Junto a una docena de militantes populares, Pablo Outes es asesinado en Palomitas. Un intercambio epistolar con su madre en 1975 revela el aspecto trágico de una historia que se dirige al peor final aunque nadie parece poder evitarlo. (D.A.)
La “Ficha Dactiloscópica de Recluido” con que las autoridades de Villa Las Rosas registraron a Pablo Outes, en noviembre de1975, indica que el hombre había nacido en 1929, era de piel blanca, ojos pardos y pelo lacio y canoso.
En la ficha hay una foto del recluso, que aparece con mirada triste y calva pronunciada. Pablo Outes empezó a morir en noviembre de 1974. Sindicado como un subversivo que planificaba atentados, el copamiento de una guarnición militar y el rescate de detenidos políticos. Fue detenido tras ir al aeropuerto El Aybal para recibir los restos de Aníbal Puggioni, un militante del Frente Revolucionario Peronista de Salta que huyó a Buenos Aires aunque allí fue secuestrado y asesinado por la “Triple A”.
Algunos militantes de los setenta aseguran que Outes militaba en esa organización, otros que lo hacía en el PRT. Pero lo indudable es que provenía de la UCR y llegó a ocupar una banca legislativa por ese partido para luego experimentar un proceso de radicalización política común en aquellos años.
Tras su detención en 1974 estuvo en los penales de Villas Las Rosas, Devoto, Rawson y Resistencia hasta que, en junio de 1975, se acogió al beneficio de abandonar el país con que Isabel Perón y José López Rega se deshacían de los indeseables. Outes partió a Venezuela pero no aguantó mucho y planeó volver.
Con una carta, su madre trató de impedirlo. La misiva es de agosto de 1975 y nos fue compartida por la hija de Pablo -Soledad- y nieta de Celestina Saravia, quien en la carta evita los atajos y va al grano: “Querido hijo. Por tu carta a los chicos veo que estás bien, me dejó pensando lo que dices que echas de menos a tu familia y a tu patria, veo que tu intención es volver lo antes posible; yo no lo deseo…”.
La situación se adivina terrible: el militante, el padre que extraña a sus hijos, el que siente que le debe más sacrificio a la patria; se encuentra con la férrea oposición de una añosa mujer de “…que sean otros los patriotas, ya nosotros sufrimos demasiado, ya no podría sobrevivir la más mínima pena”.
Ese intercambio epistolar entre madre e hijo representa como pocas cosas pueden representarlo, una tragedia en el sentido que los griegos entendieron la misma: el enfrentamiento de lo bueno contra lo bueno, de lo justo contra lo justo, la lucha materna por la supervivencia de la familia versus la convicción del hijo de que en el progreso del todo reside la condición de posibilidad de la plenitud familiar. Lo uno y lo otro son las caras de una misma cosa. Una que irremediablemente se dirigía a un final macabro y a la vista de todos aunque nadie pudiera hacer algo al respecto porque una atmósfera sofocante lo envolvía y enlutaba todo.
Por eso Celestina no quería que la patria le arrebate al hijo y para ello no duda en recriminarle su militancia: “Después de tan larga ausencia tienes que haber pensando mucho y verás que tu idealismo no te ha proporcionado nada más que dolores”. Su consejo final es que Pablo empiece una nueva vida “…tranquila de trabajo y cordura y con un poco de egoísmo”.
Pablo no la escucha y el 2 de noviembre de 1975, a las 2:40 de la madrugada, se presenta a la policía Federal de Salta en compañía del juez Ricardo Lona, un hombre de la Justicia en la que el reo tenía confianza. Outes retornó a Villas las Rosas en donde confeccionaron la “Ficha Dactiloscópica” con la que iniciamos esta escena.
De esa cárcel volvió a salir el 6 de julio de 1976. Le informaron que junto a otros presos políticos sería trasladado a otra prisión pero en el paraje Palomitas, los reclusos fueron obligados a descender del camión y tras ser alineados sobre el alambrado de una finca fueron ejecutados. El juez al que Pablo Outes se entregó en noviembre de 1975, Ricardo Lona, cumple hoy prisión preventiva y está procesado como partícipe necesario de la Masacre de Las Palomitas.