por Alejandro Saravia
El resultado de las primarias del pasado domingo 13 de agosto es el mejor homenaje que se pudo hacer a los 40 años de democracia. Como varias veces lo dijimos, la democracia posibilita la autocorrección de errores a través del voto. Por ello es un sistema virtuoso. Rindo hoy mi sincero homenaje a los ciudadanos argentinos que supieron dar tamaña lección a la dirigencia política que, cada día más, tiende a su oligarquización, es decir, a actuar en su propio provecho sin interesarle el de la sociedad a la que se debe. Se cumple con ella nítidamente aquella ley de hierro que enunciaba Robert Michels.
Hasta hace 40 años cuando se insinuaba alguna falla en los gobiernos, cuando éstos se desestabilizaban por hechura propia aunque por lo general era por autoría ajena, o cuando éstos no daban las respuestas para las que habían sido elegidos, aparecía, por propia iniciativa o inducida por terceros, otra casta que se pensaba la reserva moral, la de los militares, que derrocaban al que ellos y sus asociados consideraban inconvenientes en esas circunstancias, e impedían que la propia sociedad, los ciudadanos, corrigiesen con su voto esas fallas, esas inconveniencias. No sólo se abortaba la virtud autocorrectiva de la democracia sino que, también, se taponaba la aparición de una nueva dirigencia que mejorase a la anterior. De aquellos polvos estos lodos.
Eso impedía, insistimos, no sólo la solución de los problemas, la aparición de nueva dirigencia o nuevas ideas para afrontarlos, sino que se congelaba como en un freezer a la vieja dirigencia y a las viejas ideas y, cuando fracasaba la aventura militar y se debía corregir los nuevos problemas generados por ésta, aparecía la vieja dirigencia, con sus viejas ideas, y procuraba solucionar no sólo los viejos problemas de antaño sino los nuevos creados por los usurpadores. Un círculo vicioso de nunca acabar.
Hoy, la cuestión es diferente: la propia sociedad a través de su voto muestra una alternativa. Y no sólo eso: muestra su desagrado con aquella dirigencia que sólo utilizaba la democracia, al Estado y a los gobiernos, en provecho propio. De eso se trata lo que sucedió el pasado domingo 13 de agosto. Por eso nuestro homenaje a la democracia. Aun estando en las antípodas ideológicas de quien sacó la mayor cantidad de votos en las PASO, Javier Milei, me congratulo de la lección que la sociedad dio a esta mala dirigencia política.
Nosotros en la última columna anterior a las PASO, aludíamos a un libro, corto pero sustancial, escrito en 1998 por Tulio Halperín Donghi: “La larga agonía de la Argentina peronista”, y nos preguntábamos si esta aparición revulsiva de Milei no marcaría el estadio en que estaríamos de esa agonía secular.
Lo propio hizo Ernesto Tenembaun en su columna del pasado lunes 14 de agosto en INFOBAE, preguntándose si con esta irrupción de Milei no se estaba dando término a aquella larga agonía y si esta irrupción no sería un fenómeno equivalente a aquel que hizo la propia irrupción del peronismo el 17 de octubre de 1945, día en el que también cambió todo en el escenario político de nuestro país. Las elecciones de febrero de 1946 así lo demostrarían.
Como fuere, la democracia, a través de este revulsivo puso todo patas para arriba y nos dijo, simplemente, que el rey estaba desnudo. Que a nadie interesaban los devaneos de una supuesta dirigencia que sólo se preocupaba por ella misma.
Está claro que como todo revulsivo tiene sus cosas buenas y otras malas. Pero, para acceder a las buenas hay que pasar por las malas. Lo bueno, desde ya, es que la propia democracia nos puso frente a un espejo sin necesidad de tutores. De allí mi homenaje.
Está claro que en nuestra provincia todo llega después, con efecto retardado. Acá siguen predominando las astucias de los pícaros con la complicidad de los que tendrían que ponerles límites pero no lo hacen por propia obediencia y conveniencia.
No es de extrañar, siendo, la provinciana, una cultura demasiado funcional a lo que fueron aquellos golpes militares, y también a la construcción de nuevas oligarquías y a la conservación mezquina de cualquier privilegio. Quizás, como ahora a nivel nacional, llegará el día de la desnudez del rey y de la democratización real en la que nadie sea más que nadie. Es, también, como aquella de la Argentina peronista, una larga agonía, pero, tarde o temprano, llegará ese día…