Hace diez años se publicó “Crack”, poemario de José González que tal vez pocos conocen pero significó un quiebre en el verso salteño. Ahora lo recordamos con nostalgia, cual kirchnerista que se tira de los pelos ante los discursos de Macri. (Rodrigo España)

Crack es la onomatopeya de algo que se rompe, así como también es la denominación yanqui de la pasta base, y para quienes no lo saben es también el nombre del primer poemario de José Ignacio González (de cuyos versos sacamos el título de esta nota), publicado en 2006 por la ya extinta editorial Kamikaze, una especie de juntadera de vagos que por esos años decidieron largar con una serie de revistas que significaron casi el último repulgue de la empanada poética que se venía cerrando por estos lares nórdicos andinos.

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De los números de la revista poco tenemos para decir, fueron 3 o 4 que circularon por la universidad nacional, y en algún que otro encuentro de escritores donde lo más importante no era tanto la literatura en sí, sino en vino barato que se daba como estímulo para que las lecturas no fueran a sala vacía.

Con el tiempo esas revistitas llenas de errores, con tapas grotescas (una de ellas tenía la foto de un ahora licenciado en letras con los pantalones en los tobillos acometiendo contra la humanidad del poeta Dávalos -en realidad la estatua- mediante un fistfucking rabioso) dieron paso a otra instancia de publicación y salió el primer título realizado a la manera cartonera en Salta, una moda que también por esos años se expandía cual virus zika.

Tapas de cartón corrugado pintadas con aerosol rojo y un esténcil negro que únicamente recordaba al título del libro, la primera tirada de Crack no superó los 50 ejemplares que se agotaron en los meses siguientes a su publicación, una segunda y hasta tercera tirada serían realizadas por otra editorial derivada de la experiencia Kamikaze en el límite de la primera década del siglo veintiuno, hablamos de Ya Era, que más o menos pudo reunir los libros de varios de los participantes de la revista que tuvo entre sus publicaciones, además de José González, a Fernanda Salas, Alejandro Luna, Juan Pas, Diego Ramos (todos ellos siguieron un camino ligado a las publicaciones caseras), Mariano Pereyra, Carlos Varas, Jesús Ferreyra, entre otros.

Hasta ese momento en Salta no se había realizado nada parecido, y no hablamos de la autogestión para largar una publicación poética -que ha sido casi siempre moneda común para quienes transcurren el mundillo literario local-; sino de lo que implicaba ese tipo de soporte derivado del reciclado y la poca plata que significaba un libro diagramado, impreso, pintado, cosido y repartido por las mismas personas que participaban de la revista. Juntadas nocturnas en las que cada cual hacía su trabajo casi como una maquinaria fordista destartalada: cortar, picar, pegar, pintar, imprimir y coser, luego repetir todo el proceso.

Así salieron los primeros ejemplares, con letras verdes porque no había plata para la tinta negra y lo que quedaba del tóner a color era la salvación. Esa también era otra metáfora de lo que sucedía en ese momento para mucha gente joven con ganas de experimentar y publicar sin pedirle permiso a nadie, sin depender de un subsidio estatal para sacar un libro a la calle, sin necesitar de un prólogo de algún otro escritor “consagrado” que apadrine la publicación; básicamente yendo a contramano de todos los protocolos tácitos de la solemne poesía salteña.

Cuenta la leyenda que la presentación trunca de Crack se la intentó realizar en un encuentro de escritores en la vecina provincia jujeña, ahí donde un ingenio ha contaminado el aire de un pueblo nacido, paradójicamente, gracias a ese ingenio. Hasta ese lugar llegó la comitiva Kamikaze, sin invitación pero con varios libros y revistas bajo el brazo. Cuando fue su turno en la mesa de lecturas, tras cinco minutos y menos de dos poemas leídos, la indignación de los concurrentes luego de escuchar palabras como paja, culo y/o pingo, en un poema fue tal que los organizadores del evento decidieron bajar del escenario a esos irrespetuosos de la moral y las buenas costumbres líricas para dar paso a la ronda de preguntas por parte del público que en un abierto debate no dudaron en realizar cuestionamientos tales como “¿acaso son opas ustedes?”.

