Mauricio Macri le ganó de mano a Alfonso Prat Gay. El saliente ministro de Hacienda y Finanzas tenía previsto alejarse del Gobierno una vez que concluyera el 31 de marzo el último tramo del blanqueo.
“Se van a quedar con la boca abierta”, murmuraba en los últimos días. Refería, en parte, a la opinión pública. Pero, sobre todo, al interior del macrismo donde recrudecían hostilidades. Prat Gay estimaba que el cierre del blanqueo puede arrimarse a los U$S80 mil o U$S100 mil millones. Se alejaría con esa carta triunfal.
Se trataba, de todos modos, de una meta complicada. El ministro despedido no ignoraba que 90 días era un lapso demasiado prolongado para perdurar. Tanto, que no tenía descartada la posibilidad de vacaciones en la segunda quincena de enero. Ni bien el Presidente regresara de Villa la Angostura. ¿Pura casualidad o una premonición?. Los hechos estarían hablando por si solos.
El vínculo de Macri con Prat Gay estuvo siempre rodeado de desconfianzas. Una mezcla de personalidades distintas –el punto en común era la discreción–con visiones también distintas de las necesidades del poder objetivo que requiere cualquier política económica.
El ministro cesanteado jamás comulgó con la fragmentación que el Presidente impuso al equipo económico. Siete unidades (que a partir de la semana próxima serán ocho) si se contabilizan las funciones de los dos ministros coordinadores, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. Prat Gay aguardó para aceptar el ofrecimiento de Macri hasta que Susana Malcorra fue nominada en la Cancillería. Ese constituyó siempre el sillón que más le atrajo. Con el cual especuló incluso hasta octubre pasado. En el mes diez se produjo una doble novedad decepcionante para él: el fracaso de la canciller para llegar a la Secretaria General de la ONU; su decisión de continuar en el cargo al menos hasta después de las legislativas del 2017.
Tampoco su inclusión como ministro de Hacienda y Finanzas estuvo sólo ligada a sus observaciones e intereses personales. Tuvo dos vigas maestras dentro de la alianza oficialista Cambiemos: la del radicalismo, encarnado por Ernesto Sanz, y la de Elisa Carrió, líder de la Coalición. Aunque con la diputada siempre oscilaba. A Macri el ascenso inicial de Prat Gay le calzó bien por dos razones. La amalgama política interna y la imagen hacia la opinión pública de un economista distante de las recetas ortodoxas. El Presidente se sentía forzado a disipar miedos. El kirchnerismo en campaña había instalado con eficacia la prédica de que el ingeniero representaba el regreso del “ajuste neoliberal salvaje”.
Una vez producido el levantamiento del cepo y abrochado el acuerdo con los fondos buitre, en los primeros meses de la gestión, la convivencia de Prat Gay con el Presidente y el macrismo tomó un sesgo tortuoso. Ocurrió en la idéntica medida en que Macri empezó a consolidar su trípode de poder y de gestión que componen Marcos Peña, el jefe de Gabinete, Quintana y Lopetegui. La tecno-polìtica bien por encima de la política clásica. Aquella que continúan reclamando muchos macristas más de los que se conocen, pese a que la única voz que sonó hasta ahora haya sido la del titular de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó.
Prat Gay fue acumulando diferencias dentro del equipo de Gobierno. La que tuvo mayor difusión incluyó al jefe del Banco Central, Federico Sturzenegger. Pero la convivencia se tornó insostenible –sobre todo por la Ley del Impuesto a las Ganancias—con Quintana y Lopetegui.
La salida de Prat Gay no podría ser leída en un contexto acotado. Se produce sobre un final de año en el cual los pobres resultados económicos desataron tensiones inocultables en el macrismo. Que reconocen otras expresiones. La partida de Isela Constantini de Aerolíneas Argentina. El conflicto en el ministerio de Ciencia y Técnología que mantiene a su titular, Lino Barañao, con un perceptible grado de inestabilidad. Ambos poseen relación con administraciones que en el primer año se inclinaron por el gradualismo antes que por la ruptura. Con la incidencia sobre un gasto público que arroja cifras sorprendentes: el macrismo consumió el doble de lo que había presupuestado Cristina Fernández para el 2016.
Esos movimientos dispararían interrogantes capaces de provocar alarma en Cambiemos. ¿Vira Macri hacia una dirección económica más severa y ortodoxa?. ¿Podría hacerlo, sin pagar costos irreparables, en las vísperas de un año electoral decisivo?. ¿No se alteraría, al mismo tiempo, el equilibrio político en la coalición oficial?. No habría respuesta inmediata para esa madeja de dudas.
Las señales de Macri tampoco despejarían el horizonte. Salvo en un aspecto. La determinación presidencial para el ejercicio del poder. La obsesión que transunta, a la par, para resguardar su imagen. Se apresuró a dejar claro que a Constantini se le pidió la renuncia por sus diferencias con el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich. Peña hizo exactamente lo mismo con Prat Gay antes que el ministro saliente tuviera la ocasión de saltar. Quizás se trate de alguna vieja lección que aprendió de Néstor Kirchner.
Macri resolvió ahondar el esquema que tanto disgustó a Prat Gay. Su cartera fue segmentada en Hacienda y Finanzas. Para este cargo dejó a Luis Caputo, cercano al ministro saliente, crucial para las negociaciones externas del área económica. En Hacienda designó a Nicolás Dujovne, de larga trayectoria en el sector privado, que alguna vez se encargó del asesoramiento de Ricardo Alfonsín en una campaña presidencial. Un antecedente –si es que resultó pensado con esa intención—que al menos en las primeras horas del cambio no terminaría de cuajar con las aspiraciones que conserva el radicalismo.
Pedro Lacoste partirá con Prat Gay. También el secretario de Hacienda, Gustavo Marconato. A este funcionario se le endilgan varios de los cortocircuitos que el ministro saliente habría tenido con el macrismo. Se trata de un ex diputado kirchnerista, amigo personal del ex presidente, que había trabado excelente relación con Prat Gay en el Congreso, cuando ambos fueron legisladores. Cristina lo designó en Aerolíneas pero Mariano Recalde y La Cámpora lo crucificaron en un santiamén. Llevó este año parte del peso en el trato con los gobernadores, en especial los peronistas. Como lo había hecho durante una década Juan Carlos Pezoa. Por sus manos pasaron los envíos de los ATN y los giros de la coparticipación.
Esa puntualización remite a Rogelio Frigerio. El ministro del Interior cohabitó sin dificultades con Prat Gay. De hecho, intentó rescatarlo del segundo plano cuando la semana pasada lo hizo copartícipe del acuerdo por la Ley de Ganancias con los mandatarios provinciales. Pero esa sintonía jamás conservó la misma fidelidad con Marconato. Frigerio se quejaba, al parecer, de que el secretario de Hacienda filtraba a veces información sensible a sus amigos peronistas.
Tratando de ocultar el ruido, Macri concluye su primer año de Gobierno con una crisis. No son apenas visiones diferentes, como pretendió disminuir Peña en su rueda de prensa. Nunca la salida de un ministro del área económica representa un dato menor. Menos en una nación aquejada por repetidas inestabilidades y quiebres como la Argentina.
La renuncia de Prat Gay representa solo un aspecto de aquella crisis. La otra radica en el sistema que diseñó Macri en el área económica para sobrellevar la herencia del kirchnerismo y tratar de encauzar las cosas. Ese sistema compartimentado no funcionó hasta ahora. Los números son una evidencia. El Presidente ha decidido profundizarlo como respuesta correctiva. Una apuesta audaz y peligrosa.
Fuente: Clarín