Las jornadas de lucha viñatera en Cafayate pusieron en agenda la explotación a la que son sometidos miles de trabajadores en el valle. Cosecheros levantan entre dos y tres toneladas de uva por día y perciben menos del 4% de la facturación de las grandes bodegas. Una radiografía necesaria del sector predilecto de políticos y poderosos. (Nicolas Bignante)

 

En dos históricas jornadas de lucha, los trabajadores de las bodegas más importantes del valle calchaquí elevaron un conciso petitorio al empresariado vitivinícola local: Salarios igual a la canasta básica. La requisitoria se encuadra en la medida nacional convocada por la Federación de Obreros y Empleados Vitivinícolas (FOEVA) que tuvo como epicentro a la provincia de Mendoza, donde se elabora el 78% del vino del país. Y aunque la participación de Salta en el esquema productivo nacional apenas orille el 1,3%, las condiciones en las que los trabajadores viñateros deben enfrentar extenuantes jornadas de trabajo se replican casi con exactitud.

La propuesta empresarial de otorgar un 30% de aumento escalonado hasta febrero de 2022, además de ser recibida como una burla, presagiaba una fuerte reacción por parte de un sector de empleados que rara vez perciben haberes por encima de los $30 mil. Actualmente el salario básico de un trabajador de viña con 44 horas semanales es de $28.000, mientras que un obrero de bodega o de fraccionamiento percibe entre $500 y $1000 adicionales. Todo eso en un contexto en el que las ventas se dispararon, las exportaciones crecieron por encima del 50% en litros y los despachos al mercado interno mostraron un repunte histórico según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV).

Las patronales, sin embargo, se escudan en una presunta caída de la facturación empujada por el deterioro de los precios que afecta al sector desde hace aproximadamente 5 años. El uso del potencial obedece a que la facturación total de los grupos bodegueros es un secreto a voces, por lo que la estadística puede tener características más propagandísticas que científicas. No obstante, repasemos.

Según la Cámara de la industria vitivinícola (que reúne a 250 bodegas del país que concentran el 90% de la exportación de vinos), en el segundo trimestre de 2020 las ventas crecieron en torno al 13,4%, pero la facturación cayó 8,5%. La explicación patronal para este fenómeno radica en que «se vendió más, pero menos premium». Esto es, se despacharon más litros de vino a granel de bajo precio y menos vino fraccionado de alta calidad. Por tal motivo, el precio equivalente de cada caja vendida cayó en promedio un 14%.

El hecho, según advierten los pequeños productores, no es atribuible a la caída del consumo ni a la carga impositiva, tal como aducen desde el empresariado. El INV publicó en 2020 un informe sobre los stocks vínicos existentes en bodegas, y en este revelaba que solo en Mendoza el stock técnico de vinos era de entre 13 y 16 meses. Es decir, combinando el promedio de despachos mensuales del año 2019, tanto de consumo interno que fue de 550.000 hl, de despachos de vinos al exterior que fue de 100.900 hl mensuales promedio, y de destino para otros usos (como para la destilación por ejemplo) con valores de 11.400 hl mensuales promedio, se necesitarían entre 13 a 16 meses para la comercialización y consumo de la cantidad de 10.847.800 de hectolitros de vino existentes a ese momento.

De allí que la supuesta caída en la facturación (tomando siempre en cuenta que dichos valores aún no están transparentados) no tenga que ver con un problema de escasez, sino más bien de sobre stock. Una realidad que se vio acentuada durante los meses de confinamiento, cuando el vino fue declarado producto alimenticio y miles de empleados fueron obligados a prescindir del aislamiento.

 

Las uvitas son ajenas…

 

En la provincia de Salta, el departamento Cafayate lidera las plantaciones con el 75.12% de la superficie cultivada; le siguen en orden de importancia: San Carlos (17.77%), Molinos (4.28%), Cachi (2.66%) y La Viña (0.17%). En estos terruños, el rinde promedio de una hectárea cultivada con vid es de aproximadamente 10.620 kg según datos del ministerio de Producción y Trabajo. Las pequeñas bodegas, que acaparan un porcentaje ínfimo del mercado, vuelcan sus productos mayoritariamente en el mercado interno, en tanto que los grupos económicos priorizan la exportación a países de: Europa, Asia, Oceanía y América del Norte.

«Acá en Cafayate lo que más tenemos es Malbec y Torrontés» destaca Martín Zambrano, empleado del grupo Peñaflor, el mayor productor de vinos de Argentina y uno de los diez primeros a nivel mundial. «Si yo hago más gamelas (recipiente para el transporte de la uva), tengo más ganancias. «Ganancias» entre comillas, porque tenés que estar desde las 6 de la mañana hasta las 13:30 corriendo, cayéndote, saltando, cortando para poder ganar un poco más de lo que se gana mensualmente», añade. En sus palabras, Zambrano deja bien en claro que «ganancias» son las que se guardan sus patrones, mientras que su salario es apenas una porción de aquellas. Aún así, destaca, la cosecha es un momento aprovechado por muchos trabajadores del valle para hacer una diferencia.

 

Un peso por kilo

 

La temporada de cosecha suele abracar unas tres semanas, en las cuales la jornada de trabajo se extiende unas ocho horas o más. «Cada trabajador de Torrontés debe estar levantando entre 2 mil y 3 mil kilos diarios de uva. Hay que tener en cuenta que cada gamela que lleva una persona está entre los 20 y 22 kilos. Eso multiplicado por cien, son casi dos mil. Ellos entran a las viñas, descargan sus gamelas, van y vienen todo el día», describe Zambrano.