Crack es un libro despojado de muchas cosas, de entrada está despojado de la característica primordial que hace que un libro sea libro en el ambiente editorial: carece de ISBN, esa especie de DNI de los libros, el número de serie que toda publicación debería ostentar o que al menos lo hacen quienes están preocupados por el plagio de sus obras, algo que tal vez a José Gonzáles poco y nada le haya preocupado. Tampoco hay títulos para los poemas, salvo los números que los identifican, 29 textos en total; no hay mayúsculas, porque cuando no son necesarias, pues no lo son; mucho menos vamos a encontrar un prólogo, esa caduca costumbre de intentar explicar un libro previamente cuando en realidad es al pedo hacerlo, salvo para decir qué capo el chango que escribió estas líneas que todos deberían leer -que es básicamente lo que hace todo prólogo-, una especie de felación escritural muchas veces encargada por el propio autor del libro que necesita un par de elogios para ocultar la cochinada que acaba de escribir e intenta publicar. En todo caso el prólogo no es más que una jugada de márquetin, algo que con el tiempo irá desapareciendo.

De todo aquello que carece este poemario se compensa con la contundencia de la escritura, que es a fin de cuentas lo que importa en estos casos. Porque un envase bonito lo consigue cualquiera, y ejemplos sobran, hay muchos “escritores” que tienen el capricho de publicar y lo hacen, ya sea por medios propios y apelando al amiguismo con alguien metido en el gobierno que puede gestionar (nunca mejor utilizado este término bien peroncho) la publicación mediante la plata del estado a través del fondo editorial de la provincia, por ejemplo, que entre sus títulos tiene más de una mierda publicada vaya a saber uno por qué.

A fin de cuentas lo que importa es lo de adentro, reza el dicho popular que se parece mucho a ese otro que apela a no juzgar a un libro por su portada. En el caso de Crack, eso puede o no aplicarse, porque la portada en rojo y negro ya nos da de entrada la idea de lo riesgoso de meterse con la escritura de González, un tipo de verborragia que no tiene contemplaciones para los blandos, que aborda el centro del embole barrial para llevarlo hacia el punto de querer pegarte un tiro en el dedo gordo del pie cuando te das cuenta que la vida es eso que pasa mientras se espera el colectivo bajo el sol y es también eso que transcurre alrededor cuando se emprende el retorno con los bolsillos agujereados a gamba desde el centro que siempre, siempre queda lejos del barrio.

El lenguaje crea otra posibilidad de otro universo que está en la mente retorcida de quien arma y desarma sin piedad, ese universo paralelo de los pasillos que huelen a pipa, de los vagos que “cranean su último hambre”, el del “continuo apoliyo / de las caras entreveradas con el orto”, el lugar “donde cantan los ningunos pájaros / desde las ramas de la ciudad sin niños”, donde “todos los días el mismo día en la cuadra / mudanza inmóvil de los cuerpos / que son ninguno”. Ese es el sitio “de los ojos arrastrados por / la calle apenas un cachito / para el crío en brazos de la mendiga / que quiere volverse adentro / y que se desinsemine, que se desculie, / que le acabe en la boca / o que se vaya a culiar un puto o a su mama”, dice la voz que transcurre en los poemas de González, que al final del poemario se manda con estos versos que logran condensarlo todo: “y persigo palabras que no existen / estridencias sin sonido / que digan este mundo / con la voz de mis ojos / líquido alucinado y mudo”.

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27

se ha debido garchar más

se ha debido garchar a tiempo

minas, putos, travestis, lo que se cruce

más duracel que todos los conejos del mundo

¿ qué poesía ? que el choto me chupe la poesía

he leído y escrito palabras sin carne ni lengua

ahora ya fue o va a ser

y la poesía: antiguo espiral de muertos en la boca

23

distancia tan ningún cuerpo

los autocrucificados en tinta china

por salvar nadie

si jesús era un pelotudo

si te dan muerte con ojos al revés

te dan sed metal

turbios caños que silencian

a poner la cara

a ser hombre reptil

de los cinco puntos todos están muertos

evite todo

coja por el orto

19

despertámosnos

y la luz del día es haber perdido mal

despertáseme

y la cara vuelve a su lugar como el cubo rubik

que revolié a la mierda una tarde sin solución

faltarían los ojos de no tener nada

pero ya no caben en la costra de los párpados

encima pasa un vecino silbando a todo culo

creyéndose el más piola del barrio

feliz entre las veredas recién baldeadas

el muy hijo de puta