Reseña de “Nuestro lugar en el mundo”, el tercer libro de Valentín Anaquín, escritor tartagalense que desde hace 30 años investiga cómo desestructurar nuestra comunidad de las perspectivas preestablecidas.

Mario Flores

 

El proyecto literario de Valentín Anaquín (Tartagal) es un caso particular dentro de la escena bibliográfica y editorial de la provincia de Salta: se cumplen treinta años de una trayectoria empecinada en el pensar y el hacer, pero también en la relectura de aquellos nexos que establecen un diálogo filosófico y social de acuerdo a la propuesta de nuevos paradigmas o visiones estructurales que hacen a la idiosincrasia y la construcción identitaria de los pueblos del norte argentino (cuando no del país, de Latinoamérica, de lo que nos atrevemos a llamar Nuestra Tierra). Este trabajo de no ficción está compuesto por los libros “Verdades y mentiras del año nuevo” (Editorial Milor, 2006), “Rompiendo la maceta” (Ediciones Artesanales del Duende, 2013) y, el más reciente, “Nuestro lugar en el mundo” (Juana Manuela, 2023). Los años transcurridos entre cada publicación (todas producidas por imprentas y sellos de servicio dentro de la provincia) dan nota del tiempo que ha llevado dicha investigación: no se trata de libros inconexos, sino de un panorama de deconstrucción antropológica basado en un sistema de perspectivas no hegemónicas, acaso revolucionarias, a través de las cuales volvemos a reinterpretar nuestro ser territorio, nuestro ser hábitat. Y es que la idea de comunidad está todo el tiempo mutando de acuerdo a los vaivenes del capital y la especulación, pero también al arte disruptivo, a las comunidades originarias y a la visión del pasado desde el cuestionamiento crítico.

“Si este país creció gracias a los inmigrantes, ¿cuáles son esos iluminados que vinieron a progresar y a darle impulso a estos pueblos, de dónde viene esa gente? Acaso estos que vienen de Bolivia, Paraguay, en definitiva Latinoamérica, ¿no son también inmigrantes? Por los pocos comentarios que escuché, nunca se les exigió certificado de buena conducta ni ningún condicionamiento a aquellos que llegaron primero, de manera que seguro allí vino toda clase de gente: asesinos, ladrones, muchas personas que ni siquiera sabían leer y lo mismo sirvieron para el engrandecimiento de este país. Mi pregunta: ¿por qué aquella primera inmigración ha sido benigna y estas actuales son tan malignas? ¿Será porque aquella era del hemisferio norte, del viejo mundo, de Europa, donde parece que la luz brilla más? ¿Acaso estos inmigrantes latinoamericanos no son el resultado o consecuencia de los primeros? Me parece imposible siquiera pensar que se podría dar un nuevo impulso a estos pueblos abriendo una nueva inmigración europea. Primero, porque somos muchos para que nos arrastren y nos eleven el espíritu social que en estos momentos está por el suelo. Segundo, porque la inmigración que hace al desarrollo económico de los pueblos de la actualidad es a base de divisas y tecnología. Hace varios años que sostengo que el problema de nuestro pueblo no se resuelve con dinero”. (Capítulo 5: Ha llegado la hora. Página 90. Fragmento corregido por MF para esta nota).

El pueblo al que alude Valentín Anaquín no es exclusivamente Tartagal o alguna otra comarca del Departamento San Martín, ni solamente Salta o una visión federal de la Argentina de los últimos apocalipsis: su prosa se afinca en el imaginario de un pueblo nuevo, en el que rigen leyes naturales trastocadas del sentido occidental, y es por eso que en su primer libro dialoga referencias con el francés Paul Chauchard, el matemático japonés Moto Kimura y el filósofo español Raymond Panikkar. El proceso de investigación de Anaquín no se limita a la lectura y resumen de textos, sino que emparenta direcciones de sentido con los mitos orales, la prensa local y hasta con lo testimonial: “Verdades y mentiras del año nuevo” contiene esta clase de interrogantes que se mantienen necesarios y precisos, más aún en el estado actual de descontento en el que parece más fácil tomar un avión al exterior, antes que preguntarnos qué clase de imaginario social es el que se presenta ya no como utopía políticamente correcta sino como cuestionamiento directo de la realidad circundante. Es por ello que los libros de Anaquín no deben leerse únicamente como material de consulta con finalidad escolar: no se trata de un ensayo compuesto por respuestas, sino de una tentativa creada a partir de preguntas (antiguas y nuevas). En este tipo de proyecto literario de no ficción, prima el diálogo antes que el mero carácter informativo.

