Por Alejandro Saravia

 

Es inadmisible la actitud de diputados nacionales que, en el marco del trámite forzado de juicio político a los integrantes de la Corte Suprema de la Nación, patotearon a uno de los testigos, a la sazón secretario de ese tribunal. Como alguno de los diputados allí presentes dijo, no se pretendió interrogar al testigo, se buscó quebrarlo. Se llegó al extremo absurdo de que uno de los integrantes de la Comisión que se ocupa de ese lamentable tema y uno de sus fogoneros, Rodolfo Tailhade, no sólo patoteó al testigo sino que invitó a pelear a la calle a otro diputado de la oposición diciéndole, malevamente, que sólo le iba a durar 10 minutos… ¿A esta gente es a la que se le da fueros y se le paga una suculenta dieta y otros beneficios? ¿Cómo no va a crecer así un tarambana como Milei?

Se agrava todo ello si tomamos conciencia de que los tres poderes que componen la arquitectura institucional de nuestro país, en este momento crítico de nuestra historia contemporánea, se encuentran abocados a marcha forzada a ver si le pueden solucionar a la vicepresidenta sus pantanos judiciales por las multi-imputaciones delictivas que la afectan. En medio de esta crisis sólo los conmueve eso. En efecto, lo está el Senado de la Nación procurando otorgarle cinco años de supervivencia a la jueza Figueroa de la Cámara Federal de Casación, cuyo cumpleaños, 75 años, es el próximo 9 de agosto, día en que se le vence el plazo para indefectiblemente tener que jubilarse. Está la Cámara de Diputados con esta comisión que comentamos, procurando desgastar al superior tribunal de justicia de nuestro país. Está, obviamente, la vicepresidenta, Poder Ejecutivo, mientras el presidente, como el lobo del juego infantil, no está, brilla por su ausencia.

En su obra acerca de “Cómo mueren las democracias”, los profesores de Harvard Levitsky y Ziblatt dicen que la política, para hacer viable un sistema institucional, debe estar asistida por numerosas reglas no escritas pero que tienen que ser respetadas. Hay dos de ellas que son fundamentales: la tolerancia mutua y la contención institucional. La primera, la tolerancia mutua, enseña que siempre que nuestros adversarios acaten las reglas constitucionales tienen el mismo derecho a existir, competir por el poder y a gobernar que nosotros. La segunda norma es la contención institucional que alude a la templanza, esto es, a evitar realizar acciones que, si bien respetan aparentemente a la ley escrita, vulneran a todas luces su espíritu.

Si nosotros, argentinos, no apelamos a esas virtudes, nuestro futuro no va a pintar bien. Como ahora mismo no pinta bien. De ahí que tantos se quieran ir afuera, a otro país, a buscar ese futuro, puesto que acá ya no lo ven.

Es absolutamente indispensable que abramos ya otra puerta. En la que por ahora buscamos, no hay salida. No basta para ello la voluntad. Tailhade, el patotero, integró en su mocedad esas formaciones especiales, la juventud maravillosa, que creía que bastaba la voluntad para forjar un futuro. No es en vano que Martín Caparrós y Eduardo Anguita, al escribir la historia de la militancia revolucionaria en nuestro país entre 1966 y 1973, hayan titulado esa obra, precisamente, “La Voluntad”. Bueno, está visto que con la voluntad no alcanza. La mera voluntad lleva a la violencia, a una sensación de omnipotencia, y nuestra historia está plagada de ella, de la violencia. Necesitamos prudencia, tolerancia, templanza, respeto. No patoteadas.

El buen trato a la sociedad, a los ciudadanos, a la gente como ahora les gusta decir, no pasa por las prepoteadas. Pasa por liderar que, en estas circunstancias, significa mostrar una salida: Decir qué se va a hacer; cómo se lo va a hacer; y con quiénes se lo va a hacer. Eso es liderar. Porque cuando uno sabe hacia dónde va, como decía Píndaro, siempre hay vientos favorables…