Se suele atribuir a Séneca, aquel tribuno nacido en la Córdoba hispánica cuando integraba el Imperio Romano, la hermosa frase de “que no hay vientos favorables para quien no sabe adónde va”. Es la sensación que por lo general me producen los autodenominados dirigentes argentinos, que, por fuera del propio provecho, no saben hacia dónde deben dirigir a los supuestos dirigidos. Por Alejandro Saravia
El primero que me produce esa sensación es el propio presidente de la República, Alberto Fernández. Quizás, sea la causa o la explicación de tantas contradicciones. De tantas idas y vueltas. Sucede que, en una de esas, no sabe hacia dónde ir. O quizás sea, nomás, como dice alguien, que hasta se le ven los piolines.
Pero hay otros que sí lo saben y, aunque suene paradójico, el momento actual significa el mejor de los mundos posibles. Lo voy a graficar con dos datos, con dos extremos. En primer lugar, el precio de la soja. Por otro lado, lo que genera colectivamente la pandemia.
Hace mucho tiempo, tanto que aún gobernaba Néstor Kirchner, en una columna titulada “Un proyecto perverso”, tras analizar el efecto que había tenido en nuestro país la crisis del capitalismo mundial en el año 1930, decía que ese fenómeno económico de sobreproducción, sumado al de las guerras mundiales y la consecuente sustitución de importaciones, había traído como consecuencia la conformación primaria de lo que hoy denominamos “conurbano”, anillo poblacional que bordea a la entonces Capital Federal, hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires, CABA.
La desnacionalización de nuestra economía como consecuencia del programa económico de Martínez de Hoz y el de privatización de Menem-Cavallo, generó la aparición de un fenómeno hasta entonces desconocido: la desocupación y, como consecuencia, el de la pobreza estructural que asciende ya al 50% de nuestra población activa. Esta es la verdadera deuda de la democracia, ya que ésta no lo solucionó sino que, en verdad, lo agravó por razones que nos llevarían mucho espacio analizar.
Esos desocupados, y, peor aún, esos marginados, conforman una verdadera y multitudinaria legión que es carne de cañón para cualquier proyecto político que se asiente en el clientelismo populista.
Si a eso le sumamos el precio de la soja y el cobro de retenciones a los exportadores de la misma, tenemos como paradójica consecuencia la de un Estado con suficiente liquidez como para manejar ese ejército según los caprichosos designios del dueño de la caja. Lo del valor de la soja no es un elemento baladí. Durante el gobierno de de la Rúa estaba a 150 dólares la tonelada. En el primer gobierno de Kirchner llegó a 600 dólares, hoy a 540.
A lo de esas “efectividades conducentes”, como diría Yrigoyen, agreguémosle lo de la pandemia, respecto de la cual el incremento de la dinámica estatal es un fenómeno natural, que se desnaturaliza y prostituye al politizárselo. Eso es lo que se está haciendo. Aparte de demostrar, otra paradoja, la ineficiencia de los que lo manejan actualmente. Lo de la lamentable logística de las vacunas y de la vacunación es sólo un ejemplo de lo que digo. Pero es un ejemplo que llega a lo delictivo.
Un fenómeno que se le suma a los ya señalados es la expulsión de los emprendedores, los que en definitiva, frente a un proyecto de dominación política, de autocracia, se convierten en elementos incómodos, disfuncionales.
Pensemos en lo sucedido, por ejemplo con Marco Galperin y su empresa Mercado Libre, radicado hoy en Uruguay, y nos concientizaremos al respecto. A las 11.35 de la mañana del lunes 25 de enero, decía La Nación, la acción de Mercado Libre superó los 2000 dólares. A ese precio, el valor de mercado de la compañía creada por Marco Galperín alcanzó un valor de mercado de 100.000 millones de dólares. Algo nunca visto en la Argentina. Ese valor equivale a 20 veces al de todos los bancos que operan en la Argentina. Y en estas horas contrasta con la realidad de YPF, que hoy vale menos de 1.500 millones de dólares. YPF es aún la empresa más grande de la Argentina. Mercado Libre juega en las grandes ligas, y sus principales ingresos se generan en Brasil y México. Pues bien, ante el auto exilio de Galperin al oficialismo no se le movió un pelo.
Pasó en Cuba y pasó en Venezuela. Al primitivismo político de los que nos gobiernan eso no les cae mal. Al contrario. Se sienten émulos de revolucionarios y nos demuestran, una vez más, su elementalidad. En una de esas piensan que ser revolucionarios y progresistas equivale a generar el éxodo de los sectores económicamente más dinámicos del país. Los otros días un amigo de Máximo Kirchner se vanagloriaba de que el pasaporte de éste estaba vacío, en blanco, es decir, que nunca había salido del país. Eso, muchachos, no es ser revolucionario, es ser primitivo y muestra incapacidad para entender el mundo y gobernar un país. En este momento ningún país puede imaginarse aislado. Ni Albania lo puede hacer.
Veamos lo de Cuba. Miami era un asilo de ancianos hasta que los expulsados cubanos lo convirtieron en un emporio. Aclaro que no conozco Miami y no me interesa. Una parte muy importante del boom de crecimiento e inversiones de Uruguay, Paraguay y Bolivia se explica por los capitales argentinos expulsados de acá por los pésimos gobiernos argentos y la imprevisibilidad que generan.
Usando la figura de algún analista político podríamos decir que nosotros, los argentinos, pero especialmente sus gobiernos son los únicos capaces de hacer chocar la calesita. Y, de nuevo, lo estamos haciendo.
Pero alguien, obviamente, se alegra. Siempre para alguien mientras peor, mejor. Es una especie extraña de ombliguismo. Ésta es Cristina, especialista en la pesca en ríos revueltos. Ella y su asesor maoísta de cabecera, el Chino Zanini. Para ellos, sí, esto es el mejor de los mundos. Porque poco a poco van logrando su propósito: la jibarización argentina y el anhelo de reconvertirla a la dimensión de su lugar en el mundo: Santa Cruz, alfa y omega de sus desvelos. Y ese, en definitiva, es el perverso proyecto.