Llegó al Congreso como parte de la ola libertaria encabezada por el presidente Javier Milei, quien, con su retórica incendiaria, catapultó a figuras que, sin él, difícilmente habrían superado la anécdota política. Orozco es el ejemplo perfecto: hace apenas un año y medio, su intento de ser concejal fue un fracaso absoluto, obteniendo menos del 2% de los votos. Hoy, con un cargo y un sueldo que conserva a pesar de haber prometido donar, se siente con la autoridad de erigirse como una voz crítica de todo y de todos.

 

Lo más paradójico de su posición es que preside la Comisión de Libertad de Expresión en la Cámara de Diputados. Es un rol que, en teoría, debería estar reservado para quienes defienden el derecho a la diversidad de opiniones y la independencia periodística. Pero, en lugar de eso, Orozco se dedica a deslegitimar a todo aquel que no aplauda sus gestos políticos.

Con una simpleza que roza la burla, etiqueta como “ensobrados” a periodistas, analistas y críticos que se atrevan a cuestionarla. La diputada, al parecer, ha encontrado en el insulto un recurso más cómodo que en la argumentación. Llama la atención que esta cruzada verbal venga de alguien que, al menos en el discurso, defiende la libertad.

Entre la casta y el helicóptero

Emilia Orozco gusta de hablar de “la casta”, esa palabra que se ha convertido en el caballito de batalla del movimiento libertario. Pero su carrera política no se sostiene sin contradicciones flagrantes. Hace apenas un año y medio compartía un frente electoral con figuras que encarnan lo que ella y su espacio critican. Allí estaba Alfredo Olmedo, terrateniente y exdiputado conocido por sus propuestas reaccionarias, a quien todavía responde políticamente. También se alineó, en su momento, con referentes de La Cámpora, como Emiliano Estrada, de quien hoy busca despegarse tras el escándalo por las Fake News. Esta gimnasia política, que le permite saltar de un espacio ideológico al otro, sólo evidencia que, para ella, las alianzas son cuestión de oportunidad y no de convicción.

Pero su capacidad para reinventarse no termina ahí. Hace poco, Orozco decidió hacer un tour por el Chaco salteño, una de las zonas más postergadas del país, en un viaje que ella misma promovió como un “acto de compromiso social”. Sin embargo, el helicóptero privado en el que sobrevoló la región fue costeado por un empresario millonario cuyo prontuario despierta más dudas que certezas. La diputada se justificó diciendo que no había gastado dinero público, pero el origen de los fondos sigue siendo una incógnita. Más que un acto de solidaridad, su incursión en el norte provincial pareció un espectáculo mediático: una suerte de “turismo de pobres” para alimentar su cuenta de TikTok, donde suele hacer gala de sus aspiraciones políticas con videos simplones y poca sustancia.

Acusaciones vacías, ambiciones llenas

Una de las estrategias de Orozco para posicionarse políticamente es disparar contra el gobierno provincial de Salta. Sus críticas, sin embargo, carecen de sustento. Con denuncias vagas y generalidades, busca erosionar la imagen del gobernador Gustavo Sáenz, pero sin aportar pruebas concretas ni asumir la responsabilidad de profundizar en sus acusaciones. Sus afirmaciones parecen más un intento de ganar titulares que un compromiso real con la verdad o con el bienestar de los salteños. A estas alturas, su discurso comienza a desgastarse, dejando a la vista que detrás de sus palabras no hay mucho más que ambición personal.

Porque si algo parece claro es que Orozco ya tiene la mira puesta en la gobernación de Salta. Pero, por ahora, su estrategia se limita a videos en redes sociales y ataques vacíos. Más que una líder política, se presenta como una influencer en campaña, sin propuestas reales y con un discurso reciclado. Lo único consistente en su trayectoria es su habilidad para adaptarse a las circunstancias, cambiando de frente, de aliados y de narrativa según lo que le convenga en cada momento.

Orozco representa una de las tantas contradicciones de la política actual. Es la voz de un espacio que predica libertad, pero recurre a descalificaciones cuando alguien ejerce ese derecho. Habla de transparencia, pero viaja en helicópteros financiados por empresarios cuestionables. Critica a “la casta”, pero ha construido su carrera política aliándose con sus figuras más representativas.

¿Qué futuro puede ofrecer alguien así a Salta? Por ahora, la diputada parece más interesada en las cámaras que en las causas, más en el espectáculo que en las soluciones. Si algo queda claro es que, detrás de las luces y los slogans, la realidad no siempre se deja maquillar. Y tarde o temprano, la política del show siempre encuentra su límite: la verdad.