Por Alejandro Saravia
En política, como en todos los campos, el que se calienta pierde. Tanto los que ejercen una representación como los que eligen a los representantes: lo uno y lo otro, si se hace en medio de una calentura inexorablemente se pierde. Por eso para el próximo domingo a la calentura hay que dejarla en casa y al voto hay que pensarlo y depositarlo con la cabeza fría. Recordar que en una democracia medio mezquina como la nuestra el momento del voto es sagrado. Es aquel momento en el que todos nos igualamos porque los votos se cuentan de a uno y cada uno de ellos vale igual que los otros. Si bien habría que extender la posibilidad de esa participación, por ahora es lo que tenemos y por eso es medio mezquina.
Tras el debate del domingo pasado la gente de Milei quedó aliviada y lo vivieron como un triunfo porque éste no reaccionó violentamente, porque no produjo ningún exabrupto ni alguna salida descomedida y violenta como las que suele hacer. En son de broma alguno por ahí comentó algo acerca de las bondades de los psicotrópicos. En realidad, con ese alivio están reconociendo que Milei incurre en ellos con suma frecuencia lo que lo hace muy poco recomendable para asumir la carga de una función que se caracteriza por sostener sobre las espaldas de quien la ejerce una enorme responsabilidad como lo es el de un poder político concentrado en la presidencia de la Nación.
Siendo así, sus adláteres están reconfirmando la por todos intuida ausencia de un equilibrio emocional indispensable para soportar esa carga. En efecto, el debate lo mostró como una persona que en pos de mantener un forzado equilibrio gastó en ello toda su energía dejándolo en un estado prácticamente de no contest, como aquellos boxeadores que aún de pie están groguis.
Milei puede ser un técnico económico de primera, cosa que no está en discusión. Lo que sí está es que no tiene la necesaria madurez y equilibrio emocional para tremenda carga y sólo una mucha bronca concentrada de sus votantes es lo que impide a estos mismos darse cuenta de ello. Entonces volvamos al principio: en política, como en todos los órdenes de la vida, el que se calienta pierde. Tanto el representante como los representados, siempre el que se calienta pierde. No sirve, entonces, una calentura para asegurar una buena elección. Al contrario, una calentura garantiza una mala elección. Así en la vida como en la política. Para acercarse a lo óptimo es necesario tener la cabeza fría y pensar. Con el agravante, en este caso, que no sólo pierde el que pone su voto sino que nos hace perder a todos los habitantes de este ya castigado país.
Jorge Asís, afamado escritor y analista político, sostiene siempre que en este país todo termina indefectiblemente mal y que a todos hay que respetarle el derecho a fracasar. Incluso a Milei. Pero sucede que estamos viviendo una situación límite y no tenemos margen para seguir fracasando. Todos somos conscientes de que llegamos al fondo del pozo. Por eso mismo es que ya no hay margen para más fracasos.
Muchas veces, quizás hasta el hastío, repetimos lo de Juan Carlos Portantiero acerca del empate hegemónico que significa que desde los orígenes de nuestra historia debaten dos proyectos políticos, económicos, culturales e institucionales, pero que ninguno de ellos puede imponerse sobre el otro aunque mantenga, sí, potencia obstructiva: no puedo imponer mi proyecto pero puedo impedir que vos me impongas el tuyo. Esto lo venimos soportando desde casi el inicio de nuestra historia.
Las generaciones del 37 y 80 del siglo XIX tenían un mismo proyecto y, salvo algunas discusiones como las de Alberdi con Sarmiento, lo impusieron y triunfaron logrando hacer de éste un gran país. Pero, para ello debieron derrotar a Rosas y mandarlo al exilio. Pero si atendemos a quién derrotó a Rosas, es decir Urquiza, veremos que se trata de alguien del mismo palo: un gobernador, federal, si bien de Entre Ríos. Se suele decir que no hay peor astilla que la del mismo palo y por eso mismo pienso que el empantanamiento que padecemos puede ser superado con una elección inteligente en el próximo domingo y que en cierta manera responda a esa máxima.
En este momento, Cristina Fernández y Macri personifican aquellos proyectos obstructivos. Representan también, y por eso mismo, la afamada grieta que nos empantana. Algunos, para cifrar esto, hablan de péndulo. La derrota de ambos significaría la superación de esa situación y estaría, paradójicamente, representada por el triunfo de Massa y su proclamado gobierno de unidad nacional, como ya acá lo dijimos. Pero para ser superador ese resultado tendría que reunir algunos requisitos: convocar a todos a ponerse de acuerdo sobre qué se debe hacer con nuestro país; renunciar a la reelección porque éstas distraen de la tarea fundamental y, necesariamente, hacerse cargo del reclamo de los votantes de Milei y de su hartazgo, totalmente justificado por otra parte, por los excesos de la casta. Que desde ya existen como lo pudimos comprobar en la pasada cuarentena y también en cada día que pasa y vemos seguir figurando a tantos funcionarios públicos enriquecidos sin que se les mueva un pelo.
Cualquier otra persona que pretenda hacerlo va a fracasar. Incluso Milei, y no sólo por su inmadurez emocional sino por los obstáculos que ante él se van a alzar de modo que todas las energías se gastarán en esa pulseada sin que ello dé frutos. Por eso es que insisto: no hay peor astilla que la del mismo palo si de lo que se trata es de trascenderlo