A escasos kilómetros del límite con la localidad de San Luis, umbral suroeste del municipio capitalino, jamás existió una red de agua y familias enteras esperan la voluntad del camión cisterna que los provea del líquido elemento. (Matías Ramos)
Palabras más, palabras menos, así empezaba el célebre poema de Mario Benedetti “El sur también existe”. Y es que, a escasos kilómetros del límite con la localidad de San Luis, umbral suroeste del municipio capitalino, servicios consagrados como derechos fundamentales básicos como el agua han sido históricamente negados a miles de familias que habitan entre la ciudad de Salta y el cada vez más poblado Campo Quijano, gobernado por Manuel Cornejo. Este último es quien está a la cabeza de los numerosos parajes que se ubican a la vera de la Ruta Nacional 51.
La postal es diariamente la misma: familias, en su mayoría con niños pequeños, esperan la llegada del camión cisterna para que llene sus recipientes todos los martes, jueves y sábados, ya que no existe ni existió jamás una red de agua corriente apta para el consumo humano. Ese derecho tan necesario para la alimentación y la higiene, por nombrar lo más importante, depende de la renovación constante de la concesión por parte de la Municipalidad de Campo Quijano, tan lejana como la voluntad de empezar a solucionar los problemas de la gente a la que supuestamente representa.
Ya ha ocurrido en numerosas ocasiones que la concesión del reparto de agua no se renueva, lo que obliga a los residentes de la zona que tienen los medios a construir pozos particulares o comprar agua a empresas privadas; y a los que no, a depender de la solidaridad de sus vecinos o a intentar sobrevivir como puedan hasta que el conflicto se solucione. Inclusive algunos vecinos han expresado su preocupación al sostener que el agua que reciben a veces parece no estar bien tratada y no se realiza ningún tipo de estudio.
Pero el defectuoso acceso al agua potable no es el único problema, ya que tampoco existe una red de gas, lo que ocasiona que la gran mayoría de los pobladores se incline por el uso de aparatos eléctricos.
Solo tienen acceso al gas los habitantes de urbanizaciones privadas de la zona, que adquieren sus propiedades con la red de gas incluida. Los demás dependen de garrafas y de que el servicio eléctrico no se interrumpa, como sucede todas las semanas o cuando aparecen las cada vez más violentas tormentas eléctricas.
Párrafo aparte merecen las malezas y su consecuente proliferación de alimañas y enfermedades. Así también las calles, pobladas de cráteres y carentes de pavimento alguno, por las que cientos de estudiantes y trabajadores deben transitar todos los días para dirigirse a las también lejanas paradas del transporte público (el servicio de SAETA es otra historia), donde es probable que viajen hacinados si es que tienen la suerte de subir. Una vez más, la colectivización de la gente es la única respuesta, como ha ocurrido en diversas ocasiones cuando los vecinos se organizaron y recaudaron fondos para contratar una máquina que nivelara las calles, así como también firmas de notas presentadas ante la Municipalidad para mejorar el alumbrado público, y así evitar que las actividades más rentables de la zona sean el hurto y la reparación de trenes delanteros.
La Silleta también existe
A partir de estas múltiples problemáticas ocasionadas por el olvido y la negligencia, el único fantasma que se ve en las oscuras calles durante la noche es nuevamente el de la municipalización de la mucho más cercana localidad de La Silleta, proyecto que ha apoyado el gran conjunto de parajes aledaños, como Villa Lola, Villa Don Carlos, El Encón, Potrero de Linares, entre otros. Como si de una curiosidad del destino se tratara, cincuenta y uno no es solo el número de la ruta que los atraviesa, sino también la cantidad de años que cumplió recientemente el decreto N° 2533, que condenó al pueblo de La Silleta a perder su estatus municipal. Medio siglo, una generación entera, cultivando la lucha por la municipalización. Esa misma lucha que logre algún día, como diría el gran escritor uruguayo, lo que era un imposible, que todo el mundo sepa que La Silleta también existe.