ALEJANDRO SARAVIA
De libro, realmente nuestro país es de libro. Algunos le atribuyen a Simon Kusnetz, otros a Paul Samuelson, ambos premios Nobel de Economía, uno en 1970, el otro en 1971, aquello de que hay cuatro tipos de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina. Los nuevos premios Nobel de economía 2024, Daron Acemoglu y James Robinson, también se refirieron a nuestro país. El primero de ellos, Acemoglu, en un reportaje que se le hizo hace un tiempo, y ante la pregunta concreta acerca de qué es lo que necesita Argentina para desarrollarse, si necesitaba un liderazgo fuerte, respondió, alarmado, que necesitaba exactamente lo opuesto, “… Necesita un liderazgo débil. Creo que Argentina ha sufrido de los líderes fuertes que abusaron de su poder. Creo que necesitan un liderazgo débil con un líder que escuche a las instituciones, que esté limitado por las instituciones, que respete al Parlamento, a la oposición, a los medios. Un líder que reconstruya las instituciones y no uno que use los recursos para forjar su propia carrera. Creo que los argentinos deberían rezar por un líder cuyo nombre fuera totalmente olvidable…”
Y, hoy, ¿dónde estamos parados? Para responder a eso debemos precisar antes si Milei es el último eslabón de nuestra cadena de decadencia o el primer eslabón de nuestra recuperación. El panorama es que por temperamento y por asesoramiento de su “mago del Kremlin”, Santiago Caputo, en lugar de trascender la grieta que lo antecedió, se entregó a la lógica de ésta. Y eligió como su adversario predilecto a la expresidenta Cristina Kirchner. Ésta, obviamente, aceptó el convite y se apresta a pulsear por la presidencia del partido de su desamor, es decir, el peronismo, al que siempre despreció. A ambos, a Milei y a Cristina Fernández, les conviene ese escenario. A quien no le conviene es al país porque con esa pulseada vuelve a empantanarse en su historia reciente, en sus peleas de conventillo.
El gobierno de los Kirchner no sólo desperdició el esfuerzo que significó para nuestro país la salida de la crisis de la convertibilidad, con el ministerio de economía de Jorge Remes Lenicov y la trabajosa estabilidad lograda, sino que también desperdició el boom de las comodities de los 2000. Diseñaron un país de la dimensión de su propia Santa Cruz. Ahora, si Cristina preside al justicialismo lo va a llevar a ser una organización a su antojo y dimensión. Es decir, algo disfuncional.
A su vez, Milei no encaja en la tipología dibujada por los recientes premios nobel de economía. Las instituciones son para él nada más que un escenario para actuar su narcisismo y sus complejos. Con un agravante: reúne en sí todos los condimentos que se señalan, también en los libros, que deben tener estos nuevos populismos de derecha: la polarización y la posverdad. Lean para confirmarlo la obra de Moisés Naim “La Revancha de los poderosos”. O, si no, “Los ingenieros del caos” de Giuliano da Empoli.
Milei, está claro, no es un activista de la verdad y menos de las instituciones. Pero, sin embargo, puede hacer un aporte. Su irrupción es consecuencia de los desgobiernos kirchneristas en los que, con palabras del laureado Robinson, éstos hicieron del Estado “un Leviatán de papel”, es decir, una apariencia de Estado, un organismo fallido en su menester de proveer bienes y servicios públicos de manera efectiva. En nombre del Estado destruyeron al Estado. Milei, reitero, tras su patada al hormiguero, puede aportar aunque más no sea una sola cosa que, en nuestra historia, significaría mucho: disciplina fiscal y la consecuente superación de la inflación crónica que nos afecta. Con eso su misión estaría cumplida y debería, luego, desaparecer. Es un destructor, no un constructor.
Mientras, la sociedad debería fortalecerse y forjar la masa crítica indispensable para reconstruir lo destruido en tantos años. Para eso debería surgir una nueva dirigencia. En la actual sirven sólo unos cuantos. Sobran los dedos de una mano para contarlos.
Sí, realmente, nuestro país es de libro…