Hoy, muy angustiada por su partida en un oscuro 26 de marzo, dos días después de la multitudinaria marcha en conmemoración del día de la Memoria, la Verdad y la Justicia, quiero compartir las últimas palabras que tuve la dicha de mantener junto a ella. (María Laura Tortola)
Celebremos esta época
Te celebro, Kuky, amiga muy querida, no es un adiós, es un hasta luego.
Hablamos toda la noche, aprendí toda la noche.
El ruego del zorro al principito, me hiciste tu amiga y nuestra amistad es única en el mundo.
Desde que entré a tu habitación mientras estabas internada esa tibia noche de viernes, hablamos de todo lo que nos acontece.
Me dijiste que ya estabas lista para partir de este mundo físico, que hay un más allá, algo invisible.
En tus palabras contaste que viviste una vida dichosa, amaste apasionadamente, tuviste a los mejores amigos que podías tener, viste a tu hijo crecer y encontrar el amor, acompañaste a las mujeres en su lucha y caminaste de la mano con la filosofía durante los procesos dolorosos de nuestro país, utilizando la poesía como una herramienta liberadora después de tanta opresión.
Mientras avanzaban las horas de la noche y la temperatura descendía, no quisiste dormirte para poder disfrutar de mi compañía, y claro, yo de la tuya.
Dialogamos acerca del mundo en el que nos tocó vivir, ambas concordamos en que fuimos afortunadas de nacer en el lugar donde nacimos, vos con tus palabras dijiste tan poéticamente que “obtuviste en tu vida los códigos, citando a Brecht, para interpretar el arte de la poesía y de la filosofía”. Yo con mis palabras dije que nací tocada por una varita que me dio la suerte de poder aprender a leer y escribir, e incluso, a estudiar filosofía.
Por eso también me pediste perdón “por dejarme este mundo en ruinas a mí a esta generación”, mientras que yo te agradecí, admirada por tu humildad, porque personas como vos nos dan el empuje necesario para cambiar el mundo.
Prendiste la televisión a las 5 de la madrugada, encontramos un documental sobre la amistad rota entre Sartre y Camus. Me hablaste en francés. Explicaste con tu claridad característica el pensamiento Sartreano, y, también me contaste acerca del amor único que había entre Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre.
Un rato antes de irme, me volviste a repetir lo mucho que querías a tus amigos y que a ellos les agradecías tanto cariño, fuiste, según vos, y no lo dudo, una mujer muy dichosa. Pero al mismo tiempo dijiste “también fui desdichada al ver que no todos poseían esos códigos que yo poseo”, y que a vos te encantaría realmente que el conocimiento les llegue a todos porque el arte y la poesía no tienen derecho de autor.
Eso nos enseñaste, la poesía es de todos.
En tu memoria, ahora y siempre.