A veces las personas que no han pasado por una relación de maltrato se preguntan que por qué seguimos con alguien que nos hace daño. Voy a intentar explicar el porqué.

Primero de todo es que no te imaginas que la persona en quien confías al 100% y a quien más amas te vaya a maltratar a medida que pasa el tiempo. Su mecanismo empieza con adularte con una bomba de amor (love bombing en inglés) donde te da todo lo que esperas de una pareja (ya sea amor, sexo, seguridad, etc.). Luego, cuando ya estás acostumbrada a todo esto, te irá retirando muy poco a poco todo lo que te hizo enamorarte de él. También, piensas que las peleas son normales en una pareja, meras discusiones, aunque acabes llorando por sus gritos (esta es la pasión romántica a la que estamos tan acostumbrad@s en las novelas y en la prensa rosa). Por otra parte, el maltratador te irá convenciendo día tras día y sin descanso durante meses o años de sus ideas y te presiona o persuade tanto que acabas por aceptarlas, ya sea por convencimiento o simplemente porque deseas evitar más enfrentamientos con él.

Después de que hayas adoptado sus ideas como tuyas, tocará el turno de las coacciones (con violencia) o las coerciones (sin el uso de la violencia entendida según el sistema jurídico, como por ejemplo el amenazarte con dejar la relación o no tener sexo contigo si no haces lo que te pide), buscando siempre tus puntos débiles para que acabes cediendo. También, te prometerá que si TÚ cambias todo irá a mejor, que todo volverá a ser como antes, como al principio e incluso mejor. Por lo tanto, te esfuerzas en cumplir SUS expectativas para volver a vivir la luna de miel de los primeros meses o años. Pondrás todo tu esfuerzo en ello, en ser su amante perfecta mientras él irá moldeándote a lo que considera su pareja ideal, pero nunca lo conseguirás pues cada vez te irá exigiendo metas más altas. Me sentía como un conejo persiguiendo una zanahoria colocada a varios centímetros de su cabeza.

A medida que la relación avanza y vas obedeciendo a todo lo que te ordena te vas dando cuenta de que es justo al contrario a como te prometió, que cada vez hay más gritos y más humillaciones. Sigues deseando que vuelva la época dorada del principio por lo cual te sigues esforzando en cumplir lo que te dice. En mientras, también te hablará mal de tus amigas, familia, compañer@s, te dirá que te quieren separar de él y que no los escuches porque solo buscan el MAL para ti.

Cuando ya ha conseguido dominarte y transformarte en quien no eres (persuasión coercitiva o lavado de cerebro), empezará la siguiente fase de humillación y denigración hacia tu persona. Esto consiste en fomentar tus defectos señalándotelos continuamente, para que sólo puedas pensar en ellos y no te los puedas quitar de la cabeza. Por ejemplo, te dirá: “No seas celosa”, “No dependiente”, “No seas débil”, “No seas tal…”, etc., siendo esto un claro ejemplo de el efecto llamado “No pienses en un oso polar”, en el “cual la parte consciente de tu mente estaría cumpliendo con la instrucción de no pensar en el susodicho animal (defecto), pero, a la vez, la mente irónica o involuntaria, como buena supervisora, estaría atenta a cualquier contenido que indicara un fracaso por conseguir nuestro objetivo (no pensar en el oso o defecto) y haría que ese pensamiento apareciera de nuevo en nuestra mente”. “Intente imponerse la tarea de no pensar en un oso polar y verá al maldito animal a cada minuto” (Fiódor D, 1821-1881). 

El efecto del oso blanco se da por ejemplo en los fumadores, los cuales tratan de no pensar en los cigarrillos y con esto les resulta más difícil dejar de fumar, les produce más ansiedad y el pensamiento se vuelve intrusivo. También León Tolstói (1828-1910) intentó un experimento con su hermano al le dijo: “Quédate en el rincón hasta que dejes de pensar en un oso blanco”. El pobre Tolstói fue incapaz de conseguirlo y se quedó en el rincón durante horas pensando en los dichosos osos blancos.

