Por Alejandro Saravia
No una sino cuatro espadas penden sobre la cabeza de Alberto Fernández: El Coronavirus y la salida de la cuarentena; la deuda externa y la negociación con los acreedores o, en su caso, el default; Cristina y el cristinismo, sedicentemente conductores del ya degastado y obsoleto movimiento; su debilidad política, derivada de su insólito e inesperado, hasta por él, encumbramiento.
Damocles fue, al parecer, un cortesano excesivamente adulador en la corte de Dionisio I, un tirano de Siracusa, Sicilia, del siglo IV a. C. Propagó que Dionisio era realmente afortunado al disponer de tal poder y riqueza. Dionisio, entonces, deseoso de escarmentar al adulador, se ofreció a intercambiarse con él por un día, de forma que pudiera disfrutar de primera mano su suerte. Esa misma tarde se celebró un opíparo banquete donde Damocles gozó siendo servido como un rey. Sólo al final de la comida miró hacia arriba y reparó en la afilada espada que colgaba atada por un único pelo de crin de caballo directamente sobre su cabeza. Inmediatamente se le quitaron las ganas de los apetitosos manjares que le sirvieron y las hermosas mujeres que había pedido, y pidió al tirano abandonar su puesto, diciendo que ya no quería seguir siendo tan afortunado.
El cisne negro de la pandemia Covid19 aguó varias fiestas. A Trump, a Boris Jhonson, a Emmanuel Macron, a nuestro vecino Bolsonaro. A varios. Mas paradójicamente, hasta ahora al menos, “benefició” a nuestro Damocles dándole contenido a su gestión, barnizándola de épica, y encumbrándolo a la instancia del político con mejor imagen en el país. No es poco. Y si bien todas esas bondades las recibió por su primer apronte, ello y la forma de su encumbramiento a grupas del dedo señalador de “Ella”, son elementos suficientes como para afirmar que se trata de un hombre de fortuna, en el sentido “maquiaveliano” del término que lo emparenta con la suerte. No en vano, Fortuna era, precisamente, en la mitología romana la diosa de la suerte.
Pero su suerte está ligada, también, a la negociación de la deuda externa, a la necesidad de esquivarle al default, pero doblemente entrampado. Hay alguien que controla que no le vaya tan bien como Damocles quisiera: su mentora. Y por qué?, pues porque si le sale bien lo de la deuda externa y zafa con una relativa integridad de lo del virus y la salida de la cuarentena, su imagen crecería como para parangonarse históricamente con aquella “muñeca” del Gringo Pellegrini. Como en el loteo con el que se armó su gabinete no salió muy fortalecido, por no tener como dijimos fuerza propia, pareciera que el propio ministro Guzmán, ahijado de Joseph Stiglitz, premio nobel de economía, más que tropa propia es trebejo de Cristina, la que podría entusiasmar al padrino y al ahijado a probar con una negociación furiosa, e inclusive llevar a inaugurar una corrida de defaults que abrazaría a varias economías, aunque, claro, sin los antecedentes, malos, de Argentina. Ya sabemos que en el “vamos por todo” Ella no se anda con chiquitas. El fracaso de Damocles la encumbra a Ella en el sentido propio y formal de la palabra.
Hay una sorda puja entre Damocles, el afortunado, y el cristinismo. Una nueva interna con la que el peronismo convida, como invitado de piedra, a la sufrida comunidad argenta. Es obvio que la condición puesta para el encumbramiento fue la “limpieza del prontuario” de la familia Kirchner. Y es obvio, también, que para ello se necesita un Damocles debilitado y casi sin aire que, a su vez, ceda tres de sus piezas principales: Marcela Losardo, ministra de Justicia; Vilma Ibarra, secretaria de Legal y Técnica; Gustavo Beliz, secretario de Asuntos Estratégicos, que, en verdad, es más que eso. La debilidad de Damocles depende, más que del coronavirus, de la negociación de la deuda. Recordemos que los cisnes negros no pueden ser colgados en el coleto de nadie, pero ambas cosas, de suyo, se potencian recíprocamente. Aunque la primera esté más a su manejo que la segunda. Otra paradoja, a las que nuestro país está tan acostumbrado. Está claro que la mentora, en ese tema, dio un paso al costado.
Según un agudo e informado periodista y analista de política nacional, cuando Damocles fue convocado por Cristina a la reunión en que se produciría el “dedazo”, la idea de él era solicitarle la embajada de España. Salió con la candidatura presidencial. Pero salió, también, rengueando. Otra vez tendremos que acudir a Maquiavelo cuando aconsejaba al príncipe hacer alianzas con iguales, no con alguien que tuviera una fuerza superior, puesto que éste, a la corta o a la larga, se quedaría con todo. Esa espada pende, también, sobre la cabeza de Alberto, nuestro Damocles. Esperemos que la fortuna, la suerte, lo/nos acompañe.