Por Alejandro Saravia
Cuenta la historia que Enrique de Navarra, hugonote, es decir protestante en un contexto de sangrientas guerras religiosas europeas, siendo pretendiente al reino de Francia, país en el que se exigía que para ser rey debían ser católicos, se despachó con una frase que habría de pasar a la posteridad como arquetipo de cinismo: “París bien vale una misa”, dicen que dijo para cohonestar su pretensión y actuar su mentirosa conversión al catolicismo. Se erigió así en Enrique IV, rey de los franceses. El siglo XX, claro, también tiene sus ejemplos. Está el de Groucho Marx, para empezar, con su siempre recordada frase: “…Estos son mis principios, si no le gustan tengo estos otros…”.
En estos lares tenemos, qué duda cabe, buenos ejemplos de cínicos que, como el perro de la alfombra, se hacen los distraídos. Lo vimos en la confección de las listas de candidatos a diputados nacionales presentadas recientemente, en las que pululan, tanto en las oficialistas, como era de esperar, pero también en las sedicentemente opositoras, personeros del gobernador Gustavo Sáenz, convalidando con ello lo que desde hace ya mucho tiempo afirmamos que en Salta existe un sistema político hegemónico. Hechura, claramente, no sólo del partido gobernante sino que tiene como cómplices necesarios a los partidos de la supuesta oposición, quienes deberían ejercer precisamente eso, la oposición, y no hacerle el juego al mandamás de turno. Todo ello con un agravante: todos los copartícipes de esta maniobra adolecen de un sustancial defecto como es la falta de legitimidad.
Como no podría ser de otra manera la boleta de Unidos por la Patria, como se ha dado en llamar en esta instancia electoral el justicialismo, está llena de peronistas. Pero en las boletas de los supuestos partidos opositores, el 50% son saencistas, es decir, peronistas, oficialistas. Es obvio, algo no cierra.
La lista que supuestamente responde a Rodríguez Larreta está integrada, en segundo lugar, esto es, entrable si gana, por un importante funcionario del gobierno de Sáenz. La que representa a Bullrich, también en segundo lugar lleva a la secretaria de Sáenz, es decir la persona de mayor confianza del gobernador si nos atenemos a la etimología de la palabra secretario, la persona que guarda los secretos de su jefe.
Pero si atendemos a las personas que negociaron esos lugares nos damos con un grave problema de legitimidad por partida doble. En efecto, los que negociaron la lista de los de Larreta, encabezada por Inés Liendo, son los interventores del PRO que ni siquiera conocen la realidad salteña atento a que son porteños que no viven en la provincia.
Esto se agrava con quienes negociaron la lista de Bullrich, encabezada por Miguel Nanni, negociación llevada adelante por el propio Nanni quien aceptara llevar como su segunda a la secretaria del gobernador. Negocia para sí mismo y vende el prestigio de la UCR a un mejor postor. Eso, de suyo, ya sería absolutamente inaceptable pero hay que agregarle un dato para que sea escandaloso: Nanni para negociar esa postulación para sí mismo invocó un título que no posee: el de presidente de la UCR salteña. En efecto, el término del mandato de Nanni como presidente está ya vencido desde hace un buen tiempo y prorrogado improcedentemente por el presidente de la UCR nacional, Gerardo Morales. ¿Por qué improcedentemente? Porque Morales no puede subrogarse en las personas de los afiliados radicales salteños y mucho menos hacer letra muerta de su Carta Orgánica. Es decir que Nanni es un funcionario de facto en la UCR salteña que no la representa para estos enjuagues y mucho menos para postularse él mismo.
El nacimiento del radicalismo estuvo cifrado por la lucha contra el fraude del denominado orden conservador. Ese es el sello con el que nació: la causa contra el régimen. Por ese fraude ese orden conservador tuvo un problema de legitimidad, reconocido por uno de ellos mismos, Roque Sáenz Peña. Por eso la legitimidad es la clave de bóveda del sentido histórico de la UCR. Es la que se ve afectada en esta tramolla. En consecuencia, hay una cuestión de principios que hace a la propia dignidad partidaria. Con misas o sin misas, como las de Enrique IV de Francia, hasta el cinismo tiene límites.
Este episodio me remontó a dos personajes, obviamente disímiles: uno el emperador romano Calígula cuando designó a su caballo Incitatus como cónsul. El otro es al leal adversario que tuvimos en la legislatura de los 80, Eduardo “el Garfio” Barrionuevo, cuando en sus recordados discursos incluía a veces, con gracejo, aquello de que en el país de los enanos el rey es el más enano…