Todo este ensañamiento hacia tu personalidad te acabará envenenando, como un machaque continuo día y noche, serán pequeños daños que se irán sumando, gota tras gota sin cesar hasta crear un agujero en el centro de tu alma. Empezarás a sentirte mal y a pensar que todo en ti funciona de forma defectuosa, e incluso provocándote que reacciones de la forma en que te acusa debido a otro fenómeno llamado “profecía autocumplida o efecto pymalion”, es decir, “una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad.

“Esto es debido a que nuestros pensamientos son predictivos y que, una vez emitidos, se transforman en la causa de que esto se realice. Así se genera una expectativa que se termina cumpliendo. Las profecías autocumplidas y las expectativas del comportamiento de alguien pueden ser positivas o negativas. Si creemos que vamos a fracasar en tal cosa es muy posible que nuestra conducta se vaya modificando para que esto sea lo que termine pasando, ya que esta creencia va condicionando nuestras respuestas y nuestra manera de leer la realidad”.

Por ejemplo, se han realizado muchas experiencias relativas al efecto Pigmalión en los niñ@s. Así,  se descubrió que, si un educador/a tenía una baja expectativa de sus alumn@s, estos rendirían pobremente y, al contrario, si se mantenían expectativas altas, los niños obtenían resultados sorprendentes. “Trata a una persona como es y permanecerá como es. Trata a una persona como puede ser y podría ser y se convertirá en lo que puede y podría ser.” (Stephen R. Covey).

Es decir, te llamará loca y bipolar (e incluso te dirá que tienes “un demonio en la cabeza”), porque te habrás empezado a comportar como una neurótica (histérica para nuestros antepasados) debido a la alta presión a la que estás siendo sometida. Sentirás que todo es tu culpa, que todos los problemas de la relación han sido provocados por ti, tú eres el problema, tú eres la enferma y deseas ser otra para que todo vaya bien. Te repetirá que tienes problemas psicológicos mientras a él lo verás tan tranquilo después de haberte herido que parece que no sucedió nada, sino que todo es fruto de tus paranoias. Para colmo, te dirá que todo lo que hace es por TU BIEN (racionalización), que sólo quiere ayudarte a curarte de TUS problemas y que te está apoyando.

A veces te hará tanto daño que te enfadarás y dejarás de hablarle, pasarán días o semanas, pero cuando se da cuenta de que esta vez no has sido tú la que has ido a buscarlo y a pedirle perdón por haberte comportado como “una desquiciada”, entonces te enviará un mensaje pidiéndote “perdón” y diciéndote que “te quiere mucho”, que “siente lo que te hizo” y “que está enamorado de ti”. Tú deseas tanto que sea verdad que por fin se haya dado cuenta del daño que te infligió que lo perdonas confiando en que no volverá a suceder.

En ese momento, tú ya no eres tú, ya no tienes deseos propios, ya no tomas tus propias decisiones, ya no eres nada, te has consumido literalmente. Cada vez me perdía más y más en el horizonte, no me veía en el espejo, no me reconocía, veía una silueta difusa de lo que era porque ya estaba anulada y vampirizada. “O él o el caos. O él o la nada”. Ya no sabía vivir sin el que me dominó una vez pues mi vida ya sólo giraba en torno a él y a sus deseos, ya no sabía vivir sin “mi dueño” sino que me había convertido en una máquina para satisfacer sus deseos, implantándolos en mí, vendiéndomelos como si fueran lo mejor y más sano para mi persona (racionalización). Ya ni siquiera hacía falta que me ordenara que hiciera algo, sino que surgía en mí el hacerlo para complacerlo.

Porque me había condicionado para que cumpliese sus deseos, sus deseos ahora eran mis deseos (identificación con el agresor), que es un “proceso por el cual la víctima pierde la capacidad de conectarse con sus propios sentimientos debido a que se anteponen siempre los sentimientos del agresor, incluso por encima de sus intereses, actuando más en función de estos que de los suyos propios, actuando según él necesita, no de acuerdo consigo misma”.

