No todo es tristeza en el básquet salteño: El Tribuno viene trabajando de manera sostenida desde hace seis años para obtener una plaza en el circuito nacional, ahora pelea por un ascenso a la Liga Argentina, la segunda categoría del básquet albiceleste. Una cancha vibrante, un grupo de amigos en el parquet, una dirigencia frontal y un barrio que banca los trapos.  Andrea Mansilla

Lucas Villalba tiene veintidós años. Juega al básquet desde los doce pero nunca imaginó este momento: en el último minuto del alargue, está frente al aro con la oportunidad de encestar los puntos que harán ganador a su equipo en el tercer partido de la serie contra Lanús, en la llave previa a la final por el ascenso a la segunda categoría a nivel nacional.

La pelota entra y la tribuna repleta se hace oír. Los globos verdes y blancos caen y las banderas flamean con más fuerza. Una hinchada que parecía inexperta en las primeras fechas, corea cantos para el equipo con mucha más fuerza y aguante. Cuando suena el silbato, entran todos los jugadores y el equipo técnico a la cancha, se abrazan, lloran, cantan. Las familias y los periodistas entran también, intentan ser parte de este festejo que el club nunca imaginó: en la fuerza de ese festejo se siente la frescura de un equipo para el que cada partido de esta serie es un sueño cumplido, un objetivo no planteado que sorprende a todxs y les da un impulso superador.

Después de un resultado ajustadísimo que mantuvo en vilo a jugadores y espectadorxs (86 a 85, definido en los últimos segundos), el club se posiciona en un 2 a 1 en la serie contra el equipo porteño de Lanús y la semifinal del Torneo Federal está cada vez más cerca. El ascenso a la Liga Argentina, también.

Pibe del barrio

El complejo deportivo municipal  Nicolás Vitale, ubicado en el barrio El Tribuno, al sur de la ciudad, es un club barrial en el que se dictan cursos, se practican deportes y se organizan eventos importantes para el barrio. Quienes viven por la zona, confiesan haber pasado más de un verano en “la pileta del tribuno”. La plaza que se encuentra entre el club y la policía es famosa por su carruaje de metal, una estructura vieja pero firme en la que niños y niñas improvisan caballos imaginarios.

Ahí se crío Lucas Villalba, quien comenzó a jugar al básquet a los 12 años después de un breve paso por el fútbol. Su papá, que también jugaba en sus mejores años, lo llevó al club y el profesor Diego Loprete lo acogió en enseñanzas que Lucas aún hoy recuerda.

A los dieciséis viajó a probarse para un equipo de Chaco y quedó: su carrera como jugador de básquet empezaba oficialmente. Ahí estuvo jugando un año mientras terminaba el secundario en el Bachillerato n°3 de esa provincia y vivía una adolescencia particular. Cuando volvió, jugó en Salta Básket y más tarde en Unión Orán. Su ascendente carrera se vio truncada por una lesión en la rodilla que lo tuvo casi nueve meses sin jugar.

Después de la recuperación, decidió abocarse al club de su barrio. Sus amigos y lxs vecinxs ya lo conocían desde su infancia de travieso corriendo por las calles, así que sintió que ese era su lugar y por eso apostó al equipo aun en sus peores épocas.

Nunca se imaginó llegar con el club de su barrio hasta donde están ahora, a un paso de ascender y con la cancha repleta de gente. “Desde chico, mi familia siempre me apoyó para hacer este deporte. Cuando nadie iba a verme a la cancha, porque el básquet no era un deporte tan consumido, mis papás siempre estaban en la tribuna. Ahora, entre ese mundo de gente que hay cuando jugamos de local, miro a la tribuna y sigo viendo a mi familia alentándome como siempre”, dice con una sonrisa que evidencia la ternura detrás de ese jugador profesional.

Desde las nueve de la mañana Lucas entrena en el club. Después almuerza con sus compañeros en Adelita, un restaurante del barrio que los sponsorea y, cuando no tienen reunión o entrenamiento por la tarde, también juega al básquet. Para Lucas Villalba el básquet no es sólo una carrera deportiva sino que forma parte esencial de su vida, porque más allá de los contratos, el deporte le ha dado amigos: “Armamos un equipo para mantener la categoría y ahora somos todos amigos. Ese es, para mí, uno de los factores que nos permitió llegar hasta donde estamos: tiramos todos para el mismo lado y nos llevamos muy bien”. Se refiere a sus compañeros Emiliano Cancina, Facundo Arias Binda, Eric Freeman, Maximiliano Saravia, Germán Farah, Federico Parada y otros jugadores que integran el plantel que hoy dirige Pablo Martínez.

Más allá del parquet

Como Lucas, Maxi Saravia y Jerónimo Heredia (presidente de la comisión de Básquet del club)  también creen que el factor más importante entre ellos es la amistad. El recurso más fuerte que tienen es el compañerismo que han forjado los jugadores en los últimos dos años. Sin embargo, lejos de ser una historia de película hollywoodense en la que un entrenador saca adelante a un grupo de niños toscos para convertirlos en los campeones de la liga escolar, fueron los obstáculos económicos y de financiamiento los que reforzaron los lazos entre los jugadores (que ya eran profesionales) y la dirigencia.

