El diario La Nación publicó una extensa nota a Martín Lousteau, quien amenaza con disputar la ciudad de Buenos Aires a los candidatos del PRO a pesar de ser embajador del macrismo en EEUU
Cada vez que aterriza en Buenos Aires, Martín Lousteau suele tener una agenda frenética y cronometrada con rigor suizo. Esta vez, la cita fue en la coqueta consultora de Palermo que alguna vez compartió con su ex socio Alfonso Prat-Gay. En pocas horas, se reunió con el Presidente, dio entrevistas y debatió en la mesa chica de ECO, su «espacio de pertenencia», que busca ampliar su gravitación en las legislativas y proyectarse para gobernar la Ciudad en 2019. Pero su estrategia electoral no está definida aún y se conocerá recién hacia finales de marzo, confirman sus colaboradores más cercanos. Antes, nada quebrará ese hermetismo.
-¿Cuál es el «abismo político» que ves entre Pro y Cambiemos como para asegurar que jamás jugarías electoralmente por el Pro?
-Son concepciones políticas muy distintas. Mi ideología es más social demócrata y el Pro está más a la derecha. Creo que la política es el arte de administrar los espacios públicos que compartimos, que no son sólo plazas y parques, si no también la educación y salud públicas. En el ideal de sociedad al que aspiro, esos espacios son privilegiados. Y eso no pasa en la Ciudad. La visión en la Nación es distinta, porque Cambiemos tiene más voces. Creo que cuanto más plural sea Cambiemos, más le aportará al país. Sería un legado revolucionario si al finalizar su gobierno el Presidente lograra consolidar a la coalición como un frente con distintas líneas internas que logró una alternancia con el peronismo.
-¿No es ése tu reclamo?
-No creo que sirva reclamarle a Cambiemos que se abra. Si uno quiere que se abra y que lo escuchen, debe ser capaz de demostrar que tiene algo para contribuir y que la sociedad escucha lo que uno dice.
-¿Serás candidato?
-ECO participará en las elecciones. El objetivo es transformar la Ciudad y cómo construiremos ese camino surgirá del consenso colectivo. Puedo dejar Washington, ser diputado o legislador. La discusión hoy es cuán importante es un buen desempeño electoral versus desde qué lugar cada candidato de ECO se fortalece para que le sirva a un fin último: modificar la realidad en la Ciudad.
-¿Ni tentándote con el Ministerio de Economía hará que te bajes de la Ciudad?
-No me interesa ser Ministro de Economía como tampoco me veo algún día como Presidente, aunque me pidan que no lo diga. No me interesa un cargo si no puedo transformar cosas. En la Ciudad eso se puede hacer desde arriba. A nivel nacional, no. Sólo tiene sentido participar y contribuir a que se genere un mandato de cambio real en el país. A esa gesta me sumo mañana. Pero los presidentes pueden hacer eso sólo si convocan a hacerlo. Y todavía está por verse si Cambiemos es, realmente, Cambiemos.
-¿Tu supuesto apoyo a Hillary Clinton nunca existió?
-No. Es increíble como se propaga la desinformación: un periodista dijo que brindé en la embajada por su triunfo y los medios lo repitieron sin chequearlo. En mis informes al gobierno señalé que Trump podía ganar. Dije también que, cada vez que existe una revolución en los medios de comunicación, hay gente más capaz que otros para entenderlo. Pasó con Roosevelt y la radio; Kennedy y la TV; Obama y las redes sociales. Y pasa con Trump en una época de reality TV, donde lo predominante no es la densidad de las ideas o de los debates, sino la estridencia de la noticia. Esa es la espectacularidad que buscan los medios para que la realidad sea atractiva. Trump hizo una campaña de reality y eso lo llevó a ganar. El desafío de los líderes del siglo XXI es recuperar un diagnóstico profundo y tener la capacidad de comunicarlo de manera atractiva. Una combinación muy escasa.
-¿Fue una torpeza que el gobierno lo hiciera?
