¿Fue la muerte de Alberto Nisman un crimen de Estado? Se usan palabras menos directas para decir lo mismo, pero lo cierto es que la Justicia busca responder esa pregunta tan crucial como dramática.
Hubo un enorme grado de chapucería de parte de los supuestos expertos policiales en los momentos posteriores al descubrimiento del cadáver. Fue llamativa la ceguera de los especialistas forenses que actuaron después. Y hubo una obstinada faena para esconder o borrar pistas. Al cabo de todo, la única conclusión posible es que existió una red de complicidades para construir un crimen perfecto.
Nadie incrimina personalmente a Cristina Kirchner (aunque ella reacciona como si fuera culpable), pero la participación de uno o más organismos del Estado en un asesinato lo convierte a éste en un crimen de Estado.
A casi tres años de la muerte violenta del fiscal más importante del país, la Argentina impotente, la que nunca lleva luz a sus arcanos, se notificó formalmente de que Nisman fue asesinado en una hora incierta de un fin de semana de enero de 2015.
La saga de novedades no ha concluido. En las próximas semanas se conocerán los resultados de un frenético entrecruzamiento de llamadas telefónicas entre los principales exponentes del espionaje de entonces.
Esas llamadas se sucedieron entre las 9 de la mañana de ese domingo de 2015, cuando no se conocía la muerte del fiscal, y las 23 del mismo día, justo en el momento en que su madre, Sara Garfunkel, descubrió el cadáver de su hijo.
Hablaba la jerarquía de los servicios de inteligencia: Jaime Stiuso, el hombre fuerte de la ex SIDE durante gran parte del kirchnerismo; Fernando Pocino, que lo relevó luego en esa función cuando se convirtió en leal de César Milani, comandante del Ejército y virtual jefe de un grupo paralelo de espías que respondía directamente a la entonces presidenta; el propio Milani, y Alberto Massino, un jerarca de la ex SIDE. Algunos de ellos hablaron por teléfono desde la zona donde murió Nisman. Estaban en el barrio. La conversación grabada de uno de los espías muestra una sola preocupación: que su esposa no se entere de que él andaba cerca de donde vivía el fiscal.
De todos modos, fuentes judiciales señalaron que los resultados de esos entrecruzamientos y el contenido de las conversaciones serán «impactantes». En ese grupo de espías hay amigos y enemigos de Nisman. Stiuso y Massino trabajaron con él en sus investigaciones sobre el atentado a la AMIA. Milani y Pocino eran enemigos del fiscal, sobre todo después de la grave denuncia de Nisman contra la entonces presidenta. Pero nadie sabe qué funciones cumplía cada uno de ellos en el instante en que Nisman chocó con el fin de su existencia. De hecho, Stiuso, que tenía buena relación con él, no atendió insistentes llamadas telefónicas de Nisman en las horas finales de éste.
El aspecto más significativo del peritaje que especialistas de la Gendarmería presentaron al fiscal Eduardo Taiano es que no analizaron nada nuevo; son los mismos elementos que había cuando encontraron el cuerpo. El cadáver no fue exhumado. Sólo se hicieron nuevos análisis de pequeñas partes de las vísceras que habían sido preservadas. Es donde encontraron rastros importantes de ketamina, una poderosa droga hipnótica de uso veterinario, que no se había hallado antes. Según los especialistas, nadie con esa carga de ketamina en el cuerpo está en condiciones de suicidarse (o de suicidarse como se aseguró que lo hizo).
Los golpes en el cuerpo ya habían aparecido en la primera autopsia, aunque se los atribuyó a la caída tras el disparo. El nuevo peritaje indica que fueron golpes precisos en lugares del cuerpo (nariz, hígado y rodillas) que desarticulan a una persona y que fueron hechos por profesionales. Nisman no murió en el acto. Probablemente murió desangrado, aunque es casi seguro que estuvo inconsciente desde que recibió el disparo en la cabeza. Los especialistas de la Gendarmería recrearon el baño de Nisman y hasta las toallas y la remera que llevaba el fiscal.
En rigor, tampoco hay una disidencia muy grande entre el dictamen de la Gendarmería y la primera autopsia. Ésta, hecha por el Cuerpo Médico Forense, concluyó que no estaba en condiciones de afirmar si el fiscal se había suicidado o lo habían matado. Los peritajes no son contradictorios, sino complementarios. La única diferencia es que el informe de la Gendarmería es concluyente y que este peritaje contó con la participación de los peritos de todas las partes. Incluso los peritos del informático Diego Lagomarsino, que es el que más trabas puso al peritaje de la Gendarmería, debieron firmar lo irrefutable: que había ketamina en el cuerpo, por ejemplo. La primera autopsia fue hecha sólo por los peritos oficiales. La justicia ordinaria le negó un pedido a la madre de las hijas de Nisman, la jueza Sandra Arroyo Salgado, para que se esperara la designación de peritos de parte. El informe de la Gendarmería está separado por segmentos; cada tramo tiene las firmas de todos los peritos. Los de Lagomarsino sólo disintieron de las conclusiones.
Lagomarsino rechazó que la muerte de Nisman fuera un caso federal, como correspondía a la muerte violenta de un fiscal federal. Después de muchos trámites judiciales, terminó siendo un caso federal. Lagomarsino también presentó apelaciones que extendieron los peritajes de la Gendarmería, que duraron nueve meses. El informe conocido en estos días debió haber estado terminado en junio pasado, pero la defensa de Lagomarsino lo fue dilatando. El fiscal Taiano, uno de los funcionarios judiciales con más prestigio, examinará el informe durante este fin de semana. Es probable que tome medidas de inmediato y nadie descarta que pida la detención de varias personas.
Las distracciones del peritaje inicial; la actuación chambona de los policías que llegaron al departamento de Nisman después de su muerte; la llamativa ausencia de su custodia, y el frenesí de llamadas entre espías en las horas siguientes a la muerte del fiscal describen un operativo perfectamente armado, muy distinto de la decisión personal de poner fin a una vida. No es verdad que no se encontraran huellas digitales en el departamento de Nisman. Es peor: nunca se buscaron. Ya es tarde para remediarlo. El fiscal vivía rodeado por 12 custodios que lo seguían a sol y a sombra, pero ninguno se preocupó cuando perdió contacto con él durante un día entero. O durante 12 horas, si se tiene en cuenta que Nisman había quedado en verse con ellos a las 11 del domingo 18 de enero. Su madre y un cerrajero lo encontraron muerto a las 23 de ese día. Es imposible que tantos expertos se hayan equivocado tanto. Las cámaras de seguridad del edificio no funcionaban. No se sabe, por lo tanto, quiénes entraron y salieron de la vivienda. El edificio en el que vivía Nisman y las calles cercanas se parecieron en esa noche de muerte a una zona liberada. Nadie ni nada estaba donde debía estar.
Cristina Kirchner dijo en una de sus desopilantes conversaciones telefónicas con Oscar Parrilli que la denuncia de Nisman es la causa más grave que tiene. La muerte del fiscal está en manos del juez Julián Ercolini, pero la denuncia de Nisman está en poder del juez Claudio Bonadio, el más odiado por Cristina. El fiscal Gerardo Pollicita acaba de pedirle a Bonadio la indagatoria (antesala del procesamiento) de Cristina por la denuncia de Nisman, que la acusó de encubrir a funcionarios de Irán que fueron autores intelectuales y financieros del atentado a la AMIA. En la denuncia de Nisman hay innumerables escuchas telefónicas en las que aparecen personajes marginales y bufonescos de la política local cumpliendo un papel protagónico en el acuerdo con Irán.
¿Incluirá Bonadio el peritaje de la Gendarmería en el expediente sobre el memorándum con Irán? No lo puede hacer. El peritaje asegura que Nisman fue asesinado, pero no dice (no está en condiciones de decirlo) quiénes fueron sus autores. Sin embargo, los funcionarios judiciales son seres humanos, no máquinas que aplican fríamente las leyes. ¿Quién pudo haber matado a ese fiscal justo un día antes de que expusiera ante el Congreso las pruebas de la denuncia política más grave que se hizo contra Cristina Kirchner? ¿Quién, justo cuatro días después de que la denunció judicial y mediáticamente por encubrimiento de los autores del más grande atentado terrorista que sufrió el país? ¿Una novia despechada, acaso? ¿Un acreedor? Imposible.
El fiscal murió por la denuncia que había hecho, sean quienes hayan sido los autores del crimen. ¿Locales? ¿Foráneos? Hubo complicidad local. Eso es lo que pudo establecerse hasta ahora. Nisman había determinado, y ésa fue su denuncia, que el gobierno de Cristina Kirchner estaba protegiendo a los autores de una criminal agresión extranjera en territorio nacional que costó la vida de 85 argentinos. Esa denuncia fue lo último que hizo antes de morir abandonado por el Estado o a manos de algún sector del Estado.
Fuente: La Nación