Hasta el año pasado, el precio de la gamela en algunas bodegas era de $10, lo que implicaba que la remuneración obtenida por kilo de uva era de apenas $0,50. Este año se llegó a un acuerdo para que ese precio se eleve a la todavía increíble cifra de $1,13. Los motivos por los cuales, el valor del producto se multiplica 50 o 60 veces al llegar a la verdulería son un completo misterio. «El precio de la gamela de uva torrontés es de $25 cada una. O sea que les pagan más o menos un peso por kilo. Cuando uno va a cosechar, tiene que matarse para poder ganar los 20 o 21 días de cosecha. Uno entra siendo joven, pero con el paso de los años el cuerpo no es el mismo. Hay hernias de disco, torceduras de rodilla, de tobillo y un montón de lesiones», destaca Zambrano.

 

Vinos de altura, salarios de hondura

 

Un estudio del sociólogo mendocino Nicolás Guillén pone en evidencia la exigua incidencia del componente salarial en relación a la facturación bruta de las grandes bodegas nacionales, muchas de las cuales operan en Cafayate. Una vez más, se hace hincapié en el hecho de que dichos números corresponden a declaraciones juradas y, eventualmente, a declaraciones mediáticas de los empresarios bodegueros.

Para establecer dicha comparación se tomó en cuenta el listado realizado por la revista Forbes en el que se plasma la facturación de los 15 grupos económicos más importantes, subrayando que corresponden al período económico 2012 y que, como se dijo, de 2016 a la fecha el sector viene alertando sobre una supuesta caída en la facturación. «Si agarrás de 2017 para acá, los millones de dólares se han mantenido parejos porque han seguido exportando. Puede haber aumentado el producto primarizado. Se está vendiendo mas vino a granel, entonces el valor cae y la facturación también», advierte Guillén en diálogo con Cuarto Poder.

De los quince grupos bodegueros analizados, cuatro tienen arraigo en Cafayate: Peñaflor, Zuccardi, Pernod Ricard y Catena. Con US$ 400 millones de facturación anual y 5.215 hectáreas cultivadas, Peñaflor es la mayor bodega del país y es dueña de Trapiche, Santa Ana, Michele Torino, Bodega El Esteco, entre otras 50 marcas. Bajo su órbita operan unos 2800 empleados que perciben 13 salarios anuales en pesos, a los que deben añadirse las cargas patronales. Si se toma como referencia el valor del dolar paralelo, la tasa de incidencia de los salarios respecto de la facturación del grupo es de apenas 4,9%.

Para el caso de Catena Zapata, propietarios de Bodega La Esmeralda y de finca Escorihuela y Catena en Cafayate, la facturación anual se estima en U$S 190 millones. De ese monto, sus 600 empleados acaparan apenas el 2,2% aproximadamente. Por su parte Zuccardi, que produce en Cafayate variedades de Torrontés y Chardonnay, factura alrededor de U$S 75 millones, de los cuales el 8,4% se reparte entre sus 900 empleados. Finalmente Pernod Ricard, cuya facturación se estima en U$S 92 millones, destina apenas el 3,6% de la torta al sustento de sus 480 empleados. Bajo los dominios de este grupo económico se encuentra Bodega Etchart, productora de vinos Cafayate.

A los grandes grupos nacionales que vieron paralizada su actividad por el paro histórico, se suman otras bodegas de arraigo local como: El Porvenir, Colomé, Piatelli y Finca Quara. Esta última de propiedad de Francisco Lávaque, marido de la intendenta capitalina Bettina Romero. Sobre esta bodega en particular, un trabajador que integra la Asociación de viñateros del valle manifestó: «Es una empresa muy sufrida acá, son los que peor cobran. Todos los meses tienen que hacer paro porque les pagan en dos o tres partes. Al 10 de cada mes están cobrando el 50% del sueldo y al 20 o 30, el otro 50%. Es una de las más grandes y por todas las cosas que están pasando, muchos trabajadores se están yendo de ahí».

 

Renegados y concentrados

 

A la hora de justificar estos desbarajustes el empresariado suele apelar a la presión fiscal y al componente impositivo que recae sobre el producto final, solapando en forma deliberada los auxilios estatales de los que muchas veces son receptores. Mientras se esconden los márgenes de utilidad neta, las patronales argumentan que el 43% del precio final del vino embotellado corresponde a impuestos. El informe elaborado por la CAME destaca que el sector primario participa en un 9,4% del precio final de una botella de vino, mientras que las bodegas se llevan un 21,6% y el sector comercial (mayorista y minorista) un 26%. Si bien el resto del precio se compone efectivamente de impuestos, se omite mencionar que casi la mitad de ese elemento corresponde al IVA, tributo que recae íntegramente sobre el consumidor. En ingresos brutos, en tanto, la alícuota para vinos no supera el 1,5% y en el caso de la uva es de 0%.

Entre los fenómenos que acompaña al deterioro del salario y a la escasa participación del sector primario en las ganancias del sector, se destaca la creciente concentración de la estructura patrimonial del mundo viñatero. De las más de 2 mil bodegas que se encontraban en pie a finales de los 70’s, hoy se hallan inscriptas alrededor de 900. No obstante, el número de empresas que se encuentran operativas es significativamente menor. Según datos de la Asociación de Cooperativas Vitivinícolas de Argentina (ACOVI) para el año 2017 en el país, se registraron 484 bodegas fraccionadoras de las cuales las 20 de mayor tamaño (fraccionadoras de más de 10.000 hl cada una) fraccionan el 45% del vino total. Por su parte, existen 387 fraccionadoras pequeñas (cada una fracciona entre 1 y 500 hectolitros) que fraccionan sólo el 26% del fermento de uva.