ALEJANDRO SARAVIA
En lugar de ese monumental himno de resistencia que fue la canción de María Elena Walsh, “Como las cigarras”, varios dirigentes políticos y funcionarios públicos de diversas provincias, entre ellos nuestro gobernador Gustavo Sáenz, deberían entonar otra canción titulada “Como los teros”. Me imagino conocido por todos que los teros tienen un sistema ingenioso de engaño y camuflaje: el poner los huevos en un lugar y cantar, o bien gritar, en otro como para distraer a los depredadores o a quien se percibe como peligrosos enemigos. Todavía guardo en mi memoria esa música maravillosa de la actuada rebeldía de estar listo para corretear a talerazos a quienes pretendiesen propasarse con los derechos provincianos enunciada en algún momento por el gobernador Sáenz, el mismo que fue festejado como héroe esta semana en la residencia presidencial de Olivos.
Según las noticias periodísticas, en Olivos fueron agasajados por Milei, su hermana y Secretaria General, Karina Milei, el ministro jefe de gabinete, Guillermo Francos y el inefable vocero presidencial Manuel Adornis, los gobernadores de Salta, Catamarca, Tucumán y Misiones, cuyos diputados fueron clave para que el oficialismo consiguiera los votos para bloquear el intento de la oposición de sumar los dos tercios y rechazar el veto en contra del proyecto presupuestario tendiente a mejorar la situación de las universidades nacionales.
En un reportaje previo a la cena de Olivos el gobernador Sáenz se reconoce como peronista-justicialista como para diferenciarse de los peronistas-kirchneristas y reconoció, también, que se lleva bien con el gobieno nacional, así como con todos los gobiernos nacionales con los que le tocó actuar desde Macri en adelante.
Este es un dato absolutamente troncal y estructural en lo que respecta a nuestra provincia. En efecto, esta armonía con los gobiernos nacionales, ¿se debe a la empatía natural del gobernador o hay algo detrás de mayor trascendencia? Por fuera de las gauchescas exclamaciones que conllevan talerazos y ponchazos, desfiles y procesiones, la realidad nos marca que los gobernadores provinciales de las provincias rentísticas, como la nuestra, deben necesariamente llevarse bien con los gobernantes nacionales porque dependen de que les caigan bien a éstos para que puedan desarrollar sus mandatos, los que, en definitiva, se limitan a pagar los sueldos en esas sus respectivas provincias. Ello, porque no se percibe, y tampoco se demuestra, que exista algún proyecto de desarrollo provincial con independencia de las rentas provenientes de la coparticipación impositiva, que, en definitiva, no es otra cosa que una redistribución de ingresos desde las provincias productivas a las rentísticas y deficitarias como la nuestra. En ese panorama está claro que hablar de federalismo es sólo una metáfora.
Tanto es así que un funcionario del gobierno de la provincia de Buenos Aires, el ministro de Transporte, habló de una eventual separación de esa provincia respecto de la Nación en el marco del debate por la coparticipación. El argumento sería que a esa provincia se le detrae mucho más de lo que ella aporta. Algo de razón tiene. Si bien la cuestión quedó ahí, puesto que no se habló más de ello, está y sigue pendiente y es uno de los puntos fundamentales a tratar en nuestro país. Quedará ahí, pendiente, hasta que alguien con pasta de líder le ponga el cascabel al gato. Mientras tanto todos seguiremos haciendo como sí…
En ese entretanto los que están bastantes encarajinados son los partidos politicos, o bien lo que queda de ellos. No hablemos de La Libertad Avanza el que más que un partido, como dijo alguien, es un grupo de whatsapp que durará lo que dure el gobierno de ese grupo. El peronismo, rompiendo con su tradición, se apronta a ir a una interna para designar a sus autoridades. Pulsean Cristina Fernández y el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, creador de El Chacho, la moneda trucha riojana. Al único que le sirve esa pulseada como para reeditar el espanto es al gobierno de Milei, quien capitaliza.
Otro tanto sucede con el radicalismo. Como hay tres peronismos, hay también tres radicalismos. El de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, conducido a control remoto por Angelici, uno de los buenos muchachos versión Scorsese, y que cobra vida con las desandanzas de su presidente, Martín Lousteau, el singlista, y el impresentable Emiliano Yacobitti, vicerector de la UBA. Está el de los simpatizantes del libetarismo derechoso de Milei, como el cordobés Rodrigo de Loredo, presidente del bloque de diputados radicales, sostenido por el gobernador de Mendoza, Cornejo, y Corrientes, Valdés, provincias que, junto con Salta, son las más conservadoras de Argentina. Y, después, está el único que ofrece una salida honorable, el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, quien habita la única zona viable de nuestro país: el centro productivo.
En su desenfoque el radicalismo no percibe su rol histórico que, en esta coyuntura, se presenta, paradójicamente, con singular claridad. Tradicionalmente fue el partido identificado con la clase media y con la institucionalidad. En frente hay un gobierno caracterizado por su tendencia a sacrificar a esa clase media y que, al igual que el kirchnerismo precedente, tienden a vulnerar esa institucionalidad que viene a ser como el argamasa que posibilita la vida en sociedad. Sin instituciones rige la ley de la selva. El gobierno de Milei, pateador de hormigueros, va a significar la ruptura del orden preexistente pero dirigido por gente incapacitada para la creación de un nuevo orden. El anarcocapitalismo que los singulariza, por definición significa el aborrecimiento a cualquier orden. Lo que se va a necesitar después de este vendaval va a ser justamente gente predispuesta a la recreación de un nuevo orden, con instituciones renovadas, y con la masa crítica necesaria para protagonizar esa recreación. Por definición esa clase resiliente es la clase media, justamente la identificada con ese partido. La crisis de liderazgos en todo el sistema politico se acentúa en el radicalismo poniendo en cuestión su propia identidad y rol histórico, impidiendo que puedan apreciar, con mirada estratégica, la enorme oportunidad que se les presenta.
Tras el desorden del hormiguero pateado hay que ir planteando con tiempo una salida hacia adelante. Lo único que está claro es que ya nada habrá de ser como fue…