¿Qué nos dejó la literatura en Salta este año? Jóvenes críticos comentan los libros publicados por editoriales emergentes. En esta oportunidad tenemos una breve reseña del poemario Caballitos voladores entre los cables de alta tensión, de Rodrigo España. (Juan Díaz Pas)

La poesía de Rodrigo España es más bien breve y casi secreta: Los hilos que sostienen a los platos voladores en una película de Edward D. Wood Jr. (2010); El evangelio de Blacsotán (2014, más un experimento sonoro que un libro y más un mito linyera que un poema). Se diferencia de su obra narrativa, acaso más importante y valiosa, porque suele abandonar el humor y porque se permite explorar la ternura en un registro seco y contundente. Lo cierto es que en este género España continua explorando las variantes de lo que él denomina pedorrealismo, es decir la forma en que las alucinaciones sustituyen a la realidad o, más bien, los meandros hacia donde conducen las distorsiones producidas por los alucinógenos, cómo develan lo más oculto de las mentes de los personajes.

Caballitos voladores entre los cables de alta tensión (Killa, 2014) se embarca en estas exploraciones a bordo de un vehículo defectuoso (una bicicleta) hacia un lugar que no se sabe si existe (la casa). La imagen de la tracción a sangre resulta el nudo respiratorio de estos versos cortos de tono despojado. Las piernas, el cuerpo que circula y es también el medio de transporte, deja unos rastros sobre la nieve sucia e inverosímil del barrio Alta tensión, engrana la historia de alguien que habla de su bici como si fuera su amante, que habla de su amante como si ella fuera quien lo llevaba en una deriva de bares sucios, parecidos a junglas, que marchan sin remedio hacia la devastación: “es mejor salir/ sin techo/ y en ruedas”.

La intemperie, entonces, más el alcól (según el conocido apócope del cholonqueño Barriga), más las drogas analgésicas, más el cansancio son las coordenadas del tránsito brumoso por calles torcidas y bares oscurecidos, donde los bebedores son súcubos y los pensamientos florecen, flotan y se desperdician en mirar los techos, los cables, las antenas, en querer alcanzar el fondo del vaso como si así se pudiera alcanzar el fondo de uno mismo. Beber es igual a pedalear: “hasta donde las piernas nos den”.  

Así es el viaje, hasta que se descubre que los cuerpos fallan, que se “consumen/ de adentro hacia afuera”, que despiden un olor a humedad que viene “desde el mismísimo cántaro/ del infierno/ al que nos hemos llegado”, que la vuelta es una forma de la separación o, cuando menos, de la distancia. No les queda otra a los cuerpos, viven hasta que no dan más, entonces algo se los roba.

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