mujeres también denunciaron situaciones de violencia sexual ocurridas en un lugar denominado “La Ermita”, un campo en capitán Sarmiento donde se realizaban retiros espirituales y misas oficiados por el imputado. Relataron en la causa que Pascual hablaba de “sanarlas” de sus heridas de “amor”, de practicar su sexualidad en múltiples formas y momentos, ello para conocerse, al tiempo que las convencía de que debían “dejarse querer” por él. En esa línea, las víctimas dijeron que el sacerdote incluso las “confesaba y las absolvía de sus pecados” durante esas situaciones de desnudos físicos o “rezando” en el ínterin de los abusos sexuales.

El acusado era el fundador de la Congregación San José, además del director espiritual y confesor de las monjas que allí residían, y el dueño de “La Ermita” donde, durante muchos años, se realizaban retiros que daba él para estas religiosas y otras congregaciones.

En su alegato, el fiscal Madrea había considerado que el acusado utilizó su rol y su preeminencia para ejercer una “intensa manipulación” sobre las víctimas que pretendían avanzar y consagrarse en la vida religiosa. Explicó que, como su confesor y guía espiritual, primero obtenía su plena confianza y entrega para luego con el tiempo manipularlas para «aceptar su amor como algo sagrado», o forzar el contacto para no echarlas y avanzar en las maniobras y prácticas abusivas.

Resaltó en su exposición los testimonios directos de más de una decena de religiosas que relataron, en numerosas audiencias del debate, hechos de abusos sufridos por ellas muy similares, algunos de los cuales se remontan incluso a finales de la década de 1980. La mayoría eran mujeres de otras congregaciones, que aún son religiosas, y otras que debieron dejar su vocación “atosigadas” por estos abusos: todas se mostraron afectadas durante muchos años de silencio y mal vistas por el ámbito eclesiástico cuando pudieron ir contar lo que les había pasado.

En este contexto, la fiscalía analizó otros dos expedientes donde se formalizaron esos abusos, en los cuales Pascual fue procesado. No obstante, debido al paso del tiempo, las causas se cerraron por prescripción a pedido de la defensa del acusado. Sin embargo, esas víctimas y las anteriores fueron escuchadas en el debate actual como testigos y pudieron contar como fueron manipuladas, además de los abusos sexuales y de conciencia que sufrieron. Varias conservaban diarios, cartas o algún apunte de terceros a quienes le pudieron compartir sus historias, que también fueron escuchados en el juicio y pudieron expresar luego de tantos años de silencio todo lo que sufrieron, y cuyas secuelas hasta la actualidad los jueces conocieron durante el debate.

Durante el juicio, se evidenció cómo los hechos relatados “mostraban un abordaje idéntico, en más de un sentido, y a pesar de no conocerse entre sí ni coincidir en el tiempo durante más de 25 años”. Todas esas personas relataron episodios abusivos con muchos puntos en común donde el confesor y guía Pascual avanzaba sobre ellas bajo la excusa de la “sanación”, la exploración de vida afectiva y sexual, más su insistencia para vincular lo religioso y lo sagrado por intermedio de lo “sexual” para que se “entreguen a su amor” para llegar a Dios, tal como, en modo similar, se advierte presente en ciertos liderazgos carismáticos en las “sectas”.

Durante el juicio también fueron escuchados los peritos forenses oficiales que abordaron a Pascual, incluida su propia perito de parte, quienes coincidieron en enumerar -en la estructura de su personalidad- evidentes «rasgos manipulatorios y narcisismo patológico, el enmascaramiento de conductas, la ocultación de conflictos pasivos/agresivos y también una inteligencia superior al promedio, como conflictos en el área psicosexual compatibles con conductas desajustadas».

«Estos abusos no solo fueron evidentemente sexuales, sino también de poder y de conciencia, al violentar primero su condición de mujer y también lo más profundo de su vocación y fe bajo una obligada pero desvirtuada obediencia a su guía espiritual, según él, en el método del amor”, aseguró en su alegato el fiscal Madrea.