Ese había sido su plan desde el principio, convertirme en una muñeca, en una súbdita, a merced y disposición suya. Pero una vez realizados sus deseos me sentía tan mal dentro de mi ser, empezaba a tener náuseas, dolor de estómago (el cual significaba que me estaba “curando de mi locura”, según él), sentía miedo, iba perdiendo cada vez más kilos (lo cual “era debido a mi dieta vegana” y “que estaba cada vez más atractiva”, mientras ya se me notaban las costillas), pero no sabía qué me sucedía, mi cuerpo me hablaba pero mi mente y mi corazón no escuchaban pues habían hecho un pacto: querían estar con él a toda costa, nada se podía interponer en nuestro camino aunque mi cuerpo me pidiera a gritos que lo salvara. De hecho, una vez me tuvieron que llevar al hospital debido a una grave gastroenteritis donde me inyectaron suero a causa de la deshidratación, pero no apareció ni me brindó su apoyo mientras le suplicaba por teléfono y a llantos que me cuidara (su excusa era que “no me quería aumentar más aún mi dependencia por él”, siendo esto un claro ejemplo de racionalización). Me abandonó emocionalmente.

Yo ya no era yo, era él, ya no me reconocía en el espejo mientras vomitaba y tenía diarreas todos los días, “¿dónde estás?, ¿dónde?, ¿dónde quedó mi opinión y mi libertad de elección?” me decía. Ya no existía, ya todo lo que hacía dependía de su aprobación, y tenía un miedo atroz a que me amenazara con dejarme si daba un paso en falso pues en ese momento toda mi vida era él. Yo lo quería más que a mi vida y estaba dispuesta a dar mi vida por su persona. No sé si sería una especie de síndrome de Estocolmo doméstico, pero lo amaba. El terror psicológico superó al físico, ese miedo me hizo inútil y sumisa, dependiente, girando en torno a una persona.

Yo era el satélite y él era el Sol.

Muy siniestro, ¿verdad? Me había sumergido hasta el fondo en su mundo enfermizo, ya no reconocía mi propio origen (familia, amig@s, gustos, deseos propios…), ya no quedaba nada de mí, me había absorbido por completo. Ojo!, y si pensaba en huir me avecinaba el fin del mundo, mi destrucción, estaba perdida sin él, “que si lo dejaba luego iba a encontrar a otro hombre que me maltrataría” (sin poder imaginar que quien me estaba maltratando era él mismo). Llegué a arrodillarme ante él, a suplicarle entre llantos que no me dejara, a estar de buena cara siempre y a dar amor a cambio de una migaja de cariño y atención. Mientras él hacía lo que le venía en gana, sin miramientos y disfrutando con esa sonrisa sádica y siniestra con la que me observaba cada vez que me provocaba el llanto.

Otra característica que me sucedía es que también solía tener muchas disonancias cognitivas que se describen como “la tensión interna de las cogniciones y emociones que percibe una persona que tiene al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto” debido a que a veces hacía cosas buenas por mí, como prepararme la comida cuando iba a su casa, a llevarme a lugares de visita nuevos, a invitarme a merendar, a dejarme dormir en su casa cuando lo necesitaba (aunque tuviera que suplicárselo entre llantos y cuando lo conseguía se pasaba todo el rato culpándome por ello, haciéndome sentir una carga para él), etc. Una de las últimas veces recuerdo que me dijo: “¿dices que soy un psicópata y no ves el favor que te estoy haciendo al dejarte dormir aquí?”, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que sólo me hacía ese favor porque así conseguiría tener sexo conmigo, eso era lo único que le importaba junto con tenerme dominada para que satisficiera todos sus deseos.

Cuando lo echaba de menos surgían estas disonancias en mí y sólo podía pensar en lo bueno de la relación (amnesia perversa), que es una “estrategia del cerebro para mantenerte en equilibrio y conservar los sistemas de apego, que hace a la víctima idealizar al maltratador, suavizando los impactos de los recuerdos traumáticos y haciéndola querer volver con él, disminuyendo la sensación de peligro”.

Así pasaron los días, sin problemas aparentes, hasta que llegó de nuevo el momento de soltarme otra pulla hiriente, luego otra y otra… hasta que explotaba y empezaba a llorar de nuevo, iba a consolarme y me abrazaba como a una niña pequeña (o así me sentía yo, supongo que debido a la diferencia de edad pues él era mucho más mayor que yo), diciéndome que sentía haberme hablado así. Yo lo quería tanto que sentía un cosquilleo en el estómago al escucharlo, me hacía feliz escuchar su perdón y volvía a perdonarlo con la esperanza de que no volviera a suceder. Creo que llegado a este punto sabréis que estaba en el tan famoso ciclo de la violencia, “con sus tres fases (acumulación de tensión, episodio grave de agresión y arrepentimiento cariñoso o ausencia de tensión), junto con la modificación o aumento observable de la intensidad y frecuencia de malos tratos”.

