Este espacio reproduce testimonios de mujeres que sufrieron la violencia machista. Hoy habla Fernanda, mujer trans de 25 años. Vive en Barrio La Paz, trabaja como empleada y es estudiante en los últimos años del BSPA de Bº Libertad. Casada. (Gastón Iñíguez)

A los 5 años supe que quería ser mujer, nadie me había violado, tampoco me abusó ningún familiar, simplemente sabía que había nacido con el cuerpo equivocado. Por supuesto eso no le gustaba a mi padre alcohólico ni a mi hermano que siempre fueron violentos conmigo. De más grande mi viejo me daba la bienvenida preguntándome “cuantas pijas me chupé” o con un “puto de mierda”; mi hermano me pegaba trompadas si agarraba un vaso de agua “como mujer” y mis hermanas no me bajaban del “puto ese”. Mi madre que fue la que más me apoyó al final aunque también tardó mucho en aceptarme y hasta intentó “curarme” metiéndome en el hogar escuela que funcionaba en el colegio San Cayetano de Vaqueros, donde me obligaban a ir a misa todos los días.

La primaria fue dura; tenía muchos problemas con los chicos que se burlaban de mí y hasta llegaron a manosearme en el baño. Ya en ese momento la directora decía que estaba cansada porque me quejaba de cómo me trataban los otros chicos y me decía que intentara quedarme quieta y callada para que nadie se diera cuenta de mi presencia. El resultado fue que terminé la primaria en un núcleo educativo para adultos.

Al terminar decidí retomar mis estudios en un secundario normal con gente de mi edad; quería tener mi fiesta de egresados y poder irme de gira. Entré al Colegio Secundario Walter Adet, de zona sur. Desde el inicio mis compañeros y directivos del colegio no me aceptaban, era un martirio llegar todos los días porque yo quería ser tratada como mujer y para ellos yo era un varón y me tenía que comportar como tal; sin maquillaje, sin uñas pintadas y con el cabello corto.

La discriminación de mis compañeros y el ataque eran constantes, varias veces me esperaban para darme una golpiza afuera del colegio y yo era muy sumisa, viví tanta violencia en mi casa y afuera en la calle que eso hacía que no pudiera defenderme. Cuando llegaba a la mañana ya los directores me esperaban con algodones y cremas para desmaquillarme. Yo lo tomaba como discriminación porque las chicas iban maquilladas y a ellas las dejaban porque eran mujeres y estaba todo bien; un día la vicedirectora me esperó con un alicate para que me corte las uñas delante de ella. Cada vez que iba a quejarme por el acoso que sufría de mis compañeros me decían lo mismo; “ya nos tenés cansados, siempre tenés problemas”.

No me podía concentrar en estudiar porque tenía que estar pendiente de quien me insultaba; entonces un día empecé a revelarme y me afiancé más en mi persona. Me formaba en la fila de las chicas aunque los preceptores me sacaran y me obligaran a formar con los varones. A pesar de que era buena estudiante y tenía notas altas en conducta me empezaron a poner “regular e insatisfactorio” simplemente porque yo quería que me traten como mujer.

Entonces decidí hacer una denuncia en el ministerio de educación y mandaron al colegio una supervisora; los directivos negaron todo y luego de ese evento la directora me citó y me dio dos opciones: “Seguí así y te expulsamos o te cambias de colegio porque si te expulsamos no te van a tomar en ningún otro lugar”. Decidí abandonar el colegio y después de 11 años retome los estudios.

Dejé que la sociedad me pase al costado. Yo podría haber tenido otra vida; haber terminado mis estudios y ser una profesional. Con el tiempo traté de buscar trabajo y siempre miraron mi persona en lugar de observar mis capacidades, siempre recibí rechazo, yo me sentía como que era algo inservible para la sociedad; pero las personas como yo no somos fenómenos, esto no es una enfermedad.

A los 17 mi mamá me llevó a una psicóloga para que vea qué tenía y esta mujer le dijo que en realidad la enferma era ella porque no me aceptaba como era; yo soy una mujer y debo ser tratada como tal. Mi mamá empezó a llorar porque ella creía que tenía que curarme; ella había tenido un varón y quería que fuera varón. Después de eso aflojó un poco e intentó entenderme.

Cuando cumplí los 18 tuve que hacer un esfuerzo enorme para no caer en la “vida fácil” y dedicarme a la prostitución, como le pasaba a otras amigas que vivieron mi misma situación. Todavía tengo amigas trans que están en la noche y tienen que sufrir un montón de abusos por parte de sus clientes y la policía; violaciones contra amenazas de muerte y otras vejaciones. Muchas de ellas terminan en las drogas y algunas se van de Salta para trabajar en la noche de Buenos Aires.

Las chicas de la calle son muy inteligentes y quizás la sociedad nunca les dio la oportunidad de estudiar o de ser mejores. La calle es la salida “fácil” porque en un momento ves que no te quedan más alternativas. Yo me sobrepuse a eso y lo evité a cualquier costo.

En los boliches también me paraban y no me dejaban entrar; me decían que se “reservaban el derecho de admisión” entonces tenía peleas hasta con los dueños de los establecimientos. Una de esas veces, a los 19 años, intenté matarme cortándome las venas, encima me había peleado con un novio de ese momento y pensé, mi familia no me quiere, en la calle me insultan…“muerto el perro se acabó la rabia”, me encerré en el baño y empecé a cortarme hasta desvanecer, mi sobrino me encontró porque me escuchó llorando en la cama, inclusive en ese momento no recibí el apoyo de mi familia.

 Hoy tengo 25 años, tengo un trabajo digno, mi propia casa y estoy con un hombre que me quiere y me respeta como soy. Quiero terminar el secundario para estudiar enfermería que es lo que más me gusta. Yo soy como soy, me siento mujer, y soy parte de la sociedad, tengo muchas metas que cumplir y muchas bocas por tapar.