Aunque su actual 25% de los votos está lejos del 42% que obtuvo en el 2007 cuando accedió al senado, el dato más preocupante para Romero y sus aspiraciones de ser opción de gobierno en el 2015, son las bajas performances en un norte provincial donde su gestión protagonizó hechos trágicos.
Juan Carlos Romero remontó el domingo los resultados de las PASO: sus 134.738 votos de agosto (21,23%) se convirtieron ayer en 148.670 (24,56%). Resultados que se explican por su mayor caudal de votos en la Capital provincial y en otros cuatro municipios (Cachi, Guachipas, La Caldera y Molinos).
Su baja performance en los dos distritos electorales más importantes de la provincia después de la capital -San Martín y Orán- se mantiene. En agosto cosechó en Orán sólo 10.870 votos sobre casi 65.000 emitidos (16,83%), porcentaje que ayer bajó un poco con 10.613 que representaron 16,39%. En Tartagal la situación cambió pero sin quebrar la tendencia. Obtuvo un 13,5%. Lo curioso del caso es que ese porcentaje era el que había cosechado Andrés Zottos, en agosto, mientras el vicegobernador logró ayer en su tierra el 9,45%. En base a esos datos, las interpretaciones maliciosas de todo tipo se dispararon. La leve mejoría le sirvió para mantener la distancia sobre Olmedo, pero no para disputar cuerpo a cuerpo con el oficialismo en San Martín en donde Rodolfo Urtubey arañó el 47%.
Los números del norte ponen en duda lo que el exgobernador dice desear: convertirse en opción del gobierno de cara al 2015. Y es que a pesar de contar con una imagen absolutamente provincializada tras doce años de gobierno y poseer los recursos necesarios para montar una estructura también provincial que cualquier candidato envidiaría… las PASO y las elecciones de ayer evidenciaron que el problema de Romero en esos distritos es que no lo votan porque lo conocen.
La historia protagonizada por el mismo Romero en el norte podría explicarlo. Tartagal y Orán, después de todo, padecieron como pocos departamentos salteños los procesos más descabellados en los 90. De allí eran miles de los 51.000 empleados de YPF reducidos a 5.600 en todo el país entre el 91 y el 93 cuando se privatizó YPF (Svampa y Pereyra: Entre la ruta y el barrio, 2003). Sólo de General Mosconi, los ahora denominados exypefianos fueron 3.500. Por eso el desempleo, allí, se transformó en un fenómeno estructural que la mayoría asocia a Romero. En mayo del 2001, por ejemplo, mientras la tasa de desocupación en nuestra ciudad era de un alarmante 17,1%, en Mosconi y Tartagal alcanzaba el escalofriante índice del 42,8% (Svampa y Pereyra, ídem). Por eso mismo, también, de los 220 cortes registrados en Salta entre 2001 y el primer cuatrimestre de 2002, Tartagal, Mosconi y Orán concentraban la enorme mayoría de los mismos (investigación de Osvaldo Ovalle, del Centro de Estudios Nueva Mayoría, citado en Política y Cultura Nº10. Julio del 2005, pág. 13)
Fortaleza en capital
Ese sensible repunte en el interior y el contundente triunfo sobre el oficialismo en la Capital, en donde estiró la diferencia a diez puntos sobre el oficialismo, posibilitaron a Romero asegurarse la banca en el senado de la nación. Y es que el 26% de agosto llegó al 30% en el día de ayer confirmando que aquí sí su estrategia dio resultados y pudo trasladar el debate a un terreno en donde se sentía cómodo: la gestión. En eso que él consideraba una clara diferencia con el apellido Urtubey al que acusó de ser una gestión somnolienta, inmovilizada y sin objetivos claros; mientras él se auto proclamaba como un político eficaz para organizar un ejército de funcionarios centralizados por un programa de gobierno que debe resolver los problemas de una sociedad a la que, además, se le debe dar la confianza de que el todo provincial avanza en una dirección previamente pensada y perfectamente monitoreada.
Algunas de las obras que caracterizaron a su gobierno lograron el resto. Sobre todo aquello vinculado a la permanente remodelación de los espacios públicos a los que pretendía convertir en lugares de admiración. El “centro” fue el ejemplo clásico. Ese lugar enmarcado por ciertas calles y avenidas, en cuyo interior se levantan algunos monumentos, unas cuantas construcciones públicas y eclesiásticas convenientemente refaccionadas para generar un impacto inmediato; surcadas por callecitas coloniales también convenientemente iluminadas por faroles coloniales, un par de peatonales, algunas galerías, restaurantes o veredas con cafecitos que se autoproclaman ser parecidas a las de París. A ese embellecimiento de lo clásico, Romero lo acompañó con la creación de otras cosas no previstas pero que él decía hacían más bella la ciudad: el shopping, las urbanizaciones privadas, los minicenters comerciales de barrios elegantes, o esas monumentales obras públicas como la ciudad judicial o las autopistas que conducen a ella: construcciones pesadas y monótonas, aunque rebosantes de prepotencia, como lo era el mismo Romero.
Modelo de gestión, insistamos, que explican el triunfo en capital pero que no parecen por ahora alcanzarle para lograr el favor de un interior sin el cual, sólo podrá aspirar a un vivir tranquilo en el senado de la nación durante los próximos seis años.