-No, no fue un error. El único que no puede apoyar a un candidato u otro es el embajador. Que un gobierno tenga más afinidad con una administración es natural. Y en el caso argentino no creo que tenga consecuencias. Otros líderes también apoyaron a Hilary. Por otro lado, la Argentina no tiene conflictos con los Estados Unidos, lo cual es punto de partida a favor. Hay sólo 250.000 argentinos allá, de nivel socioeconómicos más alto que el resto el de los latinoamericanos allí. No tenemos tratado de libre comercio y hace 10 años que el intercambio está estancado. No hay nada en la agenda de Trump que nos afecte directamente. El 99 % del destino de la Argentina depende de cómo nos gobernemos nosotros.
-Ahondando en tu educación y en tu vida familiar, ¿creés que te formaron para el liderazgo?
-No. No me recuerdo siendo el líder ni en la primaria en el Granaderos de San Martín ni en el Nacional Buenos Aires. En casa se incentivaba la vocación pública; había un humor cáustico, se hacían muchos deportes y juegos de ingenio; éramos unidos con mis hermanos, pero también muy competitivos. Hay una parte del comportamiento generacional que lo determina tanto el momento y lugar donde nacés como tu entorno familiar, que define tu educación. Por el lado materno, todos eran radicales y profesionales, inclusive mi abuela y mi tía. Mi madre, que falleció en 2008, era arquitecta pero mi padre -abogado y antropólogo, hoy rector en un colegio en San Isidro-, fue el primer profesional de su familia. Él era el que nos exigía y nunca nada era lo suficientemente bueno. Mi madre, en cambio, nos crio con mucha libertad, responsabilidad, amor y nos daba el espacio para buscarnos a nosotros mismos.
-¿Había roces son tu padre?
-Los normales en alguien con pensamiento rígido, que demostraba su amor a través de la exigencia y de su rol de proveedor. Quería que yo fuera empresario y a los 18, ya en Economía, me di cuenta de que no quería eso. Me cuestioné: «Si tuviera 80 años, plata y empresas, ¿sería feliz?» Mi respuesta fue no. Entonces, como en la universidad teníamos la materia Introducción a la Filosofía, en el último año mi mentor, Ezequiel De Olaso, me pidió que fuera su ayudante. Cuando se lo conté orgulloso a mi padre, me dijo: Pero ¿vas a ser profesor? Di clases, pero al tiempo supe que tampoco quería hacer eso. Encontré mi vocación de grande. Siempre revisé y me cuestioné mis decisiones. Nunca tuve miedo al cambio, al revés. Si alguna vez siento temor, no huyo; analizo si es justificado y cómo puedo atravesarlo.
-¿Te analizás?
-Lo hice durante 10 años y dejé cuando sentí que debía pasar a la acción, modificar conductas y no sólo comprenderlas. El cerebro tiene plasticidad para reconfigurarse. Si es verdad que existe esa neuroplasticidad, hay esperanza para todo.
-¿Sentís como un fracaso no haber concluido tu doctorado en Londres?
-Fue una frustración. Mis padres se separaron, a mi madre la iban a echar del lugar donde vivía por una deuda en el alquiler y tuve que venir a resolver esa situación. Tenía 25 años y varios trabajos: era profesor en la Di Tella, trabajaba en el Ministerio de Economía en el área de Pobreza y Distribución de Ingresos; luego en una consultora y a la noche volvía a dar clases en otro lugar. Como no podía sacar un crédito, le pedí un préstamo al padre de un amigo, renegocié la deuda del alquiler, vi 140 departamentos y le compré uno de tres ambientes. Me mudé con ella, mi abuela y mi hermana. Cancelaba las deudas y si sobraba plata, era para algún gusto. Lo lindo de ese esfuerzo fue el día que le dije a mi madre que la llevaría a comer. Paré en Callo y Corrientes, saqué las llaves y le dije: «Bienvenida a tu nueva casa». En 30 meses pagué el préstamo.
-¿Pesó ser el proveedor?
-No, era algo natural; me educaron para eso. A los 12 años, cuando mi hermano estudiaba Antropología, mi padre me llevó a un costado y me dijo: «Cuando seas grande deberás colaborar.». Tengo la teoría de que cada uno cumple un rol en el hogar por el cual el resto de la familia te demuestra que te quiere. Y yo soy y he sido siempre una persona muy feliz.
Fuente: La Nación