Por: Valeriano Colque

 

Es errónea la interpretación que valora los votos a Javier Milei como una ampliación del espacio liberal, anteriormente sólo representado por Juntos por el Cambio. Creer que dos tercios de los votantes adhieren a las ideas de la libertad comercial, las leyes del mercado, la necesidad del equilibrio fiscal e ideas afines a estas es una ingenuidad.

No es ni la dolarización, bandera silenciosamente ya arriada, ni el cierre del Banco Central lo que convoca a los votantes de Milei. Es el rechazo a la “casta política”, o sea la firme creencia de que la crítica situación del país obedece los excesos dilapidadores de quienes ejercen el poder político en distintas instancias. Concluyen que, en consecuencia, hay que terminar reciamente con ellos y que con la supresión de ministerios, organismos y funciones, todo se ordenará dócilmente. Tentadora fórmula mágica que seduce a vastos sectores por su sencillez y por su supuesto bajo costo social.

Las adhesiones a Milei atraviesan a todas las clases sociales y, para sorpresa de los analistas políticos, ha perforado bastiones que parecían inexpugnables, como las provincias del noroeste, históricamente cautivas del peronismo.

Es un voto equivalente al “que se vayan todos” de 2001, saturado de fastidio pero preso de una mirada primitiva de la política. Caldo fértil para una nueva frustración.

Como una muestra de su doncellez política, en la dirigencia libertaria parece anidar la creencia de que puede repetir los años de las transformaciones de Carlos Menem y que, para ello, necesita de la anuencia del peronismo a fin de concretar su programa. Eso explicaría que Milei no sea claro respecto de las transformaciones de la legislación laboral ni tampoco de los recortes al poder sindical, uno de los principales pilares de la mentada casta política.

Con listas de diputados y senadores impregnadas con integrantes de reciente militancia en el peronismo, está claro que Milei carece de las herramientas políticas para cumplir mínimamente con sus propuestas, que antes lucían muy severas y ahora aparecen altamente morigeradas.

La supresión de ministerios es una respuesta muy exigua a los complejos problemas políticos, económicos y sociales que el país ha venido acumulando en las últimas décadas. Apenas podrá dar una satisfacción efímera a sus votantes, que se sentirán felices porque desaparecieron un par de miles de cargos públicos y creerán que, de ese modo, contribuyeron a la solución del déficit fiscal.

El peronismo tiene claramente identificado a su verdadero enemigo electoral. Y no es Milei. Para el caso de una presidencia del libertario, el oficialismo tiene una batería pesada para enfrentar al nuevo y frágil poder virginal que se anuncia. Las formulaciones teóricas y genéricas acerca de las ventajas y excelencias de la libertad se disolverán en el aire ante la presencia ruda del poder real de gobernadores, sindicatos, piqueteros y barones del conurbano. Con gesto de suficiencia, pedirán que todos se rindan ante la evidencia: sin el peronismo, es imposible gobernar.

La búsqueda de un empresariado industrial que lidere el proceso de modernización económica del país ha sido una constante desde el regreso de la democracia. Es un viejo sueño, aún lejos de concretarse. Con el paso de los años y probablemente en defensa propia, el empresariado argentino ha desarrollado sus negocios al amparo de la protección estatal, con la cuota de corrupción que esto implica, tal como ha quedado claramente expuesto en la llamada “causa de los cuadernos”.

Se trata de un empresariado poco dispuesto a la competencia, consciente de sus bajos parámetros de eficiencia. Sobrevive por la protección estatal y se muestra siempre renuente a una cuota de libertad comercial que signifique cotejar sus productos con los de otras latitudes.

Es el empresariado que rechazó los intentos de Macri de ordenar la economía y profundizar los criterios de libre competencia. Acostumbrado al apoyo del Estado, es amplio responsable de que la economía haya llegado a su actual situación, con profundas distorsiones de difícil remoción en el corto plazo y con su robusta incapacidad para generar las divisas que necesita para producir y crecer.

Amplios sectores del empresariado argentino, lejos de liderar un vigoroso proceso de transformaciones, se muestran medrosos, y lo que menos desean es una economía que los priven del intercambio viscoso que sostienen con los funcionarios estatales que, desde el poder, alimentan su quedantismo.

Protegidos de la competencia con el exterior, se sienten relevados de mejorar su eficiencia. Cualquier modificación de la situación actual los asusta.

Entre ellos, no pocos productores agropecuarios miran con simpatía a Milei porque creen haber encontrado ¡finalmente! alguien que los representa cabalmente en su desprecio hacia los políticos y la política.

Con esta suma de emociones, amores y rechazos, se están construyendo las decisiones que determinarán al nuevo presidente. Y, probablemente, las nuevas frustraciones.