El Gauchito Gil es cómplice espiritual de la juventud popular salteña. Viene desde Corrientes y en ocasión de celebrarse un nuevo aniversario de su muerte, muchachos de barrio Postal levantaron un nuevo santuario en avenida Juan B. Justo. (Franco Heslling)

Cada 8 de enero se celebra un ritual de conmemoración de Antonio “el gauchito” Gil. Este año, en la avenida Juan B. Justo, los seguidores de barrio Postal construyeron una garita con techo de chapa acanalada, con rejuntes de materiales que fueron aportando de a poco. Varias estatuillas del Gauchito se apoderan del flamante santuario.

Fabricio, el “Gula” como lo conocen sus amigos, confiesa que “el gauchito me ayudó a salir de las drogas”. La afirmación se completa entre las pitadas que hace a su cigarrillo a medio consumir. Él es uno de los que se alejó del paco tras rehabilitaciones, participaciones en foros de adictos y la renovación de sus motivaciones de vida.

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Desandando ese camino conoció a Sebastián Guerrero. El Seba es un pibe de clase media, comerciante y amante de los fierros, que tras su recuperación fundó un centro de rehabilitación llamado “Guerreros de Vida”. La institución funcionó en primer lugar en la casa de Seba, en el barrio Santa Clara de Asís, y ahora opera en un predio en Campo Quijano, con la dirección del muchacho que presta su apellido a la metáfora del nombre.

“Al gauchito lo conocí por el Seba, sabe toda su historia y lo re sigue. Por eso el gauchito se re porta con él”, señala el Gula con el cigarro ya consumido. Muchos de los adictos al paco encuentran refugio en el gauchito, pero no tanto como forma de salvación, sino más bien como aliado, como aliado que pide y entrega favores.

Con camisa desabotonada, vincha roja sosteniendo sus cabellos ondulados y extensos, un frondoso bigote y las boleadoras entre las manos. Con un pañuelo sobre los hombros y de parada campesina, el Gauchito -ahora con mayúscula- hace rodear sus altares con un halo carmesí, en rojo vibrante.

Télam Mercedes-Corrientes, 08/01/2014 Movilización de los devotos  del Gauchito Antonio Gil que participan en la tradicional  ceremonia de religiosidad popular que se realiza en el santuario ubicado en la ciudad de Mercedes, Corrientes. Foto: Germán Pomar/Télam/dsl

Movilización de los devotos del Gauchito Antonio Gil que participan en la tradicional
ceremonia de religiosidad popular que se realiza en el santuario ubicado en la ciudad de Mercedes, Corrientes.
Foto: Germán Pomar/Télam/dsl

Según cuentan sus acólitos, Antonio Mamerto Gil Nuñez, alias “el Gauchito”, es oriundo de Pay-Urbe, lares que actualmente se conocen como Mercedes. Viene de lo hondo de las tierras correntinas, el corazón del litoral argentino. En esa región es dónde nació la beatificación iconoclasta del Gauchito Gil. Por esa razón, tiene estampa de Chamamé, y en algunas imágenes que se crearon no sólo blande las boleadoras sino también empuña una faca.

Los creyentes no hacen grandes esfuerzos por gestar erudición sobre el Gauchito, lo que se establece es un vínculo personal de dones y contra-dones, hay que portarse bien con el Gauchito para que él haga lo propio con cada fiel. La ecuación se repite en muchos seguidores, que tienen muy claro cómo portarse bien.

Dice Emanuel Barrientos, de los departamentos 480 en Castañares: “No se puede joder con Antonio, se lo sigue bien o te quita todo, lo que te dio te lo saca en un toque”. Sea por sugestión o sea por lo que sea, la reciprocidad parece directa. A cada relato del convencido lo explica el vínculo con el Gauchito, si mostró atención al culto tuvo recompensa, pero si por el contrario fue indiferente, el hito correntino se cobra las desatenciones.

No son lo mismo

Cuando se trata de simplificar, las religiosidades populares son fácilmente englobadas en una misma y única cosa, sin embargo hay sobrados matices y reivindicaciones de distinción. “Nosotros seguimos al Gauchito nada más, algunos creen que porque estamos con él, también estamos con San La Muerte”, aclara el Gula, que se topó con quien escribe estas líneas mientras escrudiñaba el flamante altar en la avenida Juan B. Justo.

