Luego de las críticas sobre la odisea para llevar dos camionetas y donaciones para las comunidades de Embarcación, qué se dijo sobre el accionar del influencer.

Rubio, ojos celestes, alto: belleza hegemónica. En la comodidad de su departamento en la capital argentina el influencer Santiago Maratea podría seguir apegado a su consumismo porteño, al cholulismo propio de las personas “famosas”, a la autocosificación que propicia Instagram, y su propio ego, pero no.

En sólo tres días consiguió tres millones de pesos para comprar dos camionetas 4×4 para la comunidad wichí (antes le había dado cerca de un millón de pesos a Omar Gutiérrez) y hace unos días consiguió ocho millones de pesos para evitar el desalojo de una fundación que ayuda a víctimas de trata.  Algún/a despitade podrá decir que la caridad lo llevó a querer lavar sus culpas por su belleza hegemónica, su buen vivir, su clase social, a montar un “show solidario” que “le terminó saliendo mal”, pero no.

Maratea, que en algún momento contó que sufrió abuso sexual de pequeño, que se pone más del lado del + del LGBTQ+, que manifestó que desde niño quiso ser famoso, que le regala 5mil pesos a quienes le hacen el delivery, que se va de vacaciones a europa, que fumó cannabis en un programa televisivo, que se identifica “con el hombre nuevo”, que está lleno de contradicciones, hizo lo que Alfredo Llaya no hizo en 10 años. Aunque los medios de Salta hayan titulado el conflicto que atravesó cuando caciques y miembros de las comunidades lo interceptaron, y aunque fue malamente criticado por militantes partidarios, periodistas y ciudadanos en general, lo cierto es que después fue él mismo quien explicó cuál había sido la intencionalidad al realizar la colecta para juntar dinero para dos camionetas para el norte salteño.

“Mi intención con Omar nunca fue darle plata ni cosas materiales que es lo que la gente termina viendo. Mi intención fue empoderar a Omar que no solamente nació en el margen de la sociedad, sino que viene a estudiar abogacía para defender los derechos de su comunidad. No es ningún gil, tiene mucha predisposición y hay que darle voz a esas personas y voz no es solamente un micrófono sino a veces es poder. Porque este mundo es re cruel y hay que jugar con las reglas que el mundo ofrece. Entonces no es lo mismo un Omar con un millón de pesos o dos camionetas que sin dos camionetas. Es mover estructuras”, señaló.

Lógicas colonizadoras

Una de las críticas hacia el accionar del influencer rondó en torno a una supuesta lógica colonizadora que sigue calando en nuestras sociedades. “Lo único que hizo fue alimentar el racismo”, tiró una critica autodefinida pro política y anti filantropía peronista. Otra, que todo lo que hizo el varón blanco porteño, “lo hizo para el ogt”, otro desentrañó que la solidaridad es puro cuento argento y trajo una discusión que según él es antiquísima: que no es bueno el que te ayuda sino el que no te molesta, o que  la solidaridad vertical, (aquella que solo unxs pocxs iluminadxs la perciben) es mala. Otro dijo que le molestaba el discurso “anti política” que promulga el joven, varón blanco no heterosexual porteño.

Maratea no será el che Guevara pero muestra que el espacio público por el que indudablemente pasa todo actualmente, las redes sociales, pueden ser de utilidad, o sacarle cierta utilidad frente a la envidia de algunes que se la pasan criticando a cuánto sale de sus estructuras, a quienes siguen confiando en la beneficencia de las “políticas públicas”, manejadas por algún/a puesto a dedo y a quienes reniegan que algunes ya no creamos en las lógicas obtusas de hacer política. Para les que leen por internet y les gustaría ser como Maratea, pero no.