“En un momento de la temporada, las cosas no andaban bien económicamente y nuestros pagos se demoraron unos meses. Hablamos entre los chicos y con la dirigencia y decidimos seguir en el club aún sin cobrar” cuenta Maxi Saravia. Además de ser jugador de básquet, también es abogado y reconoce que en Salta no se puede vivir sólo del deporte.

La madre y las hermanas de Maxi también jugaban al básquet y así fue como él se acercó al club 9 de Julio y comenzó a jugar a los siete años. Más adelante consiguió que el padre de un amigo le hiciera unos contactos en España y a los quince años viajó para jugar en un club de Cataluña. Cuando regresó al país, jugó en la liga C para el Club 9 de Julio y ascendió a la liga B con Sargento Cabral. A los dieciocho se fue a Corrientes, donde además empezó la carrera de Abogacía. Luego el básquet lo llevó por Misiones y Chaco.

Volvió a Salta y fue convocado por los dirigentes de El Tribuno que ya lo conocían desde sus días en el Club 9 de Julio. “Nunca me hubiese imaginado jugar acá. Cuando éramos chicos el clásico era con el club en el que yo jugaba y después nos hacíamos bromas por messenger y metroflog. Mi llegada a El Tribuno en el 2016 fue una linda sorpresa”, cuenta entre risas. A pesar de que el sueldo como jugador era mucho más alto en el Litoral, Maxi decidió apostar a su provincia y se quedó en el club de zona sur.

Por contrato, todos los jugadores deben ir una vez por semana a un encuentro con lxs chicxs del barrio que asisten al club y todo apunta, dice Maxi, a la contención social de lxs jóvenes. Hay una gran apuesta hecha por parte del club para fomentar las inferiores, la escuelita de básquet y forjar las relaciones interbarriales que es festejada por los jugadores de El Tribuno porque refuerza un sentido de pertenencia que impulsa este sueño del ascenso.

Entre los jugadores que forman este equipo está “El Colo” Farah, quien según Maxi es el más enérgico de todos; Facundo Arias Binda, un coleccionista de camisetas de NBA con una larga experiencia profesional en este deporte, el estadounidense Eric Freeman, quien mantiene en reserva su edad para mofarse de sus compañeros, Fede Parada, uno de los más experimentados; Emiliano Cancina, un joven cordobés muy callado y Lucas Villalba, quien juega de local en su barrio. Todos ellos, jugadores profesionales de básquet, apostaron a formar parte del club de zona sur y se quedaron por la calidez del grupo, la dirigencia, el equipo técnico y lxs vecinxs.

Voz dirigente

Jerónimo Heredia, presidente de la comisión directiva del club, asegura que éste se sostiene, casi en partes iguales, gracias al aporte del Gobierno provincial, las entidades privadas que los esponsorean y la recaudación que se realiza con actividades barriales impulsadas desde la comisión, que van desde bingos hasta pollos asados y empanadas los fines de semana.

Este grupo de dirigentes se puso al frente hace seis años y por fin hoy están cumpliendo su sueño de jugar el torneo federal. Jerónimo recuerda que la primera nota que le hicieron los medios fue porque compraron el tablero electrónico reglamentario. En aquel momento el club no contaba con ninguno de los requisitos de infraestructura que se necesitan para jugar un torneo. Hoy, gracias a sus tres pilares de financiamiento, el club tiene duchas en los vestuarios, piso de parqué (donado por el Delmi y puesto con plata del club), mejor iluminación y tableros electrónicos.

En paralelo a todos los arreglos estructurales que se hicieron en el club, la dirigencia empezó a darle más importancia a las formativas de la escuela de básquet. En la primera división, trajeron jugadores de otros clubes y apostaron todo lo que tenían a formar un buen equipo que les permitiera ascender de categorías. Después de victorias y derrotas, El Tribuno llegó a consolidar este equipo de jugadores que saben leerse los movimientos y hoy están peleando por llegar a las semifinales del torneo federal. El 9 de julio del año pasado lograron la victoria que les permitió el ascenso y simultáneamente pudieron poner el piso de parqué que hoy hace de la cancha de El Tribuno una alternativa para partidos profesionales.

“No nos esperábamos llegar a estas instancias del campeonato, nuestro objetivo último era llegar hasta el mes de abril, en la segunda serie”, cuenta Jerónimo. “Todos los equipos contra los que hemos jugado tienen más experiencia, mejores canchas, mejores sueldos, etc. Que hayamos llegado hasta acá para nosotros es un sueño y cada partido que ganamos nos impulsa a seguir luchando por el ascenso. La valentía que tiene este equipo la he visto pocas veces”, dice con orgullo Heredia.

Además del factor económico, que ciertamente no es el fuerte de este club que se sostiene más la logística de su dirigencia que por partidas presupuestarias del Gobierno, el equipo se hace muy fuerte en su cancha. Algunos jugadores de Atlético Tala, el rival que dejaron en el camino antes de enfrentar a Lanús, expresaron sentirse encerrados, como en un pozo, cuando jugaron en el Vitale. Sin embargo, para los jugadores locales las dimensiones pequeñas de su cancha son un plus de energía porque la hinchada y sus familias colman las tribunas y emanan la energía que, parece, les garantiza un atajo a la victoria.