Hace apenas dos años, el barrio Solidaridad fue el epicentro de un triple crimen que aún hoy se recuerda. Cómo un adolescente mató a su madre y a sus pequeños hermanos para fugarse y terminar confesando, como hacen los hijos que no pueden sostener una mentira. (F.A.)

Todo estaba claro desde el principio. Después del horror inicial, las sospechas casi se confirmaron. Su ropa manchada con sangre en la escena del crimen subrayaba la certeza. Adentro estaban todos muertos, menos él.

Él no estaba.

Nadie lo encontraba.

El triple crimen de barrio Solidaridad apareció en todos los medios nacionales y fue una de las noticias de la semana durante la primera mitad del 2013. Un hecho que despertó especulaciones que pasaron por el incesto y las adicciones.

“Triple crimen en Salta: asesinan a una mujer y a dos de sus hijos. Los chicos muertos son una nena de 8 años y un varón de 12. Los mataron a cuchilladas y martillazos. La Policía busca al hijo mayor, que está prófugo”, aseguraba el diario Clarín el 26 de febrero de 2013.

Ilustraba el artículo una fotografía de una casa precaria, con ladrillos a la vista, sin ventanas. Estaba ubicada en el lote 23 de la manzana 437 B, del barrio Solidaridad. Allí adentro se encontraban los cadáveres de Elena Chiliguay de López, de 34 años, y sus hijos Matías, de 12, y Brissia Ayelén, de 8.

“Desde la Policía de Salta informaron que los cuerpos fueron hallados en el interior de las habitaciones que están delante de la casa en construcción”, informaba FM Capital en esas horas oscuras.

El hecho sucedió el sábado 23 de febrero del 2013. “El triple crimen fue perpetrado entre la tarde y la noche del sábado último, según estimaron los peritos, aunque los cadáveres fueron hallados a última hora de ayer por la madre de la mujer, quien pidió ayuda a la policía para ingresar a la vivienda”, relataba La Nación el lunes 25.

La búsqueda

Tras el hallazgo, los investigadores apuntaban a Darío, el hijo mayor de Elena, de 17 años. “Sin embargo, tanto su abuela como los vecinos, dijeron que el joven no parecía tener problemas con su familia, ni tampoco padecer adicciones o comportamientos extraños. Los vecinos relataron que se trababa de una familia de costumbres normales, ya que al menos nadie conocía que tuviera problemas familiares o en sus relaciones con otras personas. La policía sospechaba que el chico pudo haber sufrido un brote psicótico”, detallaba La Nación en el mismo artículo.

La versión que manejaba Clarín en esas horas era un tanto diferente: “Los investigadores creen que el prófugo es adicto al paco. Pero también siguen otra línea: una ‘extraña’ relación entre el menor y su madre. ‘Tenemos algunas evidencias que indican que ellos podrían haber protagonizado una relación especial’, explicó uno de los policías que siguen el caso”, publicaba el Gran Diario Argentino.

Un dato publicado en Ámbito Financiero alimentaba esa sospecha: “Los forenses también hallaron restos de semen pero no de penetración en el cuerpo de la mujer asesinada por lo que se realizaran cotejos de ADN para determinar a quién pertenece”.

En Clarín también se daban detalles siniestros sobre el hecho: “Los tres cuerpos estaban tendidos en una cama de la habitación. La menor, de 8 años, tenía 14 puñaladas. Al chico, de 12, le destrozaron la cabeza a mazazos. La madre, de 34, tenía heridas de arma blanca y golpes en la cabeza. El asesino dejó en el lugar los elementos que usó para matar a la familia. La heladera tenía manchas de sangre, por lo que se cree que el asesino la abrió para tomar algo después de cometer el triple homicidio”.

Además, una remera y un pantalón deportivo de la talla de Darío estaban en el lugar, manchados de sangre, en un balde en el lavadero.

Las posibles razones

“¿Qué puede pasar por la cabeza de un chico de 17 años para hacer una cosa semejante?”, se preguntaba este semanario, en marzo del 2013, cuando el hecho ya estaba aclarado. Pero antes, en los primeros días, la incertidumbre y las dudas dominaban la escena.

“Ella era una mujer muy honesta y enamorada de Hernán López (esposo y padre de las víctimas). Sufría y lo extrañaba mucho porque se encontraba trabajando en el sur del país”, confiaban los vecinos del barrio, que negaban hechos de violencia previa.

Con el avance de la investigación, sin embargo, la idea del brote psicótico impredecible fue mutando a la hipótesis de una estructura psicológica más compleja y oscura. El cambio de caratula de la causa de “P.D.L.L. s/triple homicidio” a “P.D.L.L. triple homicidio calificado por el vínculo y calificado con alevosía” fue acompañado por la suposición de una psicopatía. La “frialdad” expresada por el agresor hacían sospechar a los investigadores de una patología severa y no la mera “emoción violenta” como explicación del fatal suceso intrafamiliar.

Darío

El martes 26, La Nación titulaba: “El menor prófugo confesó ser el autor del triple crimen de Salta. Se entregó esta mañana luego de ser intensamente buscado por la policía; se había cortado el pelo y escapado a la Quiaca; mató a su madre y a dos hermanos”.

El Tribuno reconstruiría posteriormente las horas que pasaron tras el crimen y la confesión. El matutino relató que luego de asesinar a su madre y a sus hermanitos, Darío se bañó, se cambió de ropa, cerró todo con llave y se dio a la fuga. “Se supo que abordó un remise y se dirigió a la terminal de ómnibus donde adquirió un boleto con destino a La Quiaca, Jujuy, probablemente con la intención de cruzar la frontera. Pero en Tilcara ingresó a un cyber y entró al buscador google.com y estudió un tema: ‘el perfil de un psicópata’, por lo que se presumió que podría fingir. Luego se dirigió a San Salvador y deambuló por tiempo indeterminado hasta que entró a una peluquería, se cortó el cabello tipo comando, pagó $30 y decidió volver a Salta”, narraba el artículo.

En Salta, ese 26 de febrero, Darío se entregó en la sede de la División Criminalística. Se lo alojó en el Centro de Jóvenes en Conflicto con la Ley Penal, en Castañares.

La jueza de Menores 2, Silvia Bustos Rallé, aseguró que hay cosas que todavía quedan en una nebulosa, “como descubrir los motivos que lo llevaron a cometer semejante crimen”.

El después

Tras la captura de Darío, la discusión se instaló ya no sobre las razones del crimen, sino en qué hacer cuando los que lo comenten son menores de edad.

“El triple crimen revivió el debate sobre imputabilidad en los menores; aunque estadísticas oficiales prueban que si bien subió el delito, la participación de menores es mínima”, expresaba otro artículo de este semanario, en marzo de 2013. Mostraba a la violencia como síntoma de descomposición social y analizaba el aumento exponencial de los suicidios adolescentes.

En ese comienzo de 2013, un artículo de “Cosecha Roja”, la Red Latinoamericana de Periodismo Judicial, consultó a especialistas sobre la conducta de Darío.

“Para los psicólogos que trabajan en el fuero penal juvenil, en este primer momento es necesaria la protección del joven para cuidarlo de sí mismo y del entorno, ya que debe encontrarse en un estado de fuerte vulnerabilidad. Los peritajes y tratamientos psicológicos no sólo se manejan en el ámbito de la probabilidad sino que no eximen la necesidad del estado de acompañar al joven en hacerse responsable de sus actos”, expresaba.

Y finalizaba: “Pese a que es posible la simulación, todos coinciden en que es prácticamente imposible sostenerla en el tiempo: no se puede actuar de psicópata para toda la vida”.