En la procesión, ante 850.000 devotos, con un discurso que apelaba al temor o las esperanzas de los fieles, Cargnello pidió no temer a la religión en las escuelas. Vamos acá a contradecirlo aun cuando al hacerlo, parezcamos esos personajes de García Márquez que partían a cien batallas para perderlas a todas. (Daniel Avalos)
No importa. No correr ese riego, no tomar partido ante el mensaje del arzobispo, sería traicionarnos a nosotros mismos y a esos padres que en el 2010 tomaron una iniciativa que oportunamente celebramos: interponer un amparo judicial contra la obligatoriedad de la enseñanza religiosa por restringir el derecho de las familias para educar a sus hijos según sus convicciones.
Admitamos, no obstante, que Cargnello dijo lo que dijo con el oportunismo propio de un político experimentado. De esos que saben que el éxito de las batallas, depende de elegir con precisión el momento y el lugar adecuado para desplegar el sablazo dialéctico. Cargnello ha confirmado así que además de ser jefe de la iglesia provincial, es también un actor de la política que, como todos, brega por acumular la fuerza necesaria para orientar la realidad hacia una forma que él considera deseable. Un actor político cuya particularidad es propia de los clérigos que a lo largo de la historia, nos han mostrado que una de sus prerrogativas esenciales es la de hablarle sin complejos a todos los sectores de la sociedad. En la procesión del Milagro Cargnello lo hizo así. Con las palabras que uso, les transmitió a todos los presentes una idea más compleja: la desintegración que vive la sociedad se remedia con valores provenientes de la ortodoxia católica. Se los dijo a los padres que recurrieron a la justicia; a los políticos presentes y no presentes que deben ponderar que ante tamaña congregación, oponerse a lo que la iglesia pretende puede resultar inconveniente en términos electorales; a los jueces que deciden sobre estos temas; y al más de medio millón de feligreses que siendo parte de la procesión del milagro, seguramente se habrán sentido como Cargnello quería que se sintieran: seres religiosamente calificados
Dicho esto, entreguémonos al ejercicio de contradecir el mensaje. No hace falta recurrir a la ironía ni al desdén sobreactuado que ciertos discursos polémicos exigen. Alcanza con insistir en lo que ya dijimos: que los valores que según el monseñor redimirán a la sociedad, son históricamente anacrónicos. Analicemos la Ley de Educación Provincial para confirmarlo. Esa ley que enviada por Urtubey a la legislatura en el 2008, con una economía de palabras asombrosa, aprobó la educación religiosa obligatoria en las escuelas (artículo 28 ñ) para los estudiantes de la educación primaria. Ley que también integra el área a los planes de estudio y a los horarios de clase para, finalmente, también conceder a las autoridades eclesiásticas el poder de habilitar a los docentes encargados de impartir la misma. El detalle último no es menor: la iglesia no se conforma con que dios esté en la escuela, quiere y ha logrado que la imagen que de ese dios debe difundirse sea monitoreado por la iglesia misma que Cargnello dirige. Por ello mismo, esa ley incorporó a la estructura del sistema la Modalidad Humanista Moderna (capítulo II, artículo 19), mientras que en el capítulo IX (artículos 46 y 47) se estableció cómo organizarla. Para el primer caso, estableció que la modalidad se haría extensiva a los niveles primarios y secundarios, centrándose en “la persona humana y su dignidad…”, mientras el artículo 47 dispuso que “el Ministerio de Educación, con participación de las instituciones educativas de esa modalidad, establecerá un diseño curricular articulado para los niveles de educación Primaria y Secundaria…”
Allí sí se vio mejor las características de quienes protagonizaron la avanzada católica. Y es que al momento de aprobarse esta ley, las instituciones con esa modalidad eran cuatro. El Bachillerato Humanista Moderno era el más importante de todos y el que indudablemente le otorga dirección ideológica y política al resto. Una institución importante no sólo por sus históricos vínculos con la jerarquía eclesiástica, sino también porque suele pertrechar permanentemente de cuadros políticos y técnicos a los gobiernos salteños. Una institución, además, atravesada por concepciones que están lejos de representar los paradigmas educativos del siglo XXI. Podemos afirmarlo porque hubo un tiempo en que esa institución contaba con un sitio web que permitía a muchos curiosos explorar las concepciones defendidas al momento de aprobarse la mencionada ley. Nosotros fuimos algunos de esos curiosos. Curiosos prudentes que tuvieron el tino de archivar principios y objetivos institucionales que eran los que siguen: “Es objetivo fundamental de la educación impartida por el B.H.M. la formación integral del Hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y redimido por Cristo (…) Prepara la inteligencia en la sabiduría, particularmente la formación moral de la conciencia en la fidelidad a la ley de Dios (…) Promueve la apertura hacia lo trascendente, porque con la luz de la revelación, la criatura humana descubre el sentido de su historia (…) Forma integralmente al alumno para que se incorpore a la sociedad actual, ejercitándolo en la práctica de la moral católica y de la recta conciencia cívica”.
