Antes, en sus buenas épocas, los peronistas cantaban, gritaban y se ufanaban de que no eran ni yanquis ni marxistas, que eran sólo eso: peronistas. Si bien hasta ahora ningún congreso de cientistas políticos atinó a precisar qué significa eso de ser peronista, la cuestión es que los muchachos eran eso, simplemente eso. Peronistas, una especie de ornitorrinco en el amplio zoológico político.

Aquellos eran los tiempos de la Tercera Posición de Nasser, Nehru, Sukarno, el mariscal Tito. Obviamente, de Perón. Como simple digresión aclaratoria digamos que la neutralidad en la Segunda Guerra no fue una idea de los golpistas de junio de 1943. Fue una hechura del conservador Castillo, vicepresidente del radical Roberto M. Ortiz, gobierno producto de lo que se denominó la Concordancia, quien debió renunciar a la presidencia por enfermedad. Era diabético y se quedó ciego. Sí, ya sé, si no es por una cosa es por otra, pero la cuestión es que el conservador catamarqueño Castillo, profesor de Derecho Comercial, para más dato, promovió esa neutralidad porque tenía una cierta simpatía con la Alemania nazi, lo que fue continuado por el régimen militar que lo depuso. Eso, hasta unos días antes de la rendición alemana. En cierta forma, en consecuencia, nuestro país fue uno de los derrotados de esa guerra. Por influencia de Inglaterra es que nos aceptaron, casi como un favor, en las Naciones Unidas (ONU).

Ya en la guerra fría fuimos eso, es decir, ni yanquis ni marxistas, de la mano del pragmático general Perón y su concepción movimientista, instrumento idóneo precisamente para eso, para ser pragmático. Ámbito en el que todo vale y, por ello mismo, especial para la aplicación del principal y nunca superado instrumento de gobierno: el vamos viendo.

La Guerra Fría fue un enfrentamiento político, ideológico, social y cultural que se desarrolló entre los años 1945 y 1989 entre dos bloques de países liderados, uno, por los Estados Unidos de América (EE.UU) y, el otro, por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

El eje del conflicto se desarrolló en torno de estas dos superpotencias surgidas de la Segunda Guerra Mundial:

Un bloque Occidental integrado por los países europeos capitalistas. Defendían el capitalismo como sistema económico y la democracia liberal como sistema político.

Rusia encabezaba el llamado bloque del Este o bloque Oriental, integrado por las áreas bajo ocupación del ejército rojo y otras fuerzas armadas comunistas. Defendían el comunismo como sistema económico y la democracia popular como sistema político.

Nosotros, bobinas de la primera hora, no nos embanderamos con nadie, miramos de afuera, y en 1940, gobierno conservador, nos dimos el lujo de desechar un plan estratégico que pudo cambiar nuestra historia de decadencia que ya había comenzado, sólo la aceleramos. Pero eso será para otro momento. Ahora sigamos con los motivos de aquello de ni yanquis ni marxistas, peronistas…

Uno de los escenarios en que se desarrolló esta guerra fría fue el de la carrera espacial. Es decir, quién ganaba la competencia dirigida a la conquista del espacio como modo de demostrar la supremacía de un régimen sobre el otro. Más o menos como ahora con China, en la Cuarta Revolución Industrial, con el tema del 5G.

En 1955, con motivo del Año Geofísico Internacional que se celebraría entre 1957 y 1958, y que aunaría los esfuerzos de más de 30.000 científicos de 66 países en la exploración de los alrededores cósmicos de la Tierra, tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética declararon sus primeras intenciones de enviar satélites artificiales al espacio. Tan solo dos años más tarde, el 4 de octubre de 1957, los soviéticos lograban la hazaña con el Sputnik 1.

Insisto, eso en el marco de la llamada guerra fría que duraría hasta la caída del Muro de Berlín en 1989. Pues bien, ¿cómo titularon los rusos a su vacuna en contra del Covid 19, respecto de la cual seremos cobayos de lujo, gratuitos y obligatorios? Sí, se llamará Sputnik haciendo obvia referencia al satélite con que los rusos primeriaron a los americanos del norte en la carrera espacial. Y nosotros seremos, no espectadores de lujo, sino forros de lujo en esta nueva carrera tendiente a demostrar, truchamente o no, preeminencia tecnológica.

Los yanquis, me imagino, habrán de estar encantados con nosotros y, cada día más, les resultaremos más confiables. Un ejemplo: a comienzos del Siglo XX el PBI de Argentina superaba con amplitud al de Brasil. A partir de la segunda posguerra Brasil crece el doble o el triple y en este momento el PBI de un solo estado brasileño, San Pablo, supera a todo el PBI nacional argentino. Motivo: Brasil mandó dos escuadrones a pelear en la segunda guerra y nosotros, como dijimos, fuimos uno de los derrotados en ella, pero sin Plan Marshall como Alemania. Mientras, les seguimos mojando la oreja, nos ennoviamos con Putin y les permitimos a los chinos montar una estación militar-tecnológica en Neuquén, extraterritorial. Es decir, en la que no rige la ley argentina.

Compañeros, la verdad es que yo los prefería cuando no eran ni yanquis ni marxistas, cuando eran sólo peronistas. Perdimos, sí, el tren de la historia, pero por lo menos no eran forros.