El Gula se acercó con paso parsimonioso, hizo un gesto de saludo cordial y se puso en brazos a su pequeño sobrino, quien indudablemente estaba en la etapa de dar sus primeros pasos. Abrió conversación con los ojos entornados por la luz del mediodía, y su gentiliza fue un bálsamo para éste extraño que invadía el espacio sagrado.

Más que un centinela, el Gula se puso en papel de interlocutor, y entendiendo la curiosidad intrusa expresó: “Mirá todo lo que quieras hermano, ni te persigas”. En cinco tamaños diferentes, pero con una estatua central, el Gauchito se replicaba en distintas muñecos. Las variantes eran ínfimas, y los pañuelos rojos aún eran escasos, llamativo en los altares de este insigne popular.

“Se dice que Antonio Gil, el Gauchito, era seguidor de San La Muerte, pero no estoy tan seguro. Por eso yo creo en el Gauchito y nada más”, enfatiza el Gula mientras sacude en los brazos al pequeño. Con sabiduría milenaria, ni bien es puesto en el suelo, el niño avanza hacia la garita y se agarra de uno de sus flancos, sabe perfectamente de qué se está hablando en ese momento.

Una de las versiones asegura que cuando fue ajusticiado, el Gauchito tenía un colgante con la esfinge -payé, en guaraní- de San La Muerte. Por esa razón, habría sido colgado cabeza abajo para que la santidad herética no interviniera. Su cuerpo yace en el cementerio de Mercedes, y el santuario más reconocido es el que está ubicado en la intersección de las rutas Nº123 y 119.

La última ofrenda

Los muchachos de barrio Postal, con Gula como miembro esencial, construyeron este año un santuario en la Juan B. Justo. La pequeña estructura fue un esfuerzo mancomunado de alrededor de diez amigos que frecuentan la casa de Fabricio. “De a poco lo fuimos armando, pispiando quien tenía construcciones cerca, y ladrillito por ladrillito lo levantamos”, relata el joven.

“Primero le metimos a la base, mi tío estaba construyendo así que de ahí saqué una bolsita de cemento, y los ladrillos fuimos viendo cómo traerlos”, asegura Gula y acota que “hay muchas construcciones por acá, entonces de buena onda fuimos consiguiendo que nos dieran varios”. La arena llegó con los aportes de los propios muchachos.

En la parte interior, tiene cerámicos que sobraron de una obra en la casa del Gula. La chapa que hace las veces del techo apareció por la misma gracia de otro de los seguidores del Gauchito. Los cerámicos ya están cubiertos por cera de vela, de las primeras interacciones que desde allí se sembraron el Antonio correntino.

Historia

Las narraciones varían según sea la fuente, pero al menos hay relativo consenso en algunos aspectos que pueden destacarse. El Gauchito Gil era un trabajador agrario que fue reclutado para la Guerra contra Paraguay, en el siglo XIX. Algunos cuentan que se negó en un primer momento, pero que algunos problemas de amoríos lo hicieron ver con buenos ojos la idea de ir a la campaña militar.

Ya de regreso en Pay Urbe, Gil se topó con otro conflicto bélico, las internas entre los federales litoraleños. Los colorados y los celestes, los tradicionales y los liberales respectivamente. Antonio fue reclutado por el coronel Juan de la Cruz Salazar para ser parte de la formación de los celestes. Su cercanía con los colorados hizo que apenas tuviese ocasión se diese a la fuga.

Fue acusado de desertor y se decidió trasladarlo de Pay Urbe a Goya, donde tenían asiento los tribunales que lo juzgarían. El viaje a Goya nunca se concretó porque los verdugos se arrebataron a darle final al díscolo.

En este punto las versiones coinciden: el Gauchito le dijo a uno de sus ajusticiadores que al volver se enteraría que su hijo estaba enfermo y en peligro de muerte, y que entonces se vería obligado a invocar su nombre, porque era un hombre inocente y él estaba derramando su sangre. La amenaza del Gauchito se concitó, y el atribulado padre invocó el nombre de Antonio Gil para salvar a su hijo.

El hecho, según cuentan, habría ocurrido en los tres cuartos del siglo XIX.