Por Alejandro Saravia

El próximo domingo habrán de tener lugar las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) que tienen, en las presentes circunstancias, una doble característica. Respecto de una de las coaliciones políticas que se presentan, Juntos por el Cambio, un matiz definitorio atento a que, a través de ellas, se va a definir quién habrá de ser el candidato o la candidata a presidente para las elecciones nacionales del 22 de octubre.

Respecto de la otra coalición, la oficialista Unión por la Patria, expondrá el porcentaje de voluntades que el peronismo prosigue atrayendo, indicando con ello la etapa o el estadio que estaríamos atravesando de aquella larga agonía de la Argentina peronista a que aludiera hace ya tiempo Tulio Halperín Dongui.

Como dato ilustrativo estas primarias nos mostrarán el nivel de acompañamiento que tendrán dos outsiders de la política como Grabois y Milei, uno por la izquierda populista y otro por la derecha de la misma naturaleza. A ello se sumarán los votos que podrán cosechar los militantes de los partidos trotzkistas que, como para despuntar el vicio, irán fracturados.

A este panorama se habrá de sumar otro que conlleva una singularidad: el extrañamiento del votante, del elector común, respecto de toda la dirigencia política. Todos los candidatos tienen su imagen negativa por sobre la positiva y todas las encuestadoras, sin excepción, se han visto en figurillas para calcular el resultado de estas primarias. Ya sea por la reticencia de la gente a responderles, por su desinterés o por lo que fuese. No saben, no contestan, no quieren contestar. Da lo mismo.

A todo ello habría que agregar las dificultosas circunstancias por las que atravesamos y las carencias de liderazgos que vislumbren con claridad un camino y que sepan comunicarlo, transmitirlo y, también, entusiasmar. Que es de lo que se trata, precisamente, el liderazgo. Tanto es así que un respetado columnista, Pascual Albanese, remitiéndose a un relato de Platón, decía que éste, a su vez, contaba que Alcibíades, un controvertido general y político ateniense del siglo V antes de Cristo, dialogaba con Sócrates quien le pregunta “¿cuál es la virtud del político?”. Alcibiades le contesta: “prever”.

Prever es, nada más y nada menos, que ver antes que los demás. No se trata de adivinar el futuro sino de saber percibir las tendencias predominantes en una sociedad en un momento determinado. Desde entonces, la “virtud” en política está indisolublemente anclada en una acertada visión del futuro. Esa capacidad para anticiparse a los acontecimientos es la primera condición indispensable de un liderazgo integrador capaz de articular un nuevo consenso emergente y traducirlo en acción, concluye Albanese.

Se trata, como se ve, de integrar no de disociar. De ahí nuestra crisis de liderazgos que nos acompañó hasta acá.

En esta materia de los liderazgos quisiera referirme a un excelente libro escrito por un español, Sergio del Molino, titulado “Un tal González”, quien realiza no una biografía sino un relato extraordinariamente bien escrito de la vida política de quien fuera durante 14 años, entre 1982 y 1996, presidente de España, y quien condujera a ese país a la modernidad que hoy disfruta. Se trata, obviamente, de Felipe González.

Todos recordarán que tras la muerte del dictador Franco se abre una transición cuya conclusion, dirigida por Adolfo Suárez, fueron los afamados Pactos de La Moncloa que sellaron, con la firma de los que hasta ese momento eran enemigos, los presupuestos indispensables para esa modernización. Recordemos que esa enemistad entre españoles había llevado a estos a una guerra civil entre 1936 y 1939 que produjera un millón de muertos e innumerables exiliados.

En ese libro del Molino cuenta que Felipe González para acometer la dura empresa que debía afrontar propuso hacer de España un país que funcione, ese fue su lema. Nada más que eso, pero también nada menos. Hasta ese momento Europa concluía en Los Pirineos…

¿Qué significa eso? Pues, que debemos abandonar la grandilocuencia y la ideologización adolescente. No basta con las manifestaciones entusiastas de voluntarismo. Recordemos que el expresidente Macri afirmaba que en 15 días dominaba la inflación y que con él en el Sillón de Rivadavia lloverían las inversiones. Pues bien, ni lo uno ni lo otro. No es tan sencillo como una enunciación.

Debemos afrontar una tarea dura, difícil, tortuosa, partiendo de niveles exasperantes de pobreza. Hay que comenzar, literalmente, de nuevo. Y debemos comenzar reoganizando al Estado que fue destruido y colonizado. El que teníamos ya no existe. Insisto en ello: no son suficientes las manifestaciones de voluntad poco rigurosas. No es tarea para improvisados ni para improvisaciones.

Como dijimos arriba debemos integrar no disociar. Los últimos 20 años los perdimos disociándonos, peleándonos. Debemos amigarnos. Compartir el esfuerzo de hacer de nuevo un país que nos acoja a todos y que deje ya de avergonzarnos en el contexto mundial.