Teresa Cruz, madre de un niño que falleció en 2009, atropellado en el Camino a la Isla, pide justicia. El hecho sucedió en uno de los tramos más críticos de la ciudad. No hay semáforos ni señales y la sensación de tragedia está presente todo el tiempo. (F.A.)

Eran las seis y media de la tarde del 26 de abril de 2009. Franco Martínez, de diez años de edad, estaba parado en la banquina de la Ruta Provincial 26, a pocos metros del Motel Burbujas, frente al barrio Apolinario Saravia, donde vivía junto a su familia. Minutos antes, había terminado de jugar al fútbol en un terreno que estaba a tres cuadras de su casa. El partido había sido interrumpido porque empezaba otro más importante: River iba a enfrentar al Lobo jujeño en el Monumental.

Franco nunca llegó a su casa para ver a River. Mientras esperaba para cruzar la ruta, fue atropellado por un auto que circulaba en zigzag. El vehículo iba conducido por una mujer que daba sus primeros volantazos. En el asiento del acompañante, un hombre le enseñaba a manejar. Ambos habían bebido. Tras el impacto, frenaron, luego siguieron. Nunca regresaron para asistir al niño, que murió doce horas después.

Poco más de siete años después, a la misma hora, Teresa Cruz, mamá de Franco, está parada al frente del lugar del accidente. Señala la entrada de una YPF que en 2009 no había sido inaugurada y hoy tapa la cancha donde su hijo había jugado antes de ser atropellado.

No cruza porque es casi imposible. Los autos, camiones, motos y bicicletas no paran jamás. Van y vienen de ambos lados. No hay semáforos que los detengan. Tampoco lomos de burro. Ni siquiera un cartel. Cuenta que la cantidad de tránsito es tan grande que todas las mañanas espera aproximadamente veinte minutos para poder atravesar la ruta y caminar hasta su trabajo en el barrio San Remo, donde se desempeña como empleada doméstica.

Franco había nacido el 23 de marzo de 1999. Iba a la escuela Independencia Nacional. Su mamá lo recuerda como un buen alumno, un buen hijo que la abrazaba y le decía que la iba a cuidar cuando fuera grande. Cuenta que “lo chocaron y no se aparecieron, hicieron abandono de persona”.

Teresa convive desde hace siete años con la tragedia de su quinto hijo, el más chico de todos, pero aún le cuesta ordenar el relato. Explica que no le gusta recordar lo que pasó porque el dolor no se va. Sin embargo, dice: “Estas dos personas estaban ebrias. El hijo (del hombre que viajaba en el asiento del acompañante) declaró que ese día habían tomado alcohol. Los testigos vieron que iban en zigzag. No iban bien. Mi hijo estaba parado en la banquina, en la orilla, y lo levantaron. Vino un vecino, me avisó y cuando llegué a la ruta estaba tirado, ya no hablaba, no miraba.  La ambulancia llegó después de que yo fui a verlo. Los autos seguían pasando porque él estaba a un costado, lo habían corrido. Nos fuimos al Hospital de Niños y murió a las seis de la mañana del lunes”.

La mujer cuenta que los dos implicados recibieron condena pero no fueron a la cárcel. Teresa busca que los culpables sean encerrados. “Ella no tiene que manejar. No fue a la cárcel. Ojalá hubiera esa posibilidad. Que estén ahí para que aprendan y sepan cómo manejar. Porque si están con alcohol tenés que tener conciencia y no salir a manejar”, dice.

“Yo lo que quiero es justicia. Pasaron siete años que nadie me devolvió. Me quitaron la vida. Es un gran dolor. Yo nunca puedo estar bien. Capaz me ve como si estuviese bien pero en el momento en que uno se acuerda… Mi hijo era chico, tenía diez años y toda la vida por delante. Lo que necesito yo es justicia. No solamente por mí, porque hay mucha gente que está en la misma situación, muchos casos que no salen, que no les prestan atención”, continúa.

Teresa ingresó la semana pasada a la Comisión de Familiares Contra la Impunidad, que marcha todos los viernes a las 19 horas alrededor de la plaza 9 de Julio y que cuenta con casi cuarenta casos por siniestros viales, además de homicidios, desapariciones y mala praxis.

“De la Comisión me dijeron que vaya (a las marchas), que van a hacer lo posible para ayudarme y que salga rápido”, cuenta Teresa, quien además de la causa penal espera por el fallo civil, que ingresó hace un mes y espera una sentencia, aún sin fecha definida.

Pero Teresa no se conforma con lograr que sus causas avancen. Espera que la Ruta 26 sea de una vez por todas acondicionada para que sea un lugar seguro y no una suerte de deporte extremo para los peatones. Cuenta que la situación empeoró en los últimos años y pide “por favor” que pongan un semáforo.

“Que haga algo el intendente. Al gobernador, una vez que anduvo por acá, le hablé del tema de mi hijo y me dijo ‘señora, no se preocupe, voy a hacer que su caso salga rápido’. Pasaron siete años y nada. Me lo dijo en un tiempo en que andaba en campaña. Hasta ahora no hace nada. Lo que pido es semáforo, por lo menos, para poder cruzar, para que no haya tantos choques. El día que murió mi hijo también murió un señor que estaba yendo en la bici y lo chocaron. Era un hombre grande. Lo llevaron al San Bernardo y al otro día murió. Un mes después chocaron a otra persona. Vi que lo estaban levantando con una pala, en una bolsa negra. Hay muchos casos que han pasado. A las dos o tres semanas de la muerte de mi hijo, hubo otro fallecido un poco más adelante”, dice Teresa.

La cantidad de accidentes que sucedieron en la ruta no es exagerada. Sólo el año pasado se produjeron allí 17 siniestros viales, según el Informe de Siniestralidad Vial de la provincia, realizado por el Departamento de Criminalística de la Policía de Salta. El trabajo declaró a la Ruta Provincial 26 como uno de los dos tramos críticos del 2015, junto a la Ruta 9.

El trabajo de Criminalística revela que el día de la semana en el que se produce la mayor cantidad de accidentes viales es el domingo, como el 26 de abril de 2009 en el que Franco esperaba para cruzar una ruta que no estaba acostumbrado a transitar. “Ese día, de casualidad, se fue a jugar a la pelota. Para ver el partido de River venía corriendo, estaba esperando en la orilla de la ruta. Le pasó a él pero podría haber sufrido alguien más”, dice Teresa.

En nuestra provincia, el año pasado, 199 peatones se vieron involucrados en accidentes viales. 164 de ellos fueron atropellados por vehículos. En general, los siniestros se producen por velocidades superiores a las permitidas, por no respetar la prioridad de paso, por falta de educación vial y falta de mantenimiento de la calzada. Todos estos factores se perciben en la Ruta 26, donde la sensación de tragedia inminente está presente todo el tiempo.