Tras la presentación de la denuncia por violación contra el actor, Thelma Fardin dio su testimonio.
La entrevista exclusiva fue realizada por la periodista Luciana Peker para Página/12.
«Mira como me pones –me dice – Y me hace que lo toque. Yo le digo que no, le digo que no. El sigue».
No. No. No. Ella lo repitió. No. No. No. Ella tenía 16 años. Y denunció que el actor Juan Darthes, de 45 años entonces, se abalanzó sobre su cuerpo, en un hotel en Nicaragua, en el último día de la gira latinoamericana de la serie infanto juvenil «Patito Feo» que se emitió en Canal 13. Y ahora, nueve años después, en consonancia con un grito colectivo que va desde Ni Una Menos al repudio por el fallo machista en la muerte de Lucía Pérez, logró ir a Managua y ser escuchada ante la justicia.
El 8 de diciembre la Embajada argentina en Managua certificó la denuncia de la actriz Thelma Fardin ante el Ministerio Público de Nicaragua realizada el 4 de diciembre. Se remitió una copia al Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Argentina que es mucho más que un documento burocrático. Es un símbolo de la sororidad y la decisión de no callar más de una actriz y de un colectivo feminista que une lazos en Argentina y Latinoamérica y que busca desbloquear de la mutilación del silencio a las víctimas. Pero, además, reflejar que los modos de producción de la televisión no pueden seguir mirando a otro canal cuando son protagonizadas y miradas por niñas, niños y adolescentes.
Thelma tiene ahora 26 años e ingresó al elenco de «Patito Feo» cuando tenía 14 años. Trabajo desde el verano del 2007 hasta mayo del 2009 en el papel de Josefina. Allí se produjo una situación que logró, con el apoyo de organizaciones feministas, de derechos humanos y de la colectiva Actrices Argentinas, denunciar en la justicia de Nicaragua. El silencio no se rompe solo, sino con un movimiento feminista que alza la voz. Por eso, el relato no se vuelve fragmento, sino parte de un rompecabezas de las formas de ejercer y mostrar la impunidad del machismo, en medio de un éxito que volvió a una de sus protagonistas vulnerable y expuesta ante el encierro del castillo neomedieval del fervor del marketing teenager y que ahora busca cambiar, junto con la revolución de las hijas, para que la historia no se repita.
En ese contexto, Thelma Fardin le cuenta a Página/12 un relato valiente, desgarrador y concreto del machismo que la televisión no quiere ver y que permitió hasta ahora: «En el final de la gira de Patito Feo, en Nicaragua, llegamos del estadio y el hotel estaba colapsado. Yo sacaba fotos para mostrarle a mi mamá. Bajamos de la camioneta y a una compañera la arañaron y a otra le arrancaron una parte de la ropa. Nos llevaron al fondo, al sector de la piscina y lo cerraron, porque incluso había gente que pagaba para llegar al elenco. Nos dicen que de ninguna manera podíamos ir al lobby porque estaba estallado. No es que estábamos con una comitiva que nos protegía. Para irme a mi habitación subo por las escaleras de servicio. Atrás mío viene este hombre. Lo recuerdo patente. Ya era de noche porque en Nicaragua a las seis de la tarde no hay sol. Yo dormía sola en la habitación. Y este tipo estaba enfrente mío en la habitación y teníamos que bajar a comer y cortar un pastel porque era el cumpleaños de una compañera. Cuando quiero entrar a mi cuarto la tarjeta estaba desmagnetizada. Yo venía de la pileta y estaba con un shorcito básico, un vestidito arriba y la toalla. Él me dijo: «No podes bajar a la recepción. ¿Por qué no llamas desde mi habitación y que te suban una tarjeta?». Yo estoy haciendo esa llamada y me empieza a besar el cuello desde atrás. Me quede completamente paralizada. Incluso hoy si estoy haciendo una llamada y me empiezan a hacer eso me parece desubicado. En ese momento me desconcertó por completo. El me agarra la mano, me da vuelta, me hace que lo toque, me muestra que estaba erecto y me dice: -Mira como me pones».
-Es la misma frase que dijo en otras oportunidades a otras mujeres… ¿Por eso te impacto cuando leíste testimonios de otras víctimas?
-Sí, es un modus operandi. Hasta hace poco tiempo yo pensaba que era responsabilidad mía. Ahora que soy una mujer me doy cuenta que era una criatura. Los adultos deben ser los que deben preservar a las menores. Yo veo las fotos mías de esa época y me da ternura.
