Combate de Puesto Grande del Marqués «La autonomía y la soberanía norteña»

 

Martín Miguel Güemes Arruabarrena

 

Amanece que no es poco, en la altiplanicie jujeña. Nos encontramos en el corazówn de la Puna, en Puesto Grande, centro comercial de la pujante Hacienda del Marquesado de Yavi. El campamento realista, instalado allí, guarda un sueño largo, confiado, desprevenido…

Nunca es tan oscura la noche como antes de amanecer, decía don Atahualpa Yupanqui; por eso todos esperan la llegada del sol, realistas y patriotas. Los primeros, para reanudar la marcha, los segundos, para sorprenderlos. El resplandor de los sables y las lanzas, con el reflejo que da la luna, es una luz mala, tenebrosa y fatal, que recorre el cielo puneño.

Desde el atardecer del día anterior, una fuerza de caballería gaucha avanza a campo traviesa, desde la Hacienda de Tejada (ubicada más allá de la cuesta de Bárcena), donde el Jefe de la Vanguardia del Ejército Auxiliar del Alto Perú Coronel Francisco Fernández de la Cruz, ha ordenado avanzar, junto a las caballerías gauchas, a un cuerpo de Dragones al mando del Teniente Coronel Rudecindo Alvarado, y un cuerpo de Granaderos, precedidos por una división de infantería. El atraso de estas últimas, llevó a los Dragones y a los Granaderos, a llevarlos a grupas, y de este modo la caballería gaucha se adelantó a estas tropas. El casco de los caballos, su paso sigiloso, es un murmullo que crece en la noche… Están cerca de su objetivo: atacar por sorpresa a la avanzada realista. Quien los conduce es Martín Güemes.

El General José Rondeau al mando del Ejército del Norte, sabe de la operación militar, y ambiguamente la aprueba. Los documentos históricos probarían que se encontraba al tanto de las negociaciones pacifistas entabladas por el T.Cnel Martín Rodríguez. Negociaciones iniciadas después de la “Sorpresa del Tejar”, donde el porteño cae sospechosamente prisionero de los realistas, y promueve conversaciones con el Jefe del Ejército español General Joaquín de la Pezuela, a los fines de lograr su libertad, y volver con correspondencia pacificadora, destinada al alto mando patriota. Comprometedora–la misma–de su intento de transar con las fuerzas del Rey. No mal recibidos, estos arreglos espurios, en Buenos Aires. Que prefiere la paz, a la guerra. ¿En qué marco histórico, están sucediendo estos hechos? ¿Por qué unos prefieren la paz, y otros la guerra? En 1814 ha vuelto Fernando VII al trono de España. El retorno del Rey Borbón, es la posibilidad cierta de que un poderoso ejército español cruce el Atlántico, con destino a sofocar las revoluciones americanas. Estas noticias, traen desconcierto y temor en el Directorio porteño. El pacifismo de Martín Rodríguez, tiene ese marco nacional e internacional. Todo ello influye, allí en la puna. La región más poblada del actual territorio jujeño.

Los agoreros acontecimientos españoles, aletean sobre la Altipampa jujeña. No saben, ni presienten, los jefes porteños de la intriga y la claudicación, que un joven salteño, militar de carrera, que no está al tanto de las negociaciones diplomáticas, está a punto de cortar de un tajo, la cabeza de la ambigüedad política y militar. En el corazón de la puna, cerca de Yavi, más lejos de Jujuy, y de Salta; estamos a 3.700 metros sobre el nivel del mar, con temperaturas bajo cero, en la cerrazón de la noche que precede al despunte de los primeros rayos del sol.