Era como una adicción a la cocaína, cuando dejaba de verlo o cortaba con él sufría síndrome de abstinencia con dolores de estómago y una obsesión donde sólo me levantaba y me acostaba pensando en él. Ya no era amor porque ya no lloraba, sólo era adicción. A lo único a lo que le daba vueltas era a qué tenía que hacer para que la relación funcionara, a qué fórmula número 100 llevar a cabo ahora. No me quería dar por vencida, aunque supiera que luchaba en vano pues nada de lo que hiciera haría cambiar su forma de actuar, sino que cada vez aumentaba más su violencia, siendo rígido e inflexible en sus patrones de comportamiento, pues nunca aprendió a llevar una relación simétrica y basada en la negociación, sino que siempre jugó a tener el poder de la relación con todas sus víctimas. De hecho, “amaba” a sus animales ya que los animales domésticos suelen ser sumisos y obedecen a todo cuanto su propietari@ les ordene (una vez le escuché que sus animales no se quejaban de nada).

El caso es que deseaba abandonar la relación pero no podía, padecía la también famosa indefensión aprendida, “que se refiere a la condición de un ser humano o animal que ha aprendido a comportarse pasivamente, con la sensación subjetiva de no poder hacer nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades reales de cambiar la situación aversiva, situación que se percibe como incontrolable (pero que realmente no lo es)”. Seligman y Overmaier fueron de los primeros investigadores que se plantearon la cuestión sobre por qué un animal o una persona que sufría en sus propias carnes condiciones adversas y dolorosas constantes no hacía nada para abandonar dicha situación. Una forma fácil de entenderlo es la historia de las ranas.

“Se dice que para cocinar a una rana viva es necesario meterla en el agua fría e ir aumentado poco a poco el calor hasta que ésta hierva. En cambio, si para cocinar la misma rana decidimos echarla al agua ya hirviendo, la rana saltará; escapará del agua hirviendo.” Con este ejemplo quiero explicar que la indefensión aprendida es un esquema de pensamiento que se desarrolla de forma gradual y que poco a poco carcome las fortalezas psíquicas y corporales hasta el punto de doblegar la voluntad.

“Seligman realizó el siguiente experimento. Colocó a varios perros en jaulas de las que no podían escapar, administrándoles descargas eléctricas con intervalos de tiempos variables y aleatorios, con el fin de que no pudieran predecir la siguiente descarga o el patrón de las mismas, ya que no existía ninguno. Tras varios ensayos administrando descargas, y aunque al principio los perros realizaban diversos intentos de escaparse, se observó que al final abandonaban cualquier actividad de escape voluntaria. Cuando los investigadores modificaron el procedimiento y enseñaron a los perros a escapar, éstos se quedaban quietos, negándose a salir o realizar intentos de evitar las descargas, llegando incluso a quedarse tumbados sobre sus propios excrementos.”

“Leonore Walker realizó este estudio en víctimas de malos tratos en la pareja. Los resultados mostraron que en el inicio de los malos tratos sus respuestas o comportamientos eran de evasión o huida. Sin embargo, la exposición continua a la violencia provocó una modificación de estas respuestas habían aprendido que podrían disminuir la intensidad del maltrato a través de diversas estrategias de afrontamiento tales como complacer al agresor, hacer lo que él quiere, mantenerlo calmado, etc. Así, la teoría de la indefensión aprendida aplicada a víctimas de malos tratos describe como una mujer puede aprender a ser incapaz de predecir el efecto que tendrá su comportamiento con respecto al maltratador.”

Con esta indefensión aprendida, yo estaba paralizada, como en un letargo, inmovilizada, esperando a que sucediera algo “grave” que me hiciera reaccionar y poder tomar la decisión de dejarlo. En mientras, seguía aguantando este maltrato gota a gota mientras se iba llenando el vaso, pues sin él me sentía deprimida y junto a él experimentaba una gran ansiedad.

