Por: Alejandro Saravia
Según el dicho popular tanto va el cántaro al agua que al final se rompe. La cantinela en contra del Poder Judicial o, más bien, en contra de todo el sistema judicial y de la prestación del servicio de justicia se acentuó, en nuestro país, a partir del momento en que se pretendió ir por todo. Luego, se dijo que habría que suprimirse la división de poderes atento a que no era admisible que un poder no democrático como el Judicial limitase a los poderes democráticos, elegidos por el pueblo, como el ejecutivo y el legislativo. Tanto fue así que ya hace bastante tiempo que tocamos, en alguna columna, la cuestión de lo que se denomina mayoritarismo, una enfermedad congénita de las democracias no republicanas. Máxime en culturas como las nuestras en que se le rinde tributo al conductor, al jefe, a cualquiera que haga uso del poder en un sentido vertical con pretendidas iluminadas ilimitaciones.
Hoy, se actualiza el tema atento a que la justicia, directa o indirectamente es protagonista, al menos en los titulares periodísticos. Está, digamos, en la picota. Es así, por ejemplo, con dos hechos absolutamente repudiables, condenables por donde se los mire, como son el de Lucio Dupuy, nenito de 5 años que fue entregado irresponsablemente por una jueza a la tenencia de quienes, en definitiva, se iban a convertir en sus torturadoras y asesinas. Y lo es, también, por lo del homicidio de Fernando Báez Sosa, joven de 18 años, en manos de una patota que había salido, una noche, a divertirse haciendo eso, asesinando.
A esos dos dramas debemos sumarle otro, aunque ya desde un punto de vista institucional: el juicio político iniciado en contra de todos los integrantes de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Si bien el juicio político en sí es una figura normal de nuestro sistema jurídico, el contexto, la finalidad que tiene en estas circunstancias el mismo, claramente señala que cae dentro del ecosistema de defensa penal de la expresidenta Cristina Fernández, condenada ya en una causa y con otras que penden sobre su cabeza como una espada de Damocles. Aunque, claro, tampoco podemos olvidar de qué modo se lo atacó y vilipendió a un prócer de la justicia como fue el salteño Carlos S. Fayt, para con el que se inició, también, un procedimiento de juicio político que, obviamente, no prosperó. Se le achacaba ser independiente.
Por ello mismo es que vamos a volver a tratar de explicar qué es eso del mayoritarismo. Es cansadora nuestra historia contemporánea porque se trata nada más que de describir los sucesos de un pantano. Por definición son pocos y, por ello, siempre los mismos.
Tras la segunda guerra mundial los europeos se preguntaron cómo había sido posible que ellos, con el respaldo mayoritario de sus respectivos pueblos, hubieran podido engendrar, en Italia y Alemania, un Mussolini y un Hitler que, entre otras barbaridades habían dado causa a la segunda guerra mundial que produjera millones de muertos.
Recordemos que se trataba de dos pueblos cultos, el italiano y el alemán, con las pesadumbres económicas propias de la gran crisis, que afectaba, en verdad, a todas las naciones. En ese entonces, y para evitar que otro fenómeno como el fascismo y el nazismo tuviera lugar, vislumbraron, para acotar ese poder mayoritario, un poder contramayoritario, tendiente a limitar las veleidades de los autócratas cuando se piensan respaldados por el voto de la mayoría. De allí surgió aquello del “Estado Constitucional de Derecho”, como estadio superador del “Estado de Derecho” a secas, o “Estado legal de Derecho”. La ley, claro está, puede ser reformada por otra ley, y en ese ámbito mandan las mayorías. Las constituciones rígidas, como la nuestra, requieren para su reforma mayorías calificadas e, incluso, algunas cláusulas, las pétreas, no pueden reformarse. Claro está que, ello, en defensa propia de la sociedad.
Como se sabe los poderes mayoritarios son los denominados “políticos” el Ejecutivo y el Legislativo. Responden linealmente en su conformación a las mayorías electorales. Frente a ellos, a fin de que esas mayorías no excedan determinados límites impuestos en las Constituciones, se erigió como freno al Poder Judicial, al que se procuró dotarlo de independencia. Ese poder es el que podría detener a los otros dos poderes mayoritarios cuando éstos se excediesen. Al “mayoritarismo” se opuso el concepto de “Estado Constitucional de Derecho”, para limitarlo. Es por eso que se concibe al Poder Judicial como un poder contramayoritario, tendiente a proteger a las minorías de los excesos de las mayorías, las que, como dijimos, tienden a su extralimitación, como sucediera alguna vez en pueblos cultos como el italiano y el alemán.
De eso es que se está tratando en este momento. De debilitar a ese poder contramayoritario. Pero se lo está haciendo con un propósito mezquino, mínimo, como es el de diluir eventuales condenas que se vislumbran en ciernes. Hoy, en nuestro país, al poder que juzga se lo está enjuiciando por quienes supuestamente delinquieron. Los muchachos de Alí Babá juzgando al Rey Salomón. Un contrasentido histórico que sólo puede concebirse en un país al revés como es el nuestro. Por eso se lo golpea hoy al Poder Judicial, donde más duele, en su cabeza. De eso se trata este drama institucional que estamos viviendo.