ALEJANDRO SARAVIA

Cualquiera se da cuenta de que nuestro país se enfrenta a serios problemas. Algunos visibles, palpables, otros no tanto. Entre los primeros, los visibles, está el descalabro en que nos dejó la aventura kirchnerista. Desde el punto de vista económico, pero, también, fundamentalmente, desde un ángulo cultural. Económicamente nos dejó un desequilibrio fiscal inédito en nuestro país, lo que es mucho decir. En efecto, desde el tradicional e histórico 22% del PBI que insumía el gasto público estos alquimistas santacruceños lo llevaron al 45% sin que se mejoren en nada las prestaciones estatales.

Pero, a un tiempo, nos legaron otros problemas no tan visibles: en primer lugar, como la otra cara de la moneda del déficit fiscal está la destrucción del Estado como elemento indispensable alrededor del cual una sociedad se organiza. Su destrucción material y su destrucción simbólica. Algo realmente paradójico: los denominados estatistas destruyeron al Estado. Lo transformaron en un instrumento de enriquecimiento personal, pero también como forma de implementar una reserva corporativa para los amigos. Un capitalismo propio y de los amigos. Poblaron al Estado con ejércitos de militantes que lo único que hicieron es aprovecharse del mismo sin aportar nada, desnaturalizándolo al desplazar a la parte útil, a la profesionalizada, a la burocracia a que aludía Weber, que es la que lo hace socialmente necesario. Por eso cuaja dócilmente el discurso libertarista, anárquico y también antiestatista, de Milei. Desde ya que existe la casta y está integrada por todos los que se enriquecieron y enriquecen en sus funciones públicas o en sus relaciones con los que las ejercen. Pero esa es una cuestión de la justicia penal no de la divina.

Nos legaron también un imponderable cultural heredado verticalmente por el actual presidente: un sesgo cultural abiertamente no democrático en el sentido en que lo establece el primer artículo de nuestra Constitución Nacional: un sistema representativo, republicano, federal. Los une un ímpetu bonapartista, cesarista, que se manifiesta en Milei en su plebiscitario y supuesto mayoritarismo y la constante invocación a una consulta popular tendiente a desdibujar al sistema representativo y republicano, con el argumento de que no se respetan sus veleidades o las recetas devenidas de una escuela austríaca que ya fue superada hace bastante tiempo.

Lo que fue la manifestación de una sociedad hastiada, enojada por los devaneos kirchneristas que, como forma de catarsis, eligió al sonoro y deslenguado Milei, éste lo toma como si fuera un impulso metafísico de “las fuerzas del cielo” para llevar adelante lo que sus perros asesores le indican. A esas locuras se pretendía darle carta franca a través de delegaciones legislativas que estuvieron a un tris de concretarse, y lo hubiesen sido de ser un presidente con equilibrio emocional más estable. A los límites a que puede llegar la desesperación de un pueblo carente en absoluto de líderes.

La manifestación más nítida de esa carencia de líderes la podemos apreciar mirando a nuestros vecinos del este y del oeste, Uruguay y Chile. La prestancia de los mandatarios uruguayos, sin distinción de banderías, se conjuga perfectamente con la de los chilenos. Demostrada en estos días en ocasión de la tragedia que envolvió a Piñera, expresidente chileno, y las palabras de Boric, actual mandatario, en su homenaje por la muerte de su antecesor, a pesar, claro está, de sus diferencias ideológicas. Hay respeto porque son respetables.

Es preocupante ver que se toman como normales cosas que no lo son en absoluto. Desde esos asesoramientos caninos hasta ver a un presidente que se entrega a un impúdico y poco estético “franeleo” con su novia actriz en el mismo escenario de un teatro, con una lluvia de aplausos de todos los asistentes a la tertulia que tomaron el episodio como parte del propio acto ¿artístico? Sin contar las puteadas y malos tratos a todos los que no se someten a sus caprichos. Todo absolutamente impresentable pero desgraciadamente aceptado como algo natural. Muchachos, ya era disparatado el impresentable bailecito de Macri en los balcones de la Casa Rosada el día de su asunción para tener que soportar estos episodios. Pregunto: con estas cosas, ¿alguien en el mundo nos puede tomar en serio?
La ley ómnibus se cayó más por impericia de los que debieron llevarla adelante que por cualquier otra cosa, a menos que tras esas otras cosas haya un plan B. ¿Es acaso normal que el representante del Poder Ejecutivo en las negociaciones con las autoridades de la Cámara de Diputados y de los bloques que la integran sea el asesor de imagen del presidente y que tenga más autoridad que alguno de sus ministros? ¿Y si toda esta pantomima no fue nada más que una toma de posición para inflar esa imagen del “influencer” que funge como presidente de este desdichado país? ¿Todo esto es normal? Lo más lamentable de todo es que a mucha gente les parecen normales estos hechos.
Si la cuestión es jugarla a todo o nada ya se podría anticipar que la señora vicepresidenta podría ir haciéndose los rulos…