La explotación de niñas y adolescentes con fines laborales en Bolivia es una problemática que afecta al Norte argentino. Hace dos semanas, una joven de 16 años logró ser rescatada de una hacienda en Jujuy.

La Revista Norte, de la ciudad de Orán, publicó un artículo sobre la explotación de niñas y adolescentes bolivianas con fines laborales. Asegura que la problemática impacta en el Norte argentino.

El texto informa que hace dos semanas, una joven de 16 años logró ser rescatada de una hacienda en Jujuy. La había traficado una mujer boliviana que está presa en Argentina y enfrentará un juicio por trata y tráfico de personas. Si la condenan, será histórico. Será la primera que pague una pena por este delito.

Melania Torrico, que vivía en Bermejo antes de asumir la oficina contra la trata de personas del Ministerio de Gobierno, explica que la explotación se ha vuelto algo cultural en el sur boliviano, que padres empobrecidos del chaco, de Los Cintis y de Potosí dan a sus hijas e hijos para ser llevados a trabajar en granjas y en talleres clandestinos de Argentina. Además, también se estila que en los pueblos padres e hijos crucen la frontera a diario y laboren por más de 12 horas al día en una quinta a cambio de unos 300 pesos argentinos por día, alrededor de 150 Bolivianos.

Esa realidad lleva décadas. Incluso el presidente Evo Morales acompañó a su padre a la zafra cuando era niño.

Al ser un problema que lleva generaciones, Torrico señala que es difícil trabajar contra él. Opina que de a poco las personas de provincia se van enterando y comprendiendo el concepto de trata y tráfico de personas.

Ella recuerda un caso que muestra lo enquistado que está este mal en el sur. Hace tres años, un traficante boliviano fue detenido en Bermejo cuando estaba a punto de cruzar la frontera con tres adolescentes mujeres que no eran sus familiares. La investigación concluyó que el ‘pollero’ había captado a las jóvenes en la región de Los Cintis de Chuquisaca, un valle productor de uva y singani. Cuando el pollero las conoció, ellas eran adolescentes de pollera y trenzas en el cabello.

Cuando estaba a punto de cambiarlas de país, las jóvenes llevaban el cabello teñido de rubio y vestían buzos de colores fosforescentes.

El pollero fue aprehendido, pero solo estuvo tres meses en la cárcel. Un día, llegó el padre de las adolescentes y admitió que él les había dado permiso para que se lleve a sus hijas a trabajar a Argentina. Todo el caso se cayó a pedazos, el hombre fue liberado y no se lo volvió a encontrar para seguir la investigación.