Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano: El Prócer de la Concordia

Martín Miguel Güemes Arruabarrena

Todo el país debería recordar siempre su actuación descollante en el actual Norte Argentino, entonces la Intendencia de Salta del Tucumán, a través de la Gesta heroica del Éxodo Jujeño (23.VIII.1812), el Combate de las Piedras (3.IX.1812), Batalla de Tucumán (25.IX.1812), el Juramento a la Asamblea del Año XIII a orillas del Río Pasaje y la Batalla de Salta (20.II.1813), todos estos hechos nos ubican en el plano del haber de su acción militar. El debe, estuvo recorrido por la campaña al Paraguay y las derrotas sufridas en Vilcapugio y Ayohuma, en el Alto Perú. Derrotas que Belgrano capitalizó con una mesura política y experiencia militar excepcional, coronando su actuación institucional, con la alta magistratura moral que ejerció en el Congreso de Tucumán. Su propuesta de instituir la Monarquía Constitucional temperada en cabeza de un Inca, con capital en el Cuzco, tenía en mira incorporar al mundo aborigen al proyecto criollo gaucho. Impidiendo de esta forma, la disgregación espiritual y territorial de la América profunda. Al asumir el mando del Ejército del Norte, por indicación del Director Supremo de las Provincias Unidas de Suramérica Brigadier Gral. Juan Martín de Pueyrredón, se convirtió en asesor y protector político (a retaguardia en Tucumán), de su amigo el Coronel Mayor Martín Miguel de Güemes, conductor de la tierra en armas, de la gesta de la vanguardia de las milicias gauchas, epopeya salto jujeña que salvó a la Patria naciente (1816 /1821).

Nos acercamos más a su legado, a su proyección hoy, si recordamos su permanente vocación educativa. Probada en los hechos al redactar un estatuto para docentes, y donar el dinero necesario para la construcción de cuatro escuelas, en Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy y Tarija (todas ciudades pertenecientes a la Intendencia de Salta del Tucumán). ¿Por qué Belgrano no donó parte del dinero ganado como premio por la Batalla de Salta, a la ciudad norteña? ¿Contaba Salta por entonces con alguna escuela? ¿Nos dejó a los salteños, algo más importante? Creo sinceramente, que sí. Nos dejó el ejemplo caballeresco, de benignidad con el vencido. Símbolo imperecedero de la concordia política. Después del triunfo en Salta, con el ejército realista derrotado, Belgrano perdonó a su Jefe, Oficiales y Tropa, con la condición de que juraran no volver a levantar las armas contra la Patria naciente. Es de recordar que en la Batalla de Salta, ondea por primera vez nuestra Bandera Nacional, en el territorio de la actual República Argentina.

Como corolario de la lucha, mandó enterrar a patriotas y realistas en una fosa común, cuya cruz reza: Ni Vencedores Ni vencidos. Consigna que recorrerá nuestra historia, buscando superar los enfrentamientos infecundos de nuestras luchas internas.

Traicionando la benignidad ejercida por Belgrano, podemos asegurar que en nuestra patria, siempre hubo perjuros que volvieron al combate, defendiendo el absolutismo, y otras camarillas militares, traicionarían el juramento a la Asamblea del Año XIII, a orillas del Río Pasaje. Hecho trascendente de sumisión a la Ley, al Estado de Derecho.

Podemos rastrear el origen de su vocación por la concordia nacional, en un escrito publicado en el “Correo de Comercio”–diario que se emitía en los meses previos a la revolución del 25 de mayo de 1810–titulado: Origen de la grandeza y decadencia de los imperios. Este ensayo político, apareció el sábado 19.V.1810, a seis días del Primer Gobierno Patrio. En el mismo, expresaba Belgrano lo siguiente: “(…) Procurando indagar en la historia de los pueblos las causas de la extinción de su existencia política, habiendo conseguido muchos de ellos un renombre que ha llegado hasta nuestros días, en vano las hemos buscado en la falta de religión, en sus malas instituciones y leyes, en el abuso de la autoridad de los gobernantes, en la corrupción de las costumbres y demás. Después de un maduro examen y de la reflexión más detenida, hemos venido a inferir que cada uno de aquellos motivos, y todos juntos, no han sido más que concausas, o mejor diremos, los antecedentes que han producido la única, la principal, en una palabra, la desunión.”.

