No es aquella pregunta de Varela en el café “La Catedral” de la novela de Vargas Llosa: ¿Cuándo es que se nos jodió el Perú?, sino, quizás sea la respuesta implícita a la observación de Beatriz Sarlo cuando los otros días, en un reportaje, decía que «Todos los candidatos dicen lo mismo, que la gente viva bien, que haya desarrollo, que se respeten los derechos, nadie esboza una medida». E ironizó: «Parecen tarjetas de fin de año».

                        Por Alejandro Saravia (1)

Y es verdad, todos los candidatos, cuando se los interroga acerca de qué es lo que proponen, repiten como loros que lo que ellos quieren es lo que quiere la gente. Que lo que ellos quieren es que a la gente le vaya bien.

Todos estamos de acuerdo con eso. Todos queremos que a la gente le vaya bien, pero ¿cómo se logra eso? ¿Qué hay que hacer para que todos puedan desarrollar sus proyectos, personales o colectivos, en un país que se sumió en el atraso, en la decadencia? 

Lo que hay que hacer, en primer lugar, es pensarlo al país. Pensar por qué estamos como estamos. Y qué debemos hacer para sacarlo de esa situación. Se necesitan ideas, proyectos, personas que las expliquen y corporicen. Insisto en esto: gestionadores se necesitan cuando las cosas marchan bien. Ahí sí, hay que gestionar la bonanza. Hay que pilotearla. Pero a la miseria no se la gestiona: se la supera. Y para ello se necesitan disrruptores. Líderes con ideas para mostrar el camino. No hombres providenciales. Ideas. Pero las ideas no flotan en el vacío. Se corporizan en personas. En masas críticas. En protagonistas democráticos del cambio. No bastan los buenos deseos. Se necesitan ideas.

Justamente, por estos días se conmemoró el momento en que se nos jodió la Argentina. El día en que a las ideas las cagaron a palos. El día que se vació nuestro país de pensadores, de científicos, de pensamiento y de ideas. Eso fue  la Noche de los Bastones Largos, es decir, cuando se intervino, incluso físicamente, a las universidades bajo la dictadura del general Juan Carlos Onganía, y cuyo símbolo fue el ataque policial a la facultad de Ciencias Exactas de la UBA en la noche del 29 de julio de 1966. Hace 55 años. Muchos científicos se tuvieron que exiliar. Desde César Milstein a Mario Bunge. Muchos. Innumerables fueron a desarrollar su ciencia, sus ideas, a otros países.

El pensamiento, en consecuencia, fue sustituido por la fuerza bruta. Y se sembró la semilla de la grieta. Grieta que proyecta, simbólicamente, la pleitesía a la fuerza que desplazó al pensamiento. Para superar eso no alcanzan los buenos deseos. Las tarjetas de navidad, como dice Sarlo. 

Desde esos días nuestro país quedó “desnorteado”, desorientado. El viejo proyecto económico de sustitución de importaciones que nos mantenía de pie desde las dos guerras mundiales, y que durara hasta mediados de los 70, fue sustituido por un vacío de ideas. Estuviero, sí, Frondizi e Illia, pero débiles, deslegitimados, arrastrando aquel viejo proyecto sustitutivo, con inversiones externas el primero, administrándolo con rectitud, honradez e idoneidad, el segundo.

El único que propuso algo en los 80, la década perdida latinoamericana, fue Raúl Alfonsín y la emoción de su Preámbulo recitado. Pero no alcanzó para superar el desastre que había dejado la última dictadura militar. Desastre económico con la deuda externa defaulteada, desastre en derechos humanos y hasta con la única guerra perdida en toda nuestra historia, Malvinas. No fue una tarea sencilla y no tuvo ayuda. Ni de adentro ni de afuera.

Como tampoco alcanzó el regreso de Perón en el 72 y su pretendida concertación de las fuerzas productivas. Tras su muerte, el Rodrigazo, y ya nada sería igual. La voluntad rabiosa negó el resurgimiento de las ideas. La voluntad destructiva de la “juventud maravillosa” y la de las Triple A. Irracionalidad que abrió la puerta del infierno.

En este naufragio por el que atravesamos sólo quedan como amarras para salir a flote tres o cuatro punto fijos: educación, inversión, trabajo y respeto irrestricto a las instituciones. Deberíamos, tozudamente, aferrarnos a ellos para evitar hundirnos para siempre. Y no son frases vacías. Hay mucha gente que, desesperanzada, busca un nuevo exilio. Con ellos, quizás, se llevan las últimas ideas que nos van quedando.

(1) Ex Fiscal ante la Corte