En los últimos años la Iglesia atemperó sus imprecaciones contra María Livia Galeano de Obeid y el fenómeno de la Virgen del Cerro. La paz está con ellos, cuestión que se hace visible en las cada vez más aceitadas citas sabatinas. (Franco Hessling)
“Al que madruga, Dios lo ayuda”, repiten incesantemente los católicos que denostan a las almas noctámbulas, a las que relacionan con la oscuridad de la noche, aparentemente opuesta a la claridad de la luz divina. Bajo ese precepto es que las citas sabatinas en el paseo religioso de la Virgen del Cerro son exclusivamente hasta las 12:00. No es que no pueda subirse después, incluso el camino a la ermita está habilitado todos los días hasta las 18:00, pero el ritual que incluye la participación de la heralda mariana, María Livia Galeano de Obeid, se inclina por la claridad matutina.
Los feligreses, cada vez más foráneos que coprovincianos, se agolpan desde las 8:00 de la mañana en la parte inferior de uno de los tres cerros del barrio con idéntica denominación. El hormigueo de peregrinos tiene su punto fuerte en el crepúsculo matinal, no obstante, como algunos espíritus son un tanto más pecadores y por ende están más manchados de la sórdida nocturnidad, el ingreso se habilita hasta el mediodía. Los más impíos, y también los remolones, llegan a contra-reloj, antes que se obture el paso hacia el sitial más encumbrado del rejunte de fieles.
Con la más rigurosa puntualidad, una vez clausurado el paso, cuando el giro del planeta pone al sol a ciento ochenta grados de la tierra santa salteña, se da comienzo al rezo del rosario. En los términos de los servidores de la Virgen del Cerro, se inicia con el recitado del Santo Rosario, rezo que acompaña el paso de los creyentes y de los incrédulos curiosos. Una vez en la cúspide, la organización tiene previsto que los más urgidos tomen asiento en las cercanías de la ungida, María Livia.
Con el beneplácito de algunos párrocos que acompañan la ceremonia, quien se erige como emisaria de la Virgen María se acerca a los expectantes y los cobija, les apoya sus manos, o simplemente los agracia con la cercanía de su campo energético. No a todos los interpela del mismo modo, la respuesta que los servidores se dan es que María Livia actúa con cada cual en consecuencia de los dictados que la madre de Jesucristo le susurra al paso.
Los vicarios que asisten, quienes se cuidan de prestar declaraciones y asumir un rol protagónico, son la viva demostración de la postura que asumió parte de la Iglesia Católica ante el fenómeno secular surgido hace ya más de un quinquenio. Mas que preocuparse por negarlo o restarle “dimensión eclesial” -salvedad realizada durante el papado de Benedicto XVI-, muchos católicos prestan anuencia al desarrollo del culto porque lo consideran un aspecto táctico en la disputa entre religiones y cosmovisiones que se abre con el nuevo espiritualismo, la crisis de los grandes relatos canónicos y la irrupción de ecumenismos eclécticos como los encarnados por el Arte de Vivir, Claudio María Dominguez y hasta la herética Iglesia Maradoniana.
Estos estrategas católicos suponen que es más inteligente absorber las potencialidades de movilización que muestra la supuesta interlocutora de la Virgen, antes que marginarla y empujarla a que trame alianzas con otros cultos marianos que estén por fuera del dominio del Vaticano o de la teología eclesial. No se resuelven a darle entidad definitiva al poder de María Livia, pero tampoco se ocupan de impugnar su autoproclamada relación íntima con María, la Virgen. La convivencia pacífica favorece a ambas partes, a los Galeano-Obeid y a los hombres del Vaticano.
No todos los peregrinos remontan las laderas de los cotizados terruños a pie, algunos servidores ponen a disposición camionetas en las que favorecen la llegada a la cima de quienes presentan dificultades motoras. Según dicen los propios servidores voluntarios, identificados por un pañuelo celeste que cubre sus hombros, los rodados los ponen por decisión propia, sin que medie pedido alguno, además ellos mismos se hacen cargo de los gastos de combustibles.
Pero hay otro medio de movilidad para los que tienen problemas de traslado o alguna forma de pereza con justificación a la altura de la cita celestial: la presencia de colectivos que, evidentemente, forman parte de la flota de Saeta (Sociedad Anónima del Estado de Transporte Automotor). Reticentes a cualquier cuestionamiento que genere suspicacias entre culto y aprovechamiento económico, los servidores consultados por este semanario se precipitan a recalcar que usar esos colectivos no tiene costo alguno para los asistentes que pretenden llegar a la ermita.
Para quienes son un tanto escépticos y consideran que en la sociedad capitalista todo puede ser vinculado con el lucro, brotan ineluctablemente una serie de preguntas: ¿Bajo qué condiciones Saeta pone a disposición esas unidades, que en vez de hacer más confortable el paseo turístico religioso podrían ser empleadas en el servicio de transporte público de pasajeros? ¿Quién decide que esos coches sean utilizados para tal fin? ¿Quién lo autoriza? ¿En qué criterios fundamentan tal determinación?
Ordenados y jerarquizados
Si algo no puede criticársele a la travesía religiosa es la organización, se contempla hasta el más ínfimo detalle y la sensación de quien asiste es que difícilmente un imponderable asalte por sorpresa al ejército de servidores -amén del accidente vial acaecido el año pasado y que incluso tuvo víctimas fatales-. Puestos sanitarios, asistencia médica disponible y hasta una garita policial en el ingreso por Valle Escondido, hacen que el recorrido sea digno de los paquetes turísticos más costosos.
Con la garita policial sucede lo mismo que con los colectivos de Saeta, recursos del estado puestos a disposición de una gesta religiosa que se repone semana tras semana y que, de forma oficial, ni siquiera está reconocida por la Iglesia. Reverberan en las testas escrudiñadoras las mismas preguntas que remataron el apartado anterior de este artículo. La verdad revelada se hace insuficiente ante las verdades empíricas que presenta la reposición sabatina que se realiza cada siete días.
Cuarto Poder dialogó con una creyente radicada en la provincia desde algunos años, oriunda del mediterráneo nacional. Con la tonada característica de los cordobeses, la joven rememora que la primera vez que participó de una peregrinación quedó encantada. Fue una vigilia de jóvenes, las cuales se realizan una vez al año, en las que se congregan juventudes de todo el país que acampan en los pies del cerro el viernes previo a la jornada de encuentro espiritual del sábado.
“Me encantaría ser servidora, pero por ahora no puedo, me hace falta más dedicación, hay que estar cada vez que la Virgen, a través de María Livia, necesita algo. Los servidores no van sólo los sábados”, asevera la joven creyente. Consultada sobre por qué todavía no pudo convertirse en servidora, con aplicación estoica de la doctrina de la culpa, la muchacha reconoce: “No habré demostrado la suficiente entrega”.
Sin embargo, con el disciplinamiento propio de quien justifica su devenir más por la fe que por las acciones concretas, la cordobesa alimenta su devoción con expectativas divinas. “Cuando la Virgen necesite que me convierta en servidora, seguramente así será”, cierra la discusión de las jerarquías con la más enternecedora confianza.