El brutal femicidio de la niña dejo de manifiesto el ineficaz desempeño de los organismos de justicia y una sociedad que repudia el accionar de las fuerzas policiales, cansada de la impunidad y frente a esto se organiza para hacer “justicia por mano propia”. El diputado «Nacho» Jarsun irresponsablemente se colgó del hecho para hacer demagogia. Por Andrés Moro
El aberrante femicidio infantil de Abigail Riquel ha conmocionado a Tucumán y el resto del país. Las cifras de mujeres asesinadas, siguen abultándose más allá de cualquier contexto atribuible a los casos. Es que la realidad no necesita de análisis muy exhaustos, ni justificativos absurdos, como la forma en que vestía o si provocó al asesino, excusas con las que el machismo se dota de impunidad.
Los vecinos de Abigail empatizaron desde un principio, porque el asesinato de una niña o niño siempre es dolorosa y uno puede compadecerse del sufrimiento de los padres. Pero para el chacal, que Abigail haya sido una niña, fue razón suficiente para abusar y asesinarla.
Las noticias daban cuenta de que José ‘culón’ Guaymas, el presunto asesino, había salido de prisión apenas unos días antes del crimen con un prontuario de 19 causas, para luego permanecer prófugo durante 72 horas. Tiempo suficiente para que en las redes sociales se organice la cacería.
Mucho tuvo que ver la inacción de la policía y el hecho de haber desestimado el pedido desesperado de búsqueda del padre de Abigail, para que los vecinos comenzaran a cuestionar el desempeño de la fuerza y a incitar a una turba dispuesta a hacer justicia por mano propia. Situación que finalmente sucedió.
El sospechoso del crimen de la niña, el miércoles fue linchado por un grupo de vecinos en la capital tucumana. Murió a raíz de los golpes recibidos en la cabeza, costillas y varios órganos vitales, de acuerdo con los resultados de la autopsia, informaron fuentes judiciales.
Durante las horas siguientes los videos del linchamiento circularon por las redes con la velocidad y la intensidad de un morbo peligrosamente naturalizado. Los usuarios lo celebraban de una manera tan pasional como irracional que, más allá del deseo profundo de justicia, les evitaba ver en la muerte de Guaymas, un nuevo crimen. Incluso hubo peticiones para que los justicieros, ya detenidos, fuesen liberados. Sin tener en cuenta que un ciudadano no puede atribuirse el derecho de matar en nombre de la justicia por más justo que esto se crea.
Violencia cotidiana
Quedará para el debate el desempeño de los organismos de justicia, que en definitiva son quienes deben garantizar la convivencia de los ciudadanos. Como así también la reflexión de una sociedad machista y patriarcal que observa condescendiente cómo las mujeres son convertidas en objetos de violencia. Porque una cosa es reaccionar cuando ha sucedido la tragedia y otra es asumir que no se hace nada para evitarla.
La violencia hacia las mujeres está arraigada en situaciones cotidianas y trasciende posiciones sociales. Incluso ha acaparado nuevos espacios para el acoso y el consumo como lo son las redes sociales y páginas de contenido sexual en Internet.
No hay dudas de que el repudio y la exigencia de justicia son genuinos pero no podemos convertirnos en una sociedad de justicia por mano propia. Nada, ni si quiera el linchamiento de Guaymas da certeza de que estos psicópatas se sientan amedrentados o les sirva de escarmiento.
Jarsun, expresión del atraso
Tampoco se puede aceptar que desde sectores de la política, como el caso del Diputado Ignacio Jarsun se propongan ideas tan fuera de época y reaccionarias como la pena de muerte.
Cuestiones que además sirven de asidero para arremetidas de la derecha. Está claro que esta demagogia tiene aspiraciones que van tras intereses que profundizan el discurso de odio, valiéndose de reflexiones tales como «que la gente deje de defender a delincuentes» y siendo el principal promotor en la implementación de las cuestionadas pistolas Taser para el uso de las fuerzas.
De esta forma en Salta se evidencia en consonancia con las posturas de Tucumán, donde las manifestaciones de la militancia feministas, que por el contrario exigen por políticas que llevan mayor contención y asistencia a la mujer para minimizar los casos de violencia, terminan siendo soslayadas.
Un discurso peligroso en tiempos donde debe primar la sensatez y una intervención política que trascienda el sentido común.