-Por supuesto que no es tu responsabilidad. ¿Pero el trabajo y la hiper sexualización de la tira te daban a entender que eras una mujer cuando todavía eras adolescentes?
-Hasta que no fui una mujer no me di cuenta. Hasta hace poco me definía como una mujer en construcción. Cuando me di cuenta que ya soy una mujer me di cuenta que era una nena en ese momento y se me produjo este quiebre. Ni siquiera sabía lo que era la seducción. Y tengo el mismo cuerpo desde que me bajo la menstruación a los 12 años. No tenía conciencia del cuerpo, pero estaba acostumbrada a verme maquillada para trabajar. Me costo mucho entender que había nenas que querían ser como yo por la fama de «Patito Feo» mientras que yo no tenía ni idea de quien quería ser.
-¿En medio de esa situación de una adolescencia cruzada por el trabajo, la popularidad, la hiper sexualización un adulto arremete con una conducta totalmente invasiva sobre tu intimidad?
-Se produce una situación de aprovechamiento. El me tira en la cama. Me corre el short. Me practica sexo oral. Yo le digo que no, le digo que no y su nombre. El sigue y me toca. Me mete los dedos. Y en ese momento le digo «Tus hijos tienen mi edad». Después descubro que es algo muy propio de las víctimas pensar en lo que el victimario no piensa. Y pensar que no puede estar pasando. Yo le seguía diciendo no. Es una frase muy contundente. Y él, sin embargo, se sube arriba mío y me penetra. En ese momento tocan la puerta para traerme la tarjeta. Eso logra que el salga de encima mío. Yo salgo corriendo a la puerta. Él me dice que no me vaya. Yo me meto en mi habitación a bañarme un rato largo. No entendía. Era una nena. Salía completamente de lo que podía manejar. Yo tuve que googlear cuantos años tenía en ese momento (45 años) porque para mí era un señor. Fin. Podía ser mi papá. Ni sabía cuántos años tenía.
-¿Cómo siguió la situación?
-Baje a cenar y él me miraba. Yo no soportaba la mirada que me generaba mucha opresión. Enseguida empieza a llamarme por teléfono y me decía «Vení a mi habitación». Yo le decía que no de ninguna manera y cortaba. «Me decía por favor, vení». Y «Si no queres venir paseate por el pasillo», «Decime que tenes puesto». Yo colgué el teléfono a pesar que siempre me despertaba con el teléfono como despertador para asegurarme de no quedarme dormida. Me quede casi despierta toda la noche. Baje al lobby a la mañana y este tipo, que era el único adulto entre los actores, había otra gente pero de técnica, que a veces no estaban en el mismo lugar. Él decía «Yo era un pibe más». Y ese es el problema. No era un pibe más, era un señor. Pero le dice a dos chicos «No pude dormir, estuve toda la noche al palo». Y me mira como con una complicidad que no existía.
-¿Hubo presión laboral?
-Estaba con la valija y él se me acerca y me dice: «A vos nunca te va a faltar trabajo». Si yo accedía él me iba a garantizar trabajo y mi trabajo iba a estar supeditado a mis servicios sexuales y no a mi talento.
-¿Cuáles fueron los efectos de esa situación?
-A los dos meses me empezó a cosquillear toda la cara y no podía parar de llorar y llorar. Mi mamá me llevo a una guardia porque estaba muy asustada. En la guardia me reconocen y me dicen «No, esta chica está muy estressada por todo lo que vivió». Ellos se referían al éxito y yo estuve como dos meses tirada en el sillón de mi casa viendo películas, me deje, me abandoné, con jogging y remera, no me gustaba mi cuerpo. Yo rendía libre y no iba todos los días al colegio. Pero nos quedamos con ese diagnostico.
-¿Cuándo pudiste contarlo en lo privado y en lo público?
-Cuando Calu Rivero habla en los medios sobre su experiencia laboral una amiga la desestima en una charla y yo digo «Tuve una experiencia de mierda». Hace dos meses le puse palabras. Y es muy desesperante no poder hablar porque él me puede atacar. Pero hay que entender, por sobre todo, que las víctimas tardamos un largo proceso en poder hablar. Y que hace diez años se estaban cortando polleras en la televisión. Ojalá que esa cosificación cambie.