Son numerosos los errores de ortografía, puntuación y diseño en los tres libros, algo usual en toda producción editorial que ha salido de Tartagal: tomos llenos de faltas lingüísticas y gramaticales, signos inconclusos o párrafos enteros sin corrección. Es por ello que, para citar apropiadamente algún pasaje o fragmento, debe ser corregido apropiadamente. La mayoría de los libros publicados en y desde Tartagal, así sean firmados por profesionales y académicos, dejan mucho que desear: horrores ortográficos y maquetación deficiente, y a veces no registrada correctamente, hacen difícil seguir la dirección de lectura. Pero aquí ocurre otro dato curioso en las obras publicadas por Valentín Anaquín: “Como no tengo computadora ni la sé manejar, todos los borradores pasaban por la máquina de Oscar Pérez, yo sólo dictaba y él escribía”. Y es interesante consignar este dato, ya que la propuesta ensayística de Anaquín parte de una tarea de grupo: siete personas que, desde el año 1989, decidieron reunirse una vez por semana para destrabar condicionantes en aquella visión comunitaria del presente, avizorando una posibilidad de futuro en el cual la relación íntima con el tiempo y el espacio nace de la necesidad de decir y hacer por nosotros mismos, sin recurrir a verdades inmutables y prefabricadas por los grandes centros capitalistas ni los discursos de poder.

En su segundo libro, “Rompiendo la maceta”, lo natural y lo ancestral ocupan un lugar preponderante en la prosa del autor, ya que no hace el intento de adueñarse de lo mitológico y lo originario (convirtiendo leyendas y visiones de los pueblos ancestrales en objeto de consumo), sino que reflexiona sobre el rol que ocupa dentro de este panorama: “Lo que estoy haciendo es rescatarlos del encierro, desempolvarlos y mostrarlos de nuevo para que sean analizados”. Este libro, el más extenso de Anaquín, tiene un total de 268 páginas.

“Lo llamativo y preocupante es que todos los mensajeros de Dios vienen del hemisferio norte, parece que por estos pagos no pasó Dios dejando su mensaje, cuando es muy fácil darse cuenta de que no es así, porque los pueblos originarios alcanzaron un alto grado de conocimiento en ese aspecto. Lo curioso es que nadie indica cuáles son los pasos que se deben seguir desde aquí, para alcanzar la noción de ese Ser Supremo. ¿Son malintencionados o son absolutamente ignorantes, y están formados para que cumplan esta función sin darse cuenta quienes sostienen este esquema? ¿Tenemos que seguir creyendo en lo que nos dicen? Cuando en la misma Biblia y en todos los mensajes de otros credos también recomiendan algo muy parecido: a no confiar en lo que se dice”. (Capítulo 6: Meta a continuar. Página 129. Fragmento corregido por MF para esta nota).

En la actualidad, varios de los miembros de aquel grupo primigenio que se dedicó a repensar la historia oficial y el modo obligatorio de ver y vivir la comunidad del norte argentino, han fallecido, dejando a Valentín Anaquín la tarea de consignar, rescatar y plasmar en palabras aquella labor de armado y desarmado socioeducativo. Y en su último trabajo, “Nuestro lugar en el mundo” (publicado a mediados de 2023) puede leerse el subtítulo “Propuesta educativa”. Con este detalle, entendemos la funcionalidad del ensayo dentro de un marco de acción comunitaria. Este análisis ahora también opera en la dimensión de la práctica: la lectura no es tan solo la propuesta y el cuestionamiento crítico, sino también la implementación de esta tesis en el ámbito actual. Con un total de 110 páginas, “Nuestro lugar en el mundo” es un intento por revertir las ataduras culturales que operan en la construcción identitaria del sujeto, su ambiente (importante la tarea de reivindicación de una visión ecológicamente consciente en el punto global donde residimos) y su acción en la comunidad. “Cuando originarios y criollos comprueben que el Estado los está valorizando a través de un conocimiento ampliado, se habrá dado el primer paso en dirección a una nueva forma de vida ajustada a los mandatos naturales y acorde con el lugar en el mundo que ocupamos”, explica el autor. Y eso que él llama “nueva forma de vida”, es la conformación política de una perspectiva social, humana y ulterior a los estamentos hegemónicos del poder. Desde un cambio aparentemente simple, como lo es el ubicar en los mapas geográficos nuestra ubicación de acuerdo a una revisión espaciotemporal (poniendo de cabeza el globo terráqueo) y entender el ciclo de las estaciones según nuestro ángulo vivencial, es que este ensayo introduce un orden político y humano ya no detrás del empaquetamiento eurocentrista, sino atravesado por lo decolonial, lo diverso y lo originario.

“Fue en el año 1997 que envié a uno de mis hijos a la escuela secundaria agrotécnica de Yacuy, un pueblo a unos 17 kilómetros al norte de Tartagal, con la ilusión compartida de alcanzar mayor conocimiento para aprovechar con más eficacia los recursos que posee nuestra zona. Grande fue la desilusión de aquel muchacho cuando, en el primer día de clases, el profesor les habló sobre las vacas y pastos de Alemania: una clara evidencia de cómo y para qué está programado el sistema educativo”. (Capítulo 3: Propuesta educativa. Página 50. Fragmento corregido por MF para esta nota).

Programación, artificialidad y reconstrucción de las perspectivas contemporáneas: de eso se nutre este proyecto de no ficción que alude a aquellos entramados políticos del condicionamiento social impuesto durante siglos, y nos presta herramientas para repensar nuestro punto de inflexión en aquel mapa, pero también nos hace responsables de nuestra acción comunitaria, ecológica e histórica. Gran tarea que no se termina en la lectura del libro, sino en indagar qué rol ocupa esta literatura en nuestro presente.