Pero lo que mejor pincelaba la concepción de esa institución era la definición de “humanismo auténtico”. Para ello recurrieron a Juan Pablo II, para quien ese tipo de humanismo encontraba su “fundamento en la dignidad del hombre, que Cristo con su muerte elevó al plano de hijo de Dios, [y que] supone la síntesis de los elementos culturales de todos los tiempos y su integración en función de valores supremos e inmutables”. Y uno leía eso y no podía dejar de exclamar ¡¡Caramba!! En un siglo en donde los debates pedagógicos se preguntan si corresponde seguir formando para la industria o hacerlo para la generación de bienes intangibles como el conocimiento, la información, la comunicación y hasta las formas de modificar las relaciones sociales; acá, en Salta, un monseñor nos pide que no temamos a un tipo de educación cuyas líneas maestras recaen en quienes creen que los hombres son puntos miserables sujetos a normativas “universales, supremos e inamovibles”.
Admitámoslo… ese tipo de educación sí nos atemoriza. No porque creamos que la misma nos convertirá en seres arcaicos que andan en busca de herejes a los que quieren purificar por medio del fuego. Nos atemoriza porque resulta increíble pensar que en pleno siglo XXI, haya gobiernos, el nuestro, que promueven un tipo de educación que reivindica la creencia en un orden trascendente, uno que le impide a los seres humanos elegir sus propios caminos porque quiere conducirlos a la ciega aceptación de lo establecido.
Precisemos ahora que ese miedo que nos genera esa educación, no es el tipo de miedo que paraliza a los hombres y mujeres. Es un miedo de otro tipo. Uno que en vez de paralizar, nos empuja a los hombres y mujeres a tratar de escapar al estado de peligrosidad que Cargnello nos propone para así bregar por un orden de cosas que supere lo que Cargnello considera deseable. No sólo porque adscribamos a una modernidad que hace siglos renuncio no a la idea de Dios, sino a la idea de que los preceptos divinos que siempre son administrados por una iglesia regulen la convivencia entre los humanos. También porque creemos que cuando las sociedades se independizaron de Dios, los avances del conocimiento y el desarrollo de las sociedades dieron saltos agigantados. Y también porque hay ejemplos prácticos que muestran que cuando la educación queda atado a lo que piensan la iglesia de Cargnello, pasan cosas como las que ocurren en Salta y que son terriblemente injustas y opresivas: obstaculizar, por ejemplo, que las instituciones educativas cumplan la ley de educación nacional que exige una educación sexual integral (2006) que provea información científicamente probada y de calidad que permita mejorar la calidad de vida y planificación familiar; o atentar abiertamente con otras leyes como las del aborto no punible que acá encuentra un muro de contención con protocolos dictados por la religión y aplicados escrupulosamente por jueces arcaicos que entorpecen el acceso a derechos ya consagrados no por Dios, sino por los hombres y mujeres de carne y hueso.
Nuestro miedo es entonces, abiertamente positivo. Es la materia prima con la que se amasa una abierta rebeldía contra un grupo dirigente que gobierna como si viviéramos en tiempos en donde el cuerpo místico y la comunidad civil estuvieran amalgamados. Una Salta en donde el arcaísmo religioso se alió con un patriciado anti moderno con el que siempre comulgó y que ahora ha hecho de la educación y la justicia puntas de lanzas estratégicas para intentar congelar la historia en esta parte de un mundo que, salvo en regiones en donde la teocracia islamita es hegemónica, fluye para otro lado. A esa Salta por la que Cargnello milita, que quiere usar a las escuelas como células de evangelización, que ve en la justica la institución capaz de contener las leyes que amplían derechos… hay que seguir diciéndole simple y poderosamente NO. Aun cuando haciéndolo, terminemos pareciéndonos a esos personajes de García Márquez que partiendo a cien batallas, solían perderlas todas.