El Dr. Armado Alonso Piñeyro, en su obra: “Cronología Histórica Argentina”, se pregunta: “¿Pensaba Belgrano al escribir estas frases en la situación de España, en esos momentos parcialmente ocupada por los ejércitos napoleónicos, y, por lo tanto, dividida? ¿O meditaba también en la influencia de esos gravísimos episodios en la actitud del virreinato, particularmente en Buenos Aires?”. Belgrano insistía: “(…) Nos dilataríamos demasiado si nos pusiésemos a referir las naciones que han existido en Asia, África, Europa y este continente, y describiésemos los hechos que acreditan que la desunión ha traído consigo su anonadamiento, después de haberles hecho el juguete del primero que se aprovechó de ese estado, y haberlas reducido al de la estupidez más vergonzosa.”. Belgrano con este artículo, llamaba a la reflexión, para evitar la anarquía, que nace de la falta de unidad de acción y de pensamiento. Continuaba imprecando, así: “(…) Ella (la unión) es la única capaz de sacar a las naciones del estado de opresión en que las ponen sus enemigos, de volverlas a su esplendor o de contenerlas en las orillas del precipicio.”. Belgrano claramente se dirige a nosotros, desde el pasado, o sea desde su presente libertario e independentista, mirando el porvenir… Cuando se trata de la libertad, de la independencia, de la unidad para conseguirlas, afirma: “(…) Por lo tanto, es la joya más preciosa que tienen las naciones. Infelices aquellas que dejan arrebatársela, o que permiten siquiera que se les descomponga; su ruina es inevitable, y lo peor es que se hace imposible recuperarla, o si se consigue, es, padeciendo las convulsiones más violentas y los males más penosos.”. En este nuevo aniversario de la batalla de Tucumán (24.09.1812), cuya desobediencia histórica (desde Buenos Aires, le ordenan abandonar al Norte), permite contener la invasión de Pio Tristán a nuestras tierras. Nuestras antinomias contemporáneas, grietas las denominan, nos traen al recuerdo, lo imaginado por Ricardo Rojas, quien evocando la sombra del patriarca oye que le habla de esta manera “(…) Yo amé a los extranjeros que a mi Patria llegaban en las naves del mar, porque uno de ellos fue mi padre; yo inventé la bandera para que los hijos de la inmigración como yo, pudieran también amarla; yo amé a los indios, porque ellos eran el primer boceto de la humanidad en nuestra tierra, y ellos me pagaron aquel amor secundándome en las hazañas; yo amé al artesano y al labriego, y por su liberación trabajé desde los días del Consulado; yo respeté a los maestros y fundé escuelas, porque supe que la ignorancia es el antro de toda fatalidad en la historia; yo amé a mis adversarios y abracé a Tristán vencido frente a mi tropa vencedora; yo recogí los muertos de mis batallas en una tumba común, y sobre sus restos puse una cruz de amor en Castañares, confundiendo en un solo manto de la santa tierra a los combatientes de la víspera; yo no odié a España donde me eduqué, sino a las instituciones injustas, y quise superarlas por un ideal de justicia; yo perdoné a los gobiernos que me degradaron y a las muchedumbres que me desconocieron; yo entré en la lucha sin rencores y cumplí mi deber con resignación, y mi agonía fue serena, porque nunca ambicioné poderes, ni premios, ni honores; yo comprendí desde temprano que los hombres somos juguetes de una voluntad invisible y que servimos mejor al destino supremo de la vida poniendo nuestra carne a quemar, no en el tizón del incendio de mezquinas pasiones, sino en la antorcha de fiesta de más permanentes ideales. La Patria fue para mí una forma perfecta de esa religión de amor, y simbolicé mi propia vida y mi ideal de amor en los suaves colores de mi bandera… si hay allá abajo todavía, gentes que siembran odios, diles, aunque me aclamen, que ellos me han olvidado”.