El jujeño Bruno Arias actuó en el Mercado San Miguel a beneficio de comedores infantiles. Provocó una fiesta que comprobó una vez más que el folclore que habla del pueblo no es querido por los gobiernos.
Hoy comienza la primavera y el clima acompaña. Vayamos, pues, al Mercado San Miguel a escuchar canciones folclóricas que no hablan de boludeces de agencia de turismo sino de lo que sucede acá donde vivimos. No sé usted, pero la opción es tentadora. Especialmente porque las frescas están a cincuenta pesos. Todo cierra.
El Mercado, usted sabrá, es un laberinto que podría servir de locación para películas hollywoodenses o producciones más intelectuales. Todo depende del abordaje. Los pro yanquis seguramente filmarían acá para mostrarnos una zona propensa a lo latino, pobre y narco. El egresado de Humanidades no dejaría pasar la oportunidad para enviar un mensaje y celebrar una comida o una canción sólo por su origen proletario. Y estará muy bien, porque ¿qué es mejor? ¿La música que suena perfecta, grabada en los mejores estudios del primer mundo, o la que sale de las entrañas de la experiencia? Algo de eso tiene la obra de Arias, que se hace presente en el Mercado a las 20 horas, tal como se había anunciado.
El jujeño se sube a un escenario improvisado en el primer piso del Mercado. Un balcón pequeño que está en la entrada de la Fundación San Miguel, que preside el mandamás del lugar, José “Pepe” Muratore. Ahí abajo, los vendedores de los puestos, los clientes y los que llegaron especialmente para presenciar este concierto empiezan a agolparse en un estrecho pero largo pasillo que servirá de campo general.
Las “plateas” son las mesas que están en el patio de comidas del primer piso de este shopping telúrico. Allí van y vienen las chicas que intentan seducir a los gritos a los recién llegados. Imponen sus ofertas: pase, siéntese, qué quiere comer. Hay promo de pizza y gaseosa a ochenta pesos. La pizza con cerveza cuesta 110 mangos. En pocos minutos se ocupan todas las sillas.
A las 20.10, un locutor de la radio del Mercado saluda y les da la bienvenida a todos los presentes. Cuenta que este evento se realizará a beneficio de comedores infantiles. Y agrega que todas las donaciones de alimentos no perecederos pueden ser depositadas en la emisora. “Si no tienen pueden comprar en los puestos”, propone, práctico.
Arias y el bombisto tilcareño Alejandro Salamanca realizan un repertorio muy celebrado. Mientras tanto, abajo el público es cada vez más numeroso y por las mesas de arriba pasan distintos vendedores ambulantes: africanos con joyas, tipos que ofrecen CD’s truchos, planchas para el pelo, medias. También mujeres que dejan estampitas y nenes que piden monedas.
“Qué lindo que se arme esto para compartir con los que menos tienen”, dice Arias, y se pone a cantar “Kolla en la ciudad”, que cuenta la historia de un tipo que se va del NOA y encara para Buenos Aires porque está cansado de la miseria y de “ser la diversión para turistas”. “Mudaré mi poncho por ropa ciudadana y con tono porteño encontraré trabajo. Seré un albañil, seré un basurero, seré una sirvienta sin pucarás ni lanas”, canta y todos los presentes lo acompañan.
“Que vivan los pueblos originarios”, grita. Arias canta a favor de las asambleas, en contra de las minas que contaminan nuestros ríos con cianuro. “Seguimos resistiendo de pie contra la megaminería”, dice y agita: “El agua vale más que el oro. Nuestra Pacha no se toca”.
Arias canta de lo que vive, explica que los protagonistas de sus canciones son los habitantes de la Puna, también docentes como Marta Juana González, maestra desaparecida durante la última dictadura militar. El nombre de esa mujer es el título del segundo tema del disco más reciente del jujeño: “El derecho a vivir en paz”, editado el año pasado.
Las canciones nuevas de Arias aparecen en gran número durante este recital. En total hace cinco temas del disco y la gente, que a las 20.30 ya copó todo el sector del Mercado, canta con la misma pasión que él. “Los que llegaron tarde vayan para atrás”, pide una mujer que está sentada junto a una mesa del costado. Deberá pararse. Esto no es el Teatro Provincial, donde abundan los guardias de seguridad que mantienen a raya el entusiasmo, así que todos empiezan a bailar.
“Ojalá vuelvan a pasar los trenes por Salta y haya gente en los andenes”, dice Arias antes de hacer el clásico “Tren de Alemanía”. “Vamos a hacer todos los temas que pidan”, se entusiasma después y la noche promete estirarse hasta horas inconfesables, al mejor estilo de las maratones musicales del Chaqueño Palavecino en Cafayate.
En una pausa, Pepe Muratore le regala al jujeño un poncho y celebra, como todo dirigente, que “en este lugar del pueblo” se puedan realizar estos eventos. Y algo de razón tiene, porque la sensación es que en aquí no hay turistas ni disfraces de gaucho sino música local, con códigos y ritmos que entienden los que se reflejan en las letras y sienten en la música un espejo en el que perciben un lugar de pertenencia.
Siguen “Florcitay”, “Singani congani” y “Como las copleras”, con Lucho Cardozo. Arias saluda a sus primos y a sus padres, que viajaron especialmente para asistir al concierto. Se suma un grupo de sikuris que redobla la apuesta y sube la temperatura. Una nena en brazos de su papá flamea una whipala. Las donaciones pasan de mano en mano hasta llegar a la radio. Arias grita “Fuera Austin” y canta sobre los pueblos originarios, que están hace “cinco siglos resistiendo”.
Pasadas las nueve de la noche, la fiesta está en su punto más alto, pero hay que terminar. “Aunque no me contraten más en Jujuy, pueden encontrarme igual”, dice Arias, y se lleva una ovación. Después anuncia que en diciembre volverá a Salta para actuar en el Teatro del Huerto.
Cuando se despide con “Sol de los Andes”, con toda la gente cantando a la par, la sensación es que la popularidad de este músico aún no tocó su techo. Arriba, en las mesas, una nena que no logra ver nada porque todos los adultos le tapan la visión le pregunta a su mamá si es importante mirar lo que pasa en el escenario. No, nena, lo importante es sentir lo que transmite. Con eso alcanza.