La democracia es esencialmente incertidumbre. En las dictaduras o en regímenes autoritarios siempre se sabe quién triunfará. A esto lo dice Andrés Malamud, brillante politólogo. A la vez, la democracia, según Felipe González, hacedor de la España moderna, es una ética de la derrota, es decir, es saber perder con dignidad y espíritu constructivo en función de las instituciones. En definitiva se trata de respetar mansamente el mandato popular.

Yo no lo voté a Milei y no comulgo con su ideología, pero la irresponsabilidad de la gestion económica de Massa, la falta de una mínima insinuación sobre un cambio necesario que nos saque de la trampa del corto plazo, justifica históricamente su derrota.

Cualquiera se da cuenta de que esto no puede seguir así. De que el kirchnerismo, desde sus comienzos, dilapidó la mejor oportunidad que nuestro país tuvo en toda su historia para despegar. Ni siquiera aportó la minima infraestructura para un desarrollo sostenido. Redujo un país con amplias potencialidades a la dimension de una provincia, Santa Cruz, rentista y presupuestívora. Cualquiera, hasta Belliboni, se tiene que dar cuenta de que se llegó a un límite.

El aporte del peronismo tendría que ser, entonces, en dar lo mejor de sí para superar la cultura de la que fue exclusivo beneficiario: hay que aplicar aquello de que cada cual solo tiene derecho a consumir un equivalente de lo que produce. Esto no lo digo yo, ya lo decía Perón en 1949 cuando veía los límites de su revolución social que nunca tuvo sustento económico (Halperín Donghi dixit). Es lindo ampliar derechos pero hay que bancarlos. Eso es tan cierto como que dos más dos es cuatro. O que existe la ley de la gravedad. El problema es cuando se ideologiza eso. Cuando se pretende encasillar a las matemáticas o a la física en las pretensiones caprichosas de la voluntad humana. En algún momento es necesario abandonar la adolescencia.

Las instituciones de la democracia tienen ahora la palabra. Allí deberán hacerse los acuerdos necesarios para su funcionamiento. Y los controles que son imprescindibles para el buen andamiento de esas mismas instituciones. Esa también es una manera de abandonar la adolescencia. Son procesos dolorosos pero necesarios.

Y respecto de esto, del juego de las instituciones estamos hablando, miremos lo que sucede en nuestra provincia. Es necesario que acá también le demos funcionamiento a las mismas. Todo está supeditado a la voluntad de un gobernador y a la virtud que este tenga o no para conseguir fondos como para lubricar el funcionamiento provincial. Pagar sueldos, en definitiva y, de tanto en tanto, lograr que se haga alguna obra pública. Pero en lo institucional hacemos agua. Y mucha agua.

Ya muchas veces hablamos de los organismos de control que brillan pero por su ausencia. La Corte de Justicia; la Auditoría General de la Provincia; la Legislatura, tanto Diputados como el Senado. Nadie controla nada. Los gastos reservados, de los que obviamente no se sabe nada. Los sueldos que perciben algunos funcionarios que se mantienen en la más estricta reserva.

Y también una corruptela que viniendo del gobierno nacional se proyecta también en el provincial. Eso de “Gustavo Gobernador” en cada aviso es una simple y ordinaria propaganda política y no publicidad de los actos de gobierno. Con un agravante: tiende, y de hace mucho se nota esto, a una concepción movimientista de la política que se da de patadas con nuestro sistema constitucional que tiene a los partidos politicos como protagonistas centrales del mismo no a los movimientos. Éstos, los movimientos, tienen un ingrediente bonapartista incompatible con nuestras instituciones y su corolario es, precisamente, la ausencia de controles y que toda la vida política provincial se reduzca a la voluntad o inspiración de un gobernador. Hasta hay por ahí un funcionario o autoridad del partido gobernante, el justicialismo, que hace gala de eso. Bueno, eso es una corruptela política que debe ser remediada.

El propio sistema de coparticipación que, por manda de la Constitución Nacional debió ser reformado en 1996, sigue vigente, posibilitando que estas tristes provincias sean catalogadas con razón por estudiosos del derecho público, como rentistas. El presidente electo, Milei, habló de suprimir ese sistema y todos pusieron el grito en el cielo. Lo que hay que hacer es reformarlo, actualizarlo, y posibilitar que esas provincias dejen de ser rentistas y que nuestro país, conurbano mediante, vuelva a tener viabilidad.

El fracaso de la dirigencia política, que en definitiva es lo que posibilitó a Milei al poner las condiciones para su aparición, es lo que nos trajo hasta acá. Por eso, hoy, lo menos que se le pide es lo que señalamos como esencia de la democracia: una ética en la derrota y no correr alocadamente como se suele hacer en ayuda del vencedor. La mejor ayuda es cumplir con el rol que la voluntad popular atribuyó a cada cual. El que gana gobierna, el que pierde ayuda con su control y preparándose para la alternancia.