Al mando de los gauchos salto jujeños, marcha el T.Cnel. Martín Güemes (ex Jefe de la Vanguardia del Ejército del Norte, designado por San Martín), a su lado cabalgan don Luis Burela y Saavedra, seguido de 500 salteños, el Pachi Gorriti, que reclutó 300 gauchos “fronterizos”, Manuel Eduardo Arias al mando de 200 jujeños, todos convocados por Güemes, en total: mil gauchos milicianos. En el rancho de don Diego Cala, baqueano del “Puesto” de la Hacienda de Yavi, arriero lugareño, patriota convencido (en 1816, será fusilado), se han enterado que el General Pedro Antonio de Olañeta, jefe de la Vanguardia Realista, estacionado en Tupiza, ha ordenado avanzar al Capitán Antonio Vigil, experimentado militar español, al mando de 300 hombres bien montados, equipados con las más modernas armas de la época, y con pertrechos suficientes para llegar a Jujuy. Que han acampado allí, en el Puesto Grande, alrededor de una casona con pircas corraleras, y con un pequeño arroyo cercano que serpentea entre las piedras, trayendo vida a su alrededor; quizás más allá, se hunda entre los arenales. Las tunas y cactus, pueblan las cercanías. Los churquis añosos, dan sombra a los viajantes. Ese es el lugar, donde se librará el combate. Todo es silencio, y desolación, para el invasor español. Los aborígenes practican el recurso de la tierra arrasada. La gesta precursora de Túpac Amaru está latente en su sangre, y reverdece en la memoria. Diego Cala sale al encuentro de Güemes, y los guía. El choque es inminente, amaneciendo comienza la carga. Retumba en el aire, el grito gaucho, acostumbrado al arreo de mulas, caballos y vacunos. Resoplan sangre los hocicos de los caballos ante el galope enfurecido. Parece un aquelarre, el ruido que recorre la tierra. La carga emprendida, es una centella que surca el horizonte. Las lanzas cortan el aire puneño, los sables apuntan al corazón del campamento enemigo, que despereza un sueño, que despertará a la muerte. Entran a punta de lanza, en los pechos sorprendidos. Se los llevan puestos, y los aullidos de los heridos, y los cuerpos tendidos de los muertos, anuncian la derrota. Los pocos que han podido montar–dado que algunos durmieron con sus cabalgaduras ensilladas, temiendo la sorpresa–salvan sus vidas. Los alaridos de la victoria, pueblan el aire. El Caudillo orgulloso, con la barba crecida, cubierto de sangre, se pasea entre sus gauchos, con una mirada penetrante, ante el dolor de la muerte, y un gesto adusto y tierno a la vez; agradece la confianza y la valentía demostrada en el combate. En el campo de batalla, quedan: 100 muertos, más de cien heridos, y todos los pertrechos abandonados. Criollos, gauchos y aborígenes, vuelven a ser dueños de su tierra. El Comandante Vigil ha logrado escapar, con unos pocos oficiales y tropa. Este mismo militar, fue el que atrapó al T.Cnel. Martín Rodríguez, en la “Sorpresa del Tejar”; ha sido a su vez sorprendido en El Puesto Grande del Marqués; será el mismo que ordene cortar la mano derecha al guerrillero famoso: al Moto Méndez, en una derrota que le infringe en Tarija, su tierra natal. El Comandante Vigil seguirá peleando por el Rey: contra Güemes, contra San Martín, y en Ayacucho será el edecán del General José de la Serna, Virrey del Perú, y Jefe del Ejército Realista. Esta vez, será Sucre quien los derrote, en Ayacucho (24.12.1824). El triunfo de Puesto Grande del Marqués (14 de abril de 1815), abre nuevamente las puertas del Alto Perú, y permite el tercer avance del Ejercito del Norte, al mando de Rondeau. Lamentablemente, al igual que en Suipacha (7.11.1810), se desaprovechará la victoria; como en Huaqui (20.06.1811), y Vilcapugio y Ayohuma (1813), sobrevendrán las derrotas de Venta y Media y Sipe Sipe (1815). Güemes no participa de las derrotas Alto peruanas, las milicias gauchas tampoco. Como conductor militar de las victorias en la Intendencia de Salta del Tucumán, y en la Provincia de Salta, es excluido del parte de la historia, no por casualidad sino por causalidad siniestra, nefasta. En Suipacha, como Capitán de la Vanguardia, llevó adelante la carga de caballería, protagonizando el triunfo salto jujeño tarijeño, y fue borrado del parte de batalla por Castelli; en Puesto Grande al mando de las tropas gauchas, gestó y dirigió la arremetida victoriosa, y fue desmovilizado él, y sus fuerzas salto–jujeñas. Las milicias gauchas, temible máquina de guerra, eran envidiadas por los oficiales porteños, jefes de las tropas regulares. La discordia serpenteaba en sus resentidas almas. En este último caso, la causa fue una desavenencia, provocada por el T.Cnel. Martín Rodríguez. Se atrevió a desvalorizar a la tropa gaucha, a despreciar su valor. Güemes por la Patria, y por los Gauchos, era capaz de romper con su padre. Le respondió con dureza, e incluso se suscitó una tensión que pudo acabar en duelo personal. Güemes fue amonestado por Rondeau, y sospechado de rebeldía en Buenos Aires… Martín Rodríguez fue recompensado por sus felonías, con el mando de la Vanguardia… Quien pactaba con el enemigo, debía asumir el mando del ataque… triunfaba el pacifismo a ultranza. La lección fue aprendida: Güemes no vuelve a combatir bajo las órdenes de oficiales porteños como Balcarce y Castelli, como Rondeau y Martín Rodríguez, incapacitados para llevar adelante una guerra a muerte al sistema realista. A partir de esta resolución, inicia su autonomía militar (su táctica única e irrepetible, de la guerra de montaña, de recursos, de las milicias gauchas), que lo llevaría también a la autonomía norteña al asumir la Gobernación de la Provincia de Salta (6.05.1815). Su meta política: la Unión Nacional por la Independencia Suramericana. Es el más argentino de los salteños, y el más suramericano de los norteños. Su meta militar: el apoyo irrestricto al Plan Sanmartiniano de Libertad e Independencia Suramericana. Güemes es el único General de la Independencia que muere en combate. La soledad de la misión sanmartiniana, es la fuerza de su gloria. Nos deja un mandato de futuro: al pueblo que quiere ser libre, no hay poder humano que lo sujete.