En mi caso, yo no pude soportar más tiempo esta violencia, reuní las pocas fuerzas que me quedaban y decidí cortar con la relación porque tenía más relaciones a parte de la nuestra (consentidas aunque me hicieran daño) y me prometí que esta sería la última relación que tendría con otras mujeres a parte de mí (a las cuales también les empezó a aplicar el love bombing y a compararme con ellas, haciéndoles creer que yo era la inestable, lo cual podría describirse como triangulación).“La triangulación consiste en introducir terceras personas, reales o ficticias, en medio de una relación a fin de manipular y controlar a la víctima haciendo que se sienta insegura, celosa, desvalorada y criticada. También se refiere a cuando una persona ataca, desacredita y/o abusa de otra con la colaboración de una tercera (sabiéndolo esta última o sin saberlo), siendo ésta un tercero involuntario, que, por supuesto, sólo ha oído la versión del agresor”.

Mi cuerpo degeneró en tanta ansiedad que desarrollé problemas gástricos y tuve que ponerme en tratamiento tanto psicológico como para el sistema digestivo. Por su parte, él nunca desarrolló una dependencia conmigo (al contrario de lo que sucede en la mayoría de los maltratadores), por lo cual no me retuvo, sino que sólo derramó algunas lágrimas de cocodrilo para que volviera con él cuando le expuse que iba a dejar la relación definitivamente (pues antes ya habíamos cortado muchas veces).

Intenté denunciarlo, pero no tenía pruebas, pues siempre te dicen que el maltrato psicológico es muy difícil de demostrar (porque no te creen) y sólo les suelen conceder los peritajes psicológicos (ordenados por un juez/eza) a los casos más graves y que obedecen a la familia tradicional (matrimonio con hij@s y con dependencia económica por parte de la mujer). Tampoco se habían cometido amenazas explícitas, insultos fuertes, coacciones (con violencia, como he explicado al principio), ni nunca ejerció la fuerza contra mí (excepto en 3 ocasiones donde me empujó, pero la indefensión aprendida me impidió reaccionar con una denuncia a tiempo, ya que si llega a pasar un mes después de los hechos tampoco te creen). Así que no tenía nada constitutivo de delito, en todos los abogad@s que visité me dijeron que tan sólo había sido “una relación tóxica”, mientras yo sabía que no sólo había sido eso.

En este tipo de relaciones llegas a tener miedo, no por tu vida, sino porque tu mente sabe que le estás haciendo un daño que va a recordar toda la vida.

Yo me agoté razonando e intentando hacerle ver el daño que me estaba haciendo, esperaba que lo admitiera y reconociera, pero nada funcionó pues carecía de introspección por completo. Lo único que logré fue que me echara todas las culpas y que se justificara como un loco (perdón por los loc@s), justificando que actuó así debido a mi “mal comportamiento”. Incluso, una vez me llegó a decir que actuó de esta manera porque “mi subconsciente se lo había indicado”. Para colmo, si por asomo se me ocurría dudar de la intencionalidad de sus actos, me tachaba de “egoísta” y “egocéntrica”.

Cuando acabé la relación, ni siquiera sabía por qué me encontraba tan mal, no era capaz de analizar todo lo que había sucedido, estaba en shock y con la cabeza embotada, me preguntaban “¿Qué te ha hecho?”, y no sabía responder. Me encontraba día y noche discutiéndole y rumiando todos sus argumentos en mi mente. Sólo con el paso del tiempo pude empezar a reestructurar todos los episodios, ordenarlos y poder explicar con palabras lo que me pasó, tal y como estoy haciendo ahora, después de 6 meses.

RM. Estudiante de psicología.

“Un día le escuché a Miguel Lorente -que de esto sabe mucho- decir que no existen diferentes tipos de maltratadores. Que los maltratadores físicos son, simplemente, maltratadores ‘poco eficientes’. Que los ‘buenos’ maltratadores son los que maltratan tan bien, que no necesitan pegar. Y es que no hay diferentes tipos de maltrato. Sólo hay grados. Asumir que el hombre al que has elegido como compañero es un maltratador es muy difícil. Pero es mucho más difícil explicárselo a un entorno que te preguntará: ¿pero, alguna vez te ha pegado?… Pues no, nunca me pegó. No le hizo falta”. Irantzu Varela, periodista, feminista, experta en género y comunicación.