Por Alejandro Saravia

Los hechos acontecidos el pasado 20 de junio, día que debió ser de conmemoración del prócer más íntegro que tuvo la historia argentina, Manuel Belgrano, con tantos lazos de afecto con Jujuy, se “celebraron” armando una tentativa de golpe institucional en esa vecina provincia, al que muchos analistas identificaron con una tarea de adelantamiento por lo que vendrá cuando el peronismo kirchnerista y socios de la izquierda pasen a su etapa de oposición al venidero gobierno nacional, en el probable caso de que el mismo sea ocupado por la actual oposición de Juntos por el Cambio.

Esos hechos de ensayo por lo que se supone vendrá, reflejan con intensidad una paradoja que envuelve al actual oficialismo. Pero, a decir verdad, no son los únicos hechos que trasuntan esas paradojas. Para señalarlas, refresquemos algunos conceptos que hacen a la existencia del Estado. Los elementos que lo integran, pacíficamente admitidos, son: un territorio, población, un aparato administrativo de naturaleza burocrática, gobierno y el monopolio de la fuerza. Convencionalmente se los condensa en tres: territorio; población; poder, concebido como monopólico. A éste, al monopolio de la fuerza por parte del Estado, el sociólogo Max Weber lo erige como el definitorio, el central.

La paradoja es que el núcleo gobernante, el peronismo en su versión kirchnerista, al que se lo concibe como “estatista”, puso en entredicho esos elementos integrantes del concepto del Estado, tendiendo a su supresión en los hechos. Respecto del territorio nacional, tal fenómeno lo vemos respecto de los mapuches del sur con los cuales graciosamente se les dona tierras bajo la única condición de que se auto perciban como tales. Así de sencillo. Cualquier avispado podría ver tras ello un simple negocio inmobiliario a desarrollar en el futuro, atento a que esas donaciones se hacen en las zonas quizás más pintorescas del territorio nacional. La cuestión es que se pone en crisis a uno de los elementos componentes del Estado.

Sucede también con el elemento al que Weber señala como el central en la definición de un Estado: el monopolio de la fuerza. En cada piquete que organizan, en cada movilización, disputan con la policía esa instrumentación, con el agravante de que ya hay demasiados ejemplos de que directamente utilizan esa violencia en contra de la misma. Lo de Jujuy fue un ejemplo. Lo de la Plaza de los Dos Congresos en 2017, cuando la sesión en que se debatía la actualización jubilatoria, otro.

Estas manifestaciones de infantilismo político, a cuyo respecto Jorge Asís califica de “revoluciones imaginarias”, resuenan algo así como una revancha. Una revancha de aquella expulsión de la Plaza de Mayo, precisamente un 1 de mayo de 1974, cuando Perón echó de la misma a esos “estúpidos imberbes” y volcó sus favores organizacionales en lo que llamaba la columna vertebral del movimiento, es decir, en las corporaciones sindicales. Y ahí está otra paradoja. Ahora vemos a esos mismos gremios, favorecidos en aquel momento por Perón, haciendo seguidismo al juego de izquierda de aquellos imberbes, hoy setentones.

También se ve ese desvanecimiento del Estado, en su amorfo engordamiento tornándoselo en algo absolutamente inútil, incapaz de efectuar las más mínimas prestaciones esenciales, limitándolo a ser distribuidor de subsidios con afán clientelístico. Un estúpido amorfo. Un instrumento inútil.

En esta dirección es sencillo reflejar un paralelismo entre lo sucedido en el Chaco y en Jujuy, en línea con lo que estamos diciendo. En efecto, tanto en Jujuy con la Tupac de Milagro Salas, como en el Chaco con la Emerenciano de Sena, hay una privatización de roles insoslayables del Estado, una creación de Estados paralelos, caracterizados por la apropiación de dineros públicos, necesitados de blanqueo, como en la proliferación de ejemplos de violencia interna, como lo demuestra lo sucedido recientemente con Cecilia, en el Chaco, y con Salas en las diversas causas penales por las que fuera condenada, ya con sentencia firme dejada así por la misma Corte Suprema de la Nación.

Ese infantilismo irresponsable me retrotrae a las palabras que escuchara, por aquella época, 1972, a Guillermo Estévez Boero, socialista de Santa Fe, que al regresar de la China de Mao y del Chile de Allende, decía que éste, Chile, no tenía salida porque habían confundido revolución con mugre. Al año siguiente derrocaron y mataron a Allende. Estos imberbes, setentones ya, confunden, parafraseándolo a Estévez, democracia con desorden, cuando ella, la democracia, para que sea virtuosa, debe desarrollarse en un Estado de Derecho y encuadrar los conflictos que necesariamente se plantean en un órgano vivo como es una sociedad, en el marco de la Constitución y las leyes.

Eso es hoy lo que se está jugando en estas horas, por eso mismo críticas. En estos días se comenzará a definir si tenemos futuro o no. Simplemente eso.