POR ALEJANDRO SARAVIA
Javier Milei no surgió de la nada y tampoco bajó de un plato volador. Es el producto de los 16 años de kirchnerismo y de los cuatro desperdiciados por el macrismo. Es decir 20 años que nos dejaron en la lona. Los primeros desaprovecharon la mejor oportunidad histórica que tuvo nuestro país para lograr un desarrollo autosostenido y lo dilapidaron en aras de una aventura política con ribetes delictivos. Lo de la casta también es viejo. Hace mucho tiempo desde estas mismas columnas venimos denunciando a los políticos enriquecidos sin justificación, rodeados de una sociedad cada día más pobre. En nuestra provincia también los tenemos. Tipos que no tenían dónde caerse muertos y hoy resulta que son fuertes “herederos” de antepasados ignotos. Demasiadas fortunas sin causa justificada salvo por haber pasado esos afortunados por la función pública.
El kirchnerato y la implosión de Juntos por el Cambio, implosión inducida por errores o decisiones unilaterales de su dirigencia, léase Mauricio Macri y Patricia Bullrich, que rifaron lo que debió ser naturalmente un gobierno de Cambiemos cuyo candidato natural, según sus propios dichos, se había preparado para ello desde la cuna. Todo se lo regalaron a Milei, es decir al “Loco”, según su biógrafo.
Tras hacerse cargo del gobierno, Milei y Caputo sorprendieron hasta al FMI por la dureza del ajuste que están haciendo, soportado estoicamente, hasta ahora al menos, por la sociedad que lo votó. No por la casta, en verdad, por la sociedad. La misma sociedad sufriente y empobrecida por las malas artes de su dirigencia que gobernó estos últimos 20 años. Sin contar, obviamente, aquellos 10 años que nos dejaron la pobreza estructural que padecemos. Ese estoicismo lleva implícita un mandato: se aguanta, sí, el ajuste pero con la condición de que tras él no vengan otra vez los pícaros a dilapidarlo como lo hicieron los Kirchner durante sus años tras los cuales volvimos al comienzo del drama.
Un día, “el loco” habló: fue el pasado 1º de marzo con motivo de la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional, día en el que por imperio constitucional el presidente debe emitir un mensaje dando cuenta de la situación del país. Debo confesar que es la primera vez que lo escucho hablar más o menos de corrido sin esas explosiones revulsivas y desagradables que lo caracterizan, aunque haya repartido palos a troche y moche. De aquellos polvos, estos lodos.
Habló y dijo, en esencia, tres cosas: 1.- en qué situación encontró al país. No es necesario reiterarlo, lo sufrimos todos; 2.- enunció algunos proyectos anticasta que piensa mandar al parlamento; y 3.- trazó una convocatoria a los ex presidentes, a los jefes de partidos políticos y a todos los gobernadores a la celebración de un pacto el próximo 25 de mayo en Córdoba.
Pero, eso sí, antes dunga dunga: No hay pacto sin aprobación previa de la ley ómnibus y el DNU 70. Es de imaginar que eso no debería pasar como así nomás ya que, así como dijo que puede gobernar sin el Congreso, también lo puede hacer sin delegaciones. Estas, las delegaciones, son las corruptelas que hacen perder la cabeza a los que padecen de autoritarismo en sangre. Por algo Alberdi las condenó en un anatema receptado en el art.29 de nuestra Constitución Nacional. Y no cabe la menor duda que el actual presidente padece de esa patología, si estamos a sus diversas manifestaciones públicas.
Los puntos que presuntamente comprenderían el Pacto de Mayo son 10 y son interesantes. Con el tiempo los iremos analizando. Por ahora mencionaremos a unos que están vinculados con lo que acá decimos: se trata del equilibrio fiscal innegociable; con la prohibición de que el Banco Central financie al Ejecutivo emitiendo moneda y con que el gasto público no exceda del histórico 25% del PBI. Recordemos que los 20 años de kirchnerato lo llevaron al 45% sin que se mejoren en nada las prestaciones estatales, sino al contrario: todas cayeron. Veamos, para cerciorarnos de ello, qué pasó con la educación y la salud pública; con la seguridad y hasta con la defensa de nuestro territorio y con la infraestructura.
Por eso el hartazgo de la sociedad. Es decir, años de vivir mal, de perder el propio futuro, de no tener la satisfacción de vivir una aventura colectiva que valga la pena. Es decir, sacrificios sin sentido. Sólo para que unos pícaros se beneficien con ello. Por eso es que se buscó un loco que pateara el hormiguero, un revulsivo que corporice el hartazgo.
Se precisa, eso sí, la garantía de que el sacrificio y el esfuerzo de hoy no sea aprovechado por otros pícaros mañana. Por algo el refrán dice que el que con zapallo se quema, sopla hasta a la sandía…R>