El ex justicialista que ahora es edil por el PRO, Andrés Suriani, fue orador en el acto que reedito la alabanza al combate de Manchala, uno de los sucesos que inauguró el terrorismo de estado en la Argentina. La historia
En la versión de los resabios de la derecha castrense en Salta, el Combate de Manchalá fue un enfrentamiento armado entre miembros del ERP y del Ejército Argentino el 28 de mayo de 1975 en esa localidad tucumana y cuyo escenario fue una escuela rural.
En ese combate participaron conscriptos salteños y ello deslizó a Suriani y otros personajes como el periodista Martín Grande a apoyar la reivindicar a un hecho horrendo que el ejército ya había reivindicado para sí con el objeto de disimular el horror que provoóen miles de argentinos. Lo hizo erigiendo un monumento que paso a denominarse Compañía de Ingenieros 5 «Combate de Manchalá».
No obstante ello, en el año 2012 se lo removió para acabar con la apología del terrorismo de estado provocando la reacción de los civiles pro castrenses que lograronaprobar una ordenanza mediante la cual se dio marcha atrás con la anterior para inaugurar un nuevo monumento en el mismo lugar pero con una nueva fisonomía.
Conviene señalar que conductas como las del concejal Suriani explican por qué los genocidas nunca asumen responsabilidades ante el horror que desataron: porque seres como ellos habitan las zonas grises de una sociedad que posibilitó que la máquina represiva se pusiera en marcha y luego se justificara la atrocidad.
La versión de los historiadores es muy distinta a las difundidas por los concejales Suriani y Castillo que comparte una característica central. Provenir del peronismo pero haber llegado al concejo de la mano del PRO.
La Historia, insistamos, enmarcan Manchala en el llamado Operativo Independencia que empezó en febrero de 1975, cuando el ejército desembarcó en Tucumán con 5.000 hombres. Antes de hacerlo advirtió al gobierno de Isabel Martínez de Perón que para combatir a la guerrilla rural el código procesal constitucional no les servía y por ello demandaron la utilización de trámites sumarios. Finalmente el 5 de febrero ese gobierno peronista accedió y firmó un decreto que facultaba al ejército “a ejecutar todas las operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”.
Arribó entonces a Famaillá un general de la Quinta Brigada del Ejército. Su nombre era Acdel Vilas, quien en vez de subir al monte para aniquilar subversivos ordenó requisar cada una de las casas de los pobladores sospechados de simpatizar con guerrilleros. Acá una digresión se impone. Será para enfatizar que a 41 años de aquellos hechos, en medio de la Mega Causa “Operativo Independencia” ya son varios los testigos que siendo trabajadores del lugar relataron a la justicia las detenciones y torturas a las que fueron sometidos entre febrero y marzo del 75 por militares que improvisaron lugares de detención. Centros clandestinos cuyo ejemplo más macabro fue la escuelita de Famaillá que cerrada por vacaciones, devino en el centro del comando táctico de las tropas, pero también en el lugar donde las torturas degradaban a los prisioneros obligándolos a delatar, y en donde el torturador, torturando, se entregaba a un sadismo sin retorno.
Pero volvamos a Acdel Vilas, cuya actuación explica Manchalá. Dijimos ya que su estrategia no era adentrarse al monte sino desatar la furia contra la población. Un exdirigente del ERP -la guerrilla que Vilas debía aniquilar- admitió que la estrategia empleada “no por cruenta fue menos inteligente (…) si la regla de la lucha guerrillera era que debía moverse en el pueblo como pez en el agua, el general Vilas decidió pescar quitando el agua al pez. Y lo logró” (Luis Mattini: Hombres y mujeres del PRT). La impronta poco feliz del relato no inhabilita la cuestión de fondo: el terrorismo de Estado comenzó aniquilando a hombres y mujeres identificados como potenciales subversivos empleando métodos abiertamente cruentos con el objeto de infundir en la sociedad un terror que paralice.
Esa estrategia generó Manchalá. Más de cien guerrilleros bajaron del monte el 28 mayo de 1975. El objetivo era atacar el comando ubicado en la escuelita de Famaillá. Se trasladaban en camiones precedidos por dos camionetas que fueron sorprendidas por una patrulla del ejército que, atacando a las mismas, cortó la columna guerrillera en dos. Los que viajaban en los camiones quedaron aislados de la zona del combate y de allí que los 143 guerrilleros que la versión castrense asegura se enfrentaron con pocos soldados, quedaron reducidos a 26 según los testimonios de los exmiembros del ERP.
De allí que Manchalá no puede leerse como un hecho digno de rememoración porque allí había conscriptos salteños. El argumento es tan estrafalario como lo sería reivindicar el Golpe de Estado de 1930 porque lo dirigió un salteño devenido en presidente de facto. Manchalá es un hecho inscripto en la linealidad de una época en donde las fuerzas armadas prepararon lo que luego el golpe del 76 perfeccionó: la planificación de la tortura y la muerte hasta llevarla a niveles nunca vistos. Linealidad en la que se inscribe la decisión del ejército de levantar en 1978 el monumento en el lugar que ocupaba en los cuarteles. No para resaltar el heroísmo de los conscriptos sino para legitimar una actuación mundialmente repudiada por razones que la historia elaboró con documentos y miles de memorias que trascienden a las de los conscriptos cuyo supuesto patriotismo no alcanza para legalizar el horror.