Se cumplieron ayer 42 años de la muerte de Perón, ese dirigente del que Rodolfo Walsh escribiera ante su muerte lo siguiente: “Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un líder excepcional”. (D.A.)

Evitemos hacer referencia a la trayectoria personal del fundador del justicialismo. Optemos por detenernos en un concepto de él que apareció en un libro crucial de la doctrina peronista. “La comunidad organizada”. Publicado en 1949, Perón explicitaba allí lo que entendía por “buen gobierno”, algo que bien puede servirnos para preguntarnos si en Salta existe algo parecido.

Para realizar el ejercicio debemos recuperar primero la noción de comunidad organizada que según el fundador del justicialismo debía combinar “un gobierno, un estado y un pueblo que orgánicamente cumplan una misión común. Para que ello suceda, decía Perón, es menester primero establecer la misión y luego ordenarse adecuadamente para cumplirla”.

Reconozcámoslo: con una economía de palabras asombrosas Perón sintetizaba dos aspectos clave de la teoría política que son los siguientes: establecer qué tipo de sociedad se desea y diseñar los pasos que se deben realizar para concretarla.

En ese marco establecía el líder justicialista que para cumplir la misión se precisaba de un gobierno que conciba y planifique programas de gobierno; de un Estado cono múltiples organismos que ejecuten ese programa; y de un Pueblo que se asuma como elemento de acción.

Precisados los conceptos, se entiende un poco más a aquellos que aseguran que la gestión Urtubey deja mucho que desear. Entre otras cosas porque salvo la habilidad de Urtubey y sus principales asesores políticos para encontrar oportunidades políticas y electorales; Urtubey no aparece como la cabeza que conciba y planifique una misión y un programa, mientras los distintos organismos de estado provincial casi nunca aparecen como los ejecutores de planes preconcebidos.

Lo confirman los múltiples casos de alto impacto público que desnudan reacciones espasmódicas cuando los problemas estallan en el rostro de los funcionarios. Medidas desarticuladas que intentando resolver una parte del todo, resuelve casi siempre mal lo parcial sin resolver nunca el todo.

Justamente allí, conviene retomar ese otro aspecto de los escritos de Perón que acá anunciamos pero no hemos desarrollado: la misión colectiva que debe ordenar al gobierno y al Estado para cumplirla. La misión declarada por Perón era la “felicidad del pueblo y la grandeza de la nación”.

Trató de cumplirla corrigiendo las injusticias y las desigualdades que el modelo liberal de entonces generaba en el país y para ello hizo intervenir decididamente al Estado en la economía, aseguró salarios altos que dinamizaron el mercado interno y la industria nacional y desarrolló un Estado Benefactor que contuviera a los sectores más vulnerados.

Un modelo del que ya nada queda en esta Salta porque personalidades como Urtubey decidieron mantener la ingeniería económica y legal montada antes por Juan Carlos Romero. Un modelo cuya misión parece no haber sido otra que garantizar la felicidad de los grandes agentes económicos promoviendo la grandeza de las sociedades anónimas que se hacen ricas en medio de una población provincial que se empobrece, y que siempre tiene como guardianes del orden a una burocracia estatal repleta de cuadros políticos y técnicos formados por el mismo Romero